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El menguante inventario de chimeneas industriales de Aragón

Gracias al impulso de harineras, azucareras o alcoholeras, Aragón llegó a acumular medio centenar de chimeneas, que poco a poco se han ido perdiendo.

Algunas de las chimeneas supervivientes en Aragón. Abajo, las de Zaragoza Activa.
Algunas de las chimeneas supervivientes en Aragón. Abajo, las de Zaragoza Activa.
Heraldo

El derribo de uno de los iconos de Andorra devuelve estos días el debate sobre la protección del patrimonio industrial. La gran atalaya de 343 metros de altura se convertirá hoy en toneladas de escombros y cambiará la percepción del paisaje de muchos vecinos de Sierra de Arcos y el Bajo Aragón. Aún se mantienen en pie en el territorio un buen puñado de chimeneas industriales de las que, salvo honrosas excepciones (Caspe, Calatayud o la turolense Resinera del Carmen), pocas cuentan con protección por su interés artístico o arquitectónico. Algunas se han reconvertido y reintegrado en nuevos proyectos -como sucede en Zaragoza Activa- y otras parecen abandonadas a su suerte, tratando de esquivar la demolición o el más absoluto olvido.

Entre las chimeneas más singulares que aún pueblan el paisaje aragonés habría que destacar las de Luceni, Terrer, Monzón o la de Jaca, perteneciente a un horno subterráneo destinado a la cocción de cerámica. Cada cual tiene su historia, su altura y su ‘miga’, si bien lo que las une transversalmente es una época común (finales del siglo XIX), el ladrillo caravista y un pasado dedicado -principalmente- al sector del azúcar. Cuentan que muchas de ellas ‘brotaron’ con la implantación del cultivo de la remolacha en Aragón, propiciada por la crisis del sector vinícola a causa de la filoxera. 

Según recoge el escritor Julio José Ordovás, entonces se empezó a barajar la posibilidad de montar un ingenio azucarero que acabara con los costes derivados del transporte de la materia prima hasta el sur de la península, donde se encontraban ubicadas las únicas fábricas de azúcar españolas. “Así, ya en 1891 comenzó a circular por los conciliábulos de la burguesía zaragozana la idea de la conveniencia de instalar una factoría en la capital. Un hombre emprendedor y al parecer tozudo como una mula, conocido como Sr. Higuera, fue el principal instigador de este proyecto (…) y en 1893 se colocó la primera piedra (extraída con toda probabilidad del fondo del Ebro) de la Azucarera de Aragón, que se situó en el Arrabal, junto a la Estación del Norte”. Habla Ordovás del momento germinal de lo que acabaría siendo, 125 años después, una de las estampas más icónicas de la margen izquierda de Zaragoza: las chimeneas de la calle de Más de las Matas.

La imponente chimenea de la azucarera de Luceni.
La imponente chimenea de la azucarera de Luceni.
Heraldo

La pérdida de las colonias americanas en aquellos tiempos (estamos en 1898) propició el auge de la industria azucarera aragonesa, puesto que la ribera del Ebro resultó idónea para el cultivo de la remolacha. Siete nuevas azucareras, todas con sus chimeneas, se abrieron en los años siguientes: la del Rabal, la de Casetas, la de Alagón, la de Gallur y la de Calatayud, cuyo conjunto completo (la Labradora) cuenta con protección. Ya en la década de 1900 se instaló la Azucarera de Jalón en Épila (que enseguida llegó a ser la más importante de España, con una plantilla de un millar de trabajadores en sus campañas más boyantes) y el número de estas fábricas se disparó exponencialmente: en Santa Eulalia del Campo, La Puebla de Híjar o Monzón. La industria azucarera supuso un revulsivo para la economía aragonesa y azuzó otros sectores como el de los fertilizantes, la metalurgia o la minería de carbón…

Es como derribar la Torre Nueva

El arquitecto zaragozano Alberto Sánchez, máster en Conservación de Patrimonio Histórico de la Universidad de Columbia, lamenta que se derribe la chimenea de Andorra y hace una paralelismo con “otra obra de patrimonio civil como fue la Torre Nueva”. “Ahora nos parece una barbaridad que tiraran aquella torre, pero ya entonces hubo voces que se opusieron y nadie les hizo caso”.

Respecto al patrimonio industrial, Sánchez muestra interés en “aquellos pequeños pueblos donde hubo tímidas apuestas por industrialización rural que no terminaron de cuajar. Al no prosperar, se vieron abocados a la despoblación”, explica, al tiempo que cita ejemplos como los de la alcoholera de Atea, una fábrica que aún conserva su humilde chimenea, o la harinera del Langa del Castillo, en el Campo de Daroca.

Antigua pilastra de ferrocarril, de 42 metros de altura, en la Puebla de Albortón.
Antigua pilastra de ferrocarril, de 42 metros de altura, en la Puebla de Albortón.
Laura Uranga

Una de las chimeneas aragonesas que más admiración congrega es la de la antigua resinera del Carmen, en Teruel, una empresa dedicada al procesado de resinas del pino de la sierra de Albarracín. De aquella fábrica solo se conserva la chimenea, de ladrillo macizo y con decoración de estilo neomudéjar en sus primeros tramos. Curiosa es también su planta octogonal en dos cuerpos y llamativa resulta, obviamente, su altura, que alcanza los 26 metros. La de Morata, de la antigua alcoholera, también es octogonal y divide su extensión por una serie de molduras, mientras que otro ejemplo monumental es la chimenea de la fábrica de hilaturos de Daroca, que marca casi el final del pueblo en la carretera que va a Used y Molina de Aragón. Generalmente, al estar abandonadas y sin ningún mantenimiento, muchas de estas chimeneas están cegadas o incluso tronchadas y en estado de semi-ruina (como la de Zaidín), otras tienen más suerte como es el caso de Monzón y junto a otros elementos como la casa del director o la nave de la pulpa se han integrado en un parque.

Imagen de archivo de la chimenea de la azucarera de Alagón.
Imagen de archivo de la chimenea de la azucarera de Alagón.
Heraldo

El artista visual Jorge Conde ha estudiado el legado industrial español para un proyecto expositivo (‘Estas ruinas que no ves son una promesa’) y seleccionó varios espacios de Aragón como fueron los antiguos talleres de oficios industriales del hospicio provincial (Hogar Pignatelli) o las instalaciones del centro de emprendimiento Zaragoza Activa, antigua catedral industrial zaragozana con sus dos chimeneas: una de 65 y otra de 50 metros de altura. Con más de 125 años de historia, la antigua Azucarera Aragón enamoró al artista por haber conseguido respetar “la memoria de las fábricas” y lo singular que resulta que en lugar de una (como en Utrillas o la Estación del Norte) haya dos torres relacionadas entre sí. 

Conde explica que desde los 80 hay cierta sensibilidad a la hora de valorar los testimonios y entornos industriales, pero que una buena parte de estos espacios sucumbieron en los años 50 del siglo pasado. “Todo comenzó allá por 1972 cuando se produjo en Londres la demolición de la estación de ferrocarril de Euston y se desató una gran polémica”, narra Conde, que ha documentado durante años la transformación de más de 120 instituciones de 60 ciudades y 16 países europeos. El especialista, seducido por “cómo se superponen estratos de la historia y estratos arquitectónicos diferentes”, también muestra interés por la antigua fábrica de chocolates Zorraquino, en el Arrabal, o el hotel Orús, edificio señorial de la antigua fábrica de café.

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