historia

El fin del mundo llegó a Zaragoza hace justo un siglo

Hace exactamente 100 años, la capital aragonesa vivió en una sola jornada un terremoto, un ciclón y varias tormentas salvajes. La ciudad tardó semanas en sobreponerse.

Algunas de las portadas e imágenes de las tormentas de 1923 y 1933.
Algunas de las portadas e imágenes de las tormentas de 1923 y 1933.
Heraldo

Zaragoza aún se recupera de los estragos de la terrible tormenta del pasado jueves en la que, milagrosamente, no hubo que lamentar más daños que los materiales. El azar o el capricho ha querido que esta tromba de agua coincida justo un siglo después con “el día más movido que la historia de Zaragoza recuerda, meteorológicamente hablando”. En la jornada del 10 de julio de 1923 en la capital del Ebro se sucedieron un temblor de tierra, un ciclón y varias tormentas. “Los elementos naturales en furia”, titulaba HERALDO, que hacía referencia en su portada también a “espectáculos pavorosos” y “daños y estragos sin cuento”.

Los meteorólogos que están recuperando estos días datos de la hemeroteca sobre otras graves tormentas en la ciudad se habrán topado con que hace justo cien años Zaragoza quedó casi incomunicada y barrios como Torrero tardaron varios días en recuperar la luz eléctrica. Los daños en la huerta fueron tremendos, y no solo en la de la capital, pues se desbordaron también el Jalón y el Jiloca, y hubo cuantiosas pérdidas en localidades como Daroca, Aguarón, Luna, Alfajarín o Cuarte de Huerva.

Portada del 12 de julio de 1923, con las imágenes de San Juan de Mozarrifar.
Portada del 12 de julio de 1923, con las imágenes del puente del Gállego y la Azucarera Aragón
Heraldo
“La casa del que esto escribe parecía cabecear en dirección de norte a sur, como un buque en medio de la mar crespa”. Cronista de Heraldo, julio de 1923

¿Fue exagerado hablar del ‘fin del mundo’? Probablemente, pero todo epíteto se queda corto cuando en cuestión de horas coinciden fenómenos naturales devastadores. A eso de las seis de la madrugada, se produjo el temblor de tierra, que primero fue leve (“una suavísima oscilación”) pero cuyas réplicas se fortalecieron y se dejaron percibir, por ejemplo, “haciendo sonar las campanas de iglesias y conventos”. “En muchas casas los vecinos durmientes saltaron del lecho despavoridos”, se lee en HERALDO, cuyo redactor insiste: “La casa del que esto escribe parecía cabecear en dirección de norte a sur, como un buque en medio de la mar crespa”.

Una vez pasado este susto, a las dos de la tarde, un ciclón arrancó de cuajo numerosos árboles y derribó chimeneas de industrias tan importantes como Galletas Patria. Lo peor, sin embargo, aún estaba por llegar: fueron siete horas de tormentas que “entablaban diálogos” y que dejaron víctimas mortales, aunque estas nunca se llegaron a cuantificar.

La prueba de la violencia de las tormentas de hace un siglo es que el barrio de San Juan de Mozarrifar casi desaparece del mapa: hasta 33 casas se hundieron y muchos vecinos tuvieron que ser rescatados en barca. Precisamente hace unos días se presentó un libro coordinado por Alfonso Vicente Millán en el que se repasa este acontecimiento, con profusos datos y fotografías de lo que fue una inundación histórica. “Un día de furia. Crónica de la caída y la reconstrucción de un pueblo” es uno de los capítulos del libro, en la que se recogen crónicas de ‘El Noticiero’ y de HERALDO para repasar todo lo acontecido en unos días en los que las comunicaciones permanecieron cortadas (más de 15 horas sin saber qué había pasado en San Juan ni cómo estaban sus habitantes), los servicios de ferrocarril suspendidos, las carreteras impracticables… Calcularon unos tres metros de altura de agua y algunos hombres no tuvieron más remedio que encaramarse a lo alto de los tejados.

Los destrozos en la capital también fueron graves y se informa de que todos los cristales del lado izquierdo del paseo de Sagasta se rompieron y de que en el paseo de Pamplona se vino abajo una tapia. Árboles de gran tamaño cayeron desde Ruiseñores hasta el barrio de Montemolín, y en la clínica del Doctor Horno hubo que utilizar bombas para extraer el agua de la planta inferior.

Chubasco brutal (con lirismo)

De esta batalla campal contra los elementos dio cuenta HERALDO explicando que lo sucedido sobre la capital fue el choque violento de dos tormentas: “Venía una de la parte del Moncayo; la otra del nordeste y pugnaba por atravesar la cuenca del Ebro”. A pesar de la crudeza del episodio meteorológico, el redactor narra con lirismo lo sucedido: “Unos nubarrones bajos y cárdenos hacían tan espesa la cerrazón que en las habitaciones interiores fue preciso encender las luces porque no se veía materialmente. Un recio ciclón fue como el heraldo de la tormenta que se avecinaba. Volaron persianas y toldos, y se golpearon puertas y balcones con gran estrépito. Enseguida empezó a descargar la tormenta, piedra en gran abundancia y de grueso tamaño. El pedrisco rompió muchos cristales de marquesinas, lucernarios y balcones, de estos últimos en los que miran al sur principalmente. A pesar del violentísimo aguacero que acompañó al granizo, hubo balcones de los cuales fue preciso retirar, pasada la tormenta, seis u ocho kilos de piedra acumulada en los ángulos de las repisas”.

Portada del 12 de septiembre de 1933, con los estragos de la granizada.
Portada del 21 de septiembre de 1933, con los estragos de la granizada.
Heraldo

Unos veinte minutos duró la primera de las tormentas que ya consiguió anegar las calles. El resto se fueron sucediendo a breves intervalos, sin dar tregua para recuperarse. “El furor atmosférico no se aplacó en toda la tarde (…) Hasta anochecido no cesó de oírse la horrísona sinfonía del trueno, ni dejó de llover copiosamente”. Como ha sucedido también este 2023 con la pertinaz sequía, “toda el agua que las nubes le negaron a la campiña durante el invierno y la primavera pasados, vertiéronla ayer con creces en el transcurso de unas horas”, se lee en el ejemplar de HERALDO del 11 de julio de 1923. Se midieron ese mes 155 litros, frente a los 0,3 de junio y los 19 de agosto.

Rayos, truenos, pedrisco, lluvia, devastación, incluso de “nubes terroristas” hablan algunas crónicas de la época. Los meteorólogos aragoneses tienen esta fecha grabada a fuego por lo anómalo del fenómeno como guardan también en su memoria otra grandísima pedregada de la que en septiembre se cumplirán 90 años. Si hoy hablamos de granizo del tamaño de ‘huevos de gallina’ ya entonces se medía el diámetro de unas piedras de hielo que superaban los 8 y los 9 centímetros. En aquella ocasión más de 70 personas tuvieron que ser atendidas por diversas lesiones del pedrisco e, incluso, un menor murió electrocutado. Lucernarios destrozados, postes derribados y paseos convertidos en ríos fueron algunas de las estampas que lejanamente recuerdan a lo sucedido hace cinco días en Parque Venecia o Cuarte.

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