La ruta del sinhogarismo femenino: "Sacar a una mujer de la calle es un éxito"

Dos trabajadoras sociales recorren cada martes el centro y algunos barrios de Zaragoza para acercarse a las mujeres sin hogar, escucharlas y conseguir echarles una mano.

Lucía Capilla y Lucía Conde conversan con un hombre sin hogar en la plaza de José María Forqué
Lucía Capilla y Lucía Conde conversan con un hombre sin hogar en la plaza de José María Forqué
Guillermo Mestre

Otro martes más, dos Lucías trabajadoras sociales –Capilla, de la parroquia del Carmen, y Conde, del proyecto de personas sin hogar de Cruz Roja– visitarán a algunas de esas 35 mujeres que tienen localizadas que viven en las calles de Zaragoza. Tienen entre  25 y  66 años. Las escuchan, hablan con ellas, se ganan poco a poco su confianza y, si dan pie, les proponen que vayan al ropero, al comedor o al albergue municipal, pero "siempre bajo las reglas de la baja exigencia, a su ritmo", coinciden ambas sobre su forma de trabajar. El sinhogarismo femenino es mucho más oculto, más invisible y más vulnerable, porque ellas sufren además la violencia estructural que afecta a muchas mujeres.

Empezaron estas rutas juntas el pasado junio, cuando se disparó la presencia femenina entre los sin techo. "Sacar a una mujer de la calle es un éxito", asegura Lucía Capilla, que será la coordinadora de la Casa Abierta que se ha puesto en marcha en colaboración con el Ayuntamiento de la capital aragonesa. Está vacía y de esta labor de "pico y pala", de crear vínculos con ellas, depende en buena medida que se llenen sus seis plazas. A veces ocurre el milagro. Como cuando hace unas semanas Mihaela les dijo que quería probar en el albergue. "En algún momento hacen clic y no hay que perder tiempo. Llamamos a ver si había plaza, cogimos un taxi y en cinco minutos estábamos allí. Vale la pena si están dispuestas", explican. "El riesgo es proponerles algo que para nosotras puede ser positivo y que ellas lo rechacen. Se consigue el efecto contrario y puedes echar por tierra todo lo que has ganado durante semanas", reconocen.

Cuando empiezan su itinerario a primera hora de la mañana no saben a quién van a encontrar. En una céntrica vía puede estar Conchita (nombre ficticio) que apareció con el confinamiento, las avisaron de que había aparecido pidiendo a la puerta de los supermercados. No hace uso de ningún recurso y se gana la vida "pidiendo al parón". Hasta para ellas es un misterio dónde se esconde para pasar las noches. "Nos dice que tiene su agujerito y que no está mal, pero nunca hemos llegado a saber dónde está", cuenta sobre ella Lucía Capilla. "Puede ser la única persona que desde que conozco no se ha quitado la mascarilla ni un segundo estando conmigo. Dice que gracias a ella tiene la cara menos roja", señala sobre su forma de ser. Con ella mantienen en ocasiones "conversaciones profundas, filosóficas, cultas y racionales".

Cerca de una Unidad de Atención y Seguimiento de Adicciones (UASA) las dos Lucías coinciden con una mujer de 49 años que tiene cita en este centro por su alcoholismo. La conocieron viviendo en un trastero, pero en el confinamiento ocupó una casa en El Gancho y ahora está durmiendo en una plaza junto a su compañero y otro grupo de personas sin hogar. Tiene la tez dura y curtida por el sol y su entorno familiar y personal están vinculados a episodios de violencia. Su caso lleva a Lucía Conde a plantear los problemas con que se encuentran para tratar las adicciones de las personas en situación de calle. "Si les das la medicación para varios días la llevan todo el tiempo encima y surgen conflictos de robos y trapilleos. Es una situación complicado. Por eso en algunos centros se opta por que vayan con más frecuencia y así se les controla", explica. 

Toca desplazarse al barrio de Torrero, en el que una mujer rumana pernocta en el cajero de un banco. Cada noche entra con el carrito lleno de sus pertenencias y cartones para protegerse y antes de que la entidad abra al públicos vueve a salir con todo en bolsas y ordenado a su manera. Es difícil mantener una conversación con ella porque siempre acaba hablando de religión, pero las dos Lucías consiguen que les cuente que su dolor de garganta va mejor estos días gracias a las pastillas que le facilitaron la última vez que se vieron. Se protege con un sombrero y se asea con toallitas mientras tamién se preocupa de que sus visitas tengan un cartón limpio para sentarse en el banco de piedra. 

Casi la mitad de estas mujeres sin techo sobreviven en soledad. "Yo siempre lo digo, que para muchas de ellas el refrán es al revés. Te suelen decir que más vale mal acompañadas que solas. Se sienten protegidas si están con alguien, pero eso no evita que sufran agresiones y tengan que salir corriendo más de una vez", apunta Lucía Capilla. Su compañera de itinerario y profesión reconoce que tienen que aprovechar cuando "bajan la guardia y, por ejemplo, necesitan ir a un hospital, para ofrecerles ayuda y que la acepten. Los problemas de salud mental son habituales en este colectivo y suelen coexistir con otras enfermedades físicas, sobre todo en aquellas que llevan largo tiempo sin una estabilidad residencial. Hoy las dos Lucías salen dispuestas a conocer a una nueva mujer de la que les han hablado. Tristemente, ya serán 36.

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