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Mantones: joyas de puntadas en seda

El bordado de un mantón puede prolongarse hasta tres meses. El proceso comienza, lapicero en mano, con el dibujo del diseño.

Flecos al cierzo y flores en otoño. Los mantones son estos días unos jardines bordados que siembran de alegría las calles de Zaragoza y otras localidades aragonesas, aunque también los hay bordados con otros motivos decorativos. Los hombros y brazos de las mujeres son el marco sobre el que se exponen estas joyas de hilo. Tras estos lienzos de seda se esconden meses de minucioso trabajo.

La cabeza de un tigre que había dibujado su hermano fue lo primero que bordó Olga Remiro Sierra cuando tenía 12 años. Su infancia fue entre hilos, junto a su madre Carmen y su tía Bienvenida. "Ellas bordaban y yo me sentaba a su lado", recuerda Olga. Asegura que se crió con el sonido de la máquina de coser de fondo. Ahora es ella la que pisa el pedal de la máquina para bordar en La Bordería, un espacio creativo en el barrio de Torrero de la capital aragonesa.

"El primer paso es elegir el tipo de tela, que normalmente es seda, y su color", explica Remiro con un mantón sin bordar de color rojo. Coge un lapicero y sobre papel de seda comienza a dibujar las flores y ramas que más tarde decorarán el mantón. "En mi caso, siempre es exclusivo y me gusta diseñarlo con la persona que lo va a llevar", menciona.

Una vez que ya tiene el boceto se coloca sobre una mesa de cristal. Un "paso importante" es casar el dibujo con la pieza de tela para que no se plasme descentrado. Se proyecta luz desde abajo para calcarlo. Con mimo y concentración, Olga repasa sus propios trazos, en esta ocasión sobre la tela. Cuando ha terminado, apaga la luz de debajo de la mesa y se dirige a la máquina de coser. De camino a su trono de bordar, ajusta el mantón en un bastidor, con la maña y la soltura que le han dado los años. Deja la tela totalmente tensa. Se sienta y, en una pirámide de carretes de hilo, elige los que mejor pueden ligar con el color de la tela. "Voy a escoger uno claro que el mantón es de un color fuerte", medita la bordadora zaragozana.

El bordado de un mantón, del esbozo a lucirlo en la calle.
El bordado de un mantón, del esbozo a lucirlo en la calle.
Guillermo Mestre

Sus pies empiezan a balancearse en el pedal, la rueda gira con velocidad y la aguja, con garbo, penetra una y otra vez en la seda. Primero repasa el contorno y después hace el relleno. "Se realizan distintos tipos de puntadas de bordado, para darle más volumen o una textura diferente", expone Remiro.

El tiempo de bordado y el precio dependen de varios factores, como el tipo de mantón o el diseño. Olga ha bordado triangulares –medio mantón- o cuadrados, tanto una mitad como las dos. "Puede ser que la mitad sea de un estilo y el otro de otro, lo que permite utilizarlo para diferentes ocasiones", sostiene Remiro. En cuanto a los diseños, siempre será más caro uno más tupido que otro en el que solo haya un motivo floral centrado, por ejemplo. Por lo general, el tiempo de bordado de uno de estos mantones puede ser de unos dos o tres meses, y el precio puede llegar hasta los 6.000 euros. "Uno de niña, que no tiene tanto trabajo será en torno a los 700 euros", apunta Olga mientras atusa uno pequeño de color rojo que han lucido varias generaciones de su familia.

"Es una prenda muy vinculada al traje regional, pero no hace falta recogerlo en el armario después de estos días porque se puede utilizar mucho más a menudo – recalca Remiro-. Puedes usarlo en bodas, porque es una prenda muy elegante que contrasta muy bien con vestidos y trajes, o puedes utilizarlo una tarde de otoño, cuando empieza a refrescar y sustituir la chaqueta por un mantón". Además, apunta que son fáciles de combinar, en especial si son de colores más neutros.

"Este verano he leído varios artículos que defendían que el mantón se puede llevar todo el año, que no pasa de moda", continúa la zaragozana, que también apuesta por darle más usos más allá de ponerlo sobre los hombros y usarlo, por ejemplo, como falda.

Una vida de bordados

Su tía Bienve trabajaba para prendas de niños y novias y como Olga quería sacarse un dinero empezó a ayudarle a hacer cuellos para esas ropas. Puntada a puntada llegó a lo que ella ha denominado "bordado artístico". Ha pasado por la decoración religiosa –estandartes, casullas…- a lo más alternativo en las chupas de sus amigos durante los 80. En las paredes de su taller lucen clásicas esculturas o barcos que surcan el mar -que más parecen fotografías por su precisión-, también un gran espejo con el marco bordado o pájaros en retales que van camino de ser una lámpara.

Una visita a la cordonería de la calle de Espoz y Mina y el arreglo de un capote de paseo también le llevaron al ruedo de lo taurino. Su máquina de coser se convirtió en parte de su equipaje y le acompañaba allí donde iba. Con ella viajó a Bilbao, donde se mudó para estudiar Psicología, y a Madrid, la ciudad en la que se quiso formar para el PIR. "Cuando llegué a la capital cogí el listín telefónico para conseguir las direcciones de todos los sastres taurinos y me presenté en cada uno de ellos con una muestra de mi trabajo", relata Olga décadas después. Así, ha llegado a los cosos más importantes. "Rivera, José Tomás o Enrique Ponce, entre otros tantos toreros de primera línea, han lucido creaciones mías en sus capotes de paseo", dice.

Tras décadas bordando en su casa, en la segunda quincena de septiembre decidió dar el paso de levantar la persiana de un taller, en su barrio de siempre, en Torrero. Este negocio de la calle de Jenaro Checa se ha concebido como un espacio en el que da clases particulares de bordado y está abierta a recibir a otros creativos. En el escaparate todo son miradas que se detienen para ver sus trabajos y recordar, con cierta nostalgia, cuando bordar era una práctica más habitual que ahora. No obstante, comienza la cantera bordadora: Olga ya tiene un alumno y una alumna que han comenzado a dar sus primeras puntadas.

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