aragón, de puertas adentro en pandemia

David Sánchez: confinado en 60 metros, con una batería, vecinos y ganas de tocar

El percusionista zaragozano se ha enfrentado al reto de adaptar sus clases particulares de percusión a la era covid, sin salir de casa ni molestar a sus vecinos.

David Sánchez, percusionista.
David vive en un apartamento en San José, allí pasó el confinamiento, con su batería, sus bombos y sus ganas de tocar pero no de molestar a sus vecinos.
Guillermo Mestre

Prosigue el recorrido por algunos hogares aragoneses que relatan las distintas realidades que se han producido desde la llegada de la pandemia. David Sánchez es un percusionista de 31 años, que ha vivido los peores meses de la pandemia de una manera muy peculiar. Rodeado de baterías, bombos y cajas sordas. Instrumentos que, durante días, se vieron obligados a permanecer en silencio.

“Claro. De la noche a la mañana me quedé sin clases en las academias, ni particulares, ni bolos. Me tuve que buscar la vida para adaptar las lecciones al formato ‘online’ sin ocasionar un problema a mis vecinos. Este tipo de instrumentos hacen mucho ruido”, admite, preocupado. Profesor de percusión en las escuelas de música de La Almunia, Utebo y María de Huerva, así como integrante de grupos como Flowmenco, Mañambo o Fuera de clave, la vida de David siempre ha estado vinculada a la carretera. Por eso, el verse encerrado en su casa de la noche a la mañana, supuso un duro golpe para él.

Vecino del barrio de San José desde el año 2017, su piso tiene una superficie de unos 60 metros cuadrados. En cada habitación hay algún elemento que tiene que ver con la música, aunque en la dependencia que más tiempo ha pasado ha sido en el salón, frente al ordenador portátil, acompañado de sus cajas sordas, nuevos elementos que han entrado a formar parte de su vida a la fuerza.

“Era agotador, más para los alumnos. Nos hemos pegado meses todo el día frente a una pantalla, sobre todo los críos entre las clases, las extraescolares… Aun así, para ellos era media hora, para mí eran dos tardes a la semana de 15.00 a 20.30 sin levantarme de la silla”, relata.

La noticia del Estado de Alarma le pilló en una formación en Madrid. “Me dijo uno de los profesores, vete que nos van a cerrar. Yo no le estaba dando importancia porque creo que era demasiada información de golpe para mí”, admite. Reconoce que nunca olvidará la impresión de volver completamente solo por la autovía hasta Zaragoza. Ya en casa, se dio cuenta de lo que esa nueva realidad suponía: “Los primeros días no podía dormir ni comer de los nervios así que me volqué de lleno en la creatividad. Empecé a componer y a escribir sin parar”.

También se preocupó de crear nuevas rutinas para hacer frente a la ansiedad, tales como hacer deporte, salir a comprar y cuidar sus plantas, o seguir trabajando en sus redes sociales, en las que reconoce que participó en diversos retos musicales. Tanto tiempo en casa le sirvió para darse cuenta de la vida “tan desorganizada que llevaba”. También pasó largos ratos en la cocina, de hecho, este zaragozano no tiene televisión: “Veía documentales en el ordenador, pero no ha sido lo que más me ha motivado durante estos meses”.

Otra cosa que buscaba constantemente era el contacto con la luz del sol, para lo que pasaba largas tardes tocando en la terraza. “Los fines de semana salíamos a socializar. Un día se casaron unos vecinos frente a mi casa, salieron a la terraza vestidos de novios y se lio una buena. Yo saqué el altavoz para poner algo de música”, recuerda.

La música le ha acompañado desde que tiene uso de razón, desde que vivía en La Zaida, donde estuvo hasta los 18 años cuando comenzó a estudiar en el conservatorio de Zaragoza. Fue allí, en La Zaida, donde entró en contacto por primera vez con la música a través de la cofradía Virgen de los Dolores. De allí pasé a formar parte de la banda de Sástago. “Ya de crío le pedía a mi madre que me pusiera canciones de Celia Cruz y la mujer alucinaba. En mi casa siempre ha habido música y arte por todos lados”, admite.

David se enamoró de la percusión y en concreto de la "independencia multidisciplinar". ¿Qué significa esto? Pues que, cada parte de su cuerpo va por un lado distinto, pero todo al mismo tiempo. “Es una modalidad que apareció en La Habana ante la necesidad de reducir el número de gente que formaba parte de los grupos musicales con el objetivo de abaratar costes. Un mismo músico hacía lo que harían tres o cuatro artistas al mismo tiempo”, explica.

Un año y tres meses sin subir a un escenario

Con unas ganas locas de volver a subirse a los escenarios y un calendario que comienza a quedarse sin huecos los próximos fines de semana, David asegura que la situación para los músicos, artistas y técnicos dedicados al mundo de la cultura ha sido “devastadora”. “No he ingresado nada por esta vía y me he visto obligado a tirar de ahorros. Ha sido duro verse así. Toda la vida estudiando, formándome y tratando de mejorar para verme así de solo y vulnerable. La pandemia me colapsó mucho en este sentido”, admite.

Ha atravesado momentos tan complicados que incluso se ha planteado si debía continuar por ese camino. “Estaba tan desesperado que hice un currículum, otra cosa que no había pensado nunca porque jamás lo había necesitado. Afortunadamente, dado que todo el mundo pasaba mucho más tiempo en casa, tan solo me salieron más alumnos y nuevas clases”, reconoce entre risas.

“La música para mí lo es todo. Es mi cura espiritual. Una válvula de escape que también da algunos problemas, pero que siempre logro solucionar. Es una liberación y, cuando empiezas a profesionalizarte, es una gran responsabilidad”, admite. Para este percusionista, encontrar esta manera de expresarse cuando era un niño fue como salir de otro confinamiento, uno más personal, del que ya logró zafarse gracias a la música: “Realmente llevo toda la vida en cuarentena, la música me permite sentirme libre de vez en cuando”. 

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