Como un gigantesco hormiguero, el Mercado Central era este martes un ir y venir de personas que se afanaban con expresión de agobio por ultimar la puesta a punto de los 69 puestos que mañana abrirán sus puertas al público. Vendedores, transportistas, personal de seguridad, técnicos municipales y un sinfín de gremios herramienta en mano transmitían una sensación de estrés de la que no era partícipe Julio Artigas, miembro de la saga de detallistas más longeva de la lonja zaragozana.

«La bisabuela de mi mujer comenzó a vender en el Mercado Central en 1942 los productos que producía en su huerto, explicaba este frutero, que detallaba que «entonces los hombres de la familia trabajaban la tierra y luego las mujeres vendían en el puesto». 72 años después, su hija Natividad Artigas representa ya la quinta generación de una saga que solo ha dejado la histórica infraestructura por motivos de causa mayor.

«Yo llevo 42 años, viví la última reforma, que fue más corta que esta, pero que nos obligó a estar cinco meses fuera. En esta ocasión, el mercado provisional nos ha dado la vida», relataba desde su nuevo punto de venta, en el extremo más próximo a las Murallas Romanas, al que solo le faltaba «colgar las balanzas y la tarima del suelo». A su juicio, la intervención que ahora culmina «es la más bonita» que ha vivido, y aseguraba que gracias a ella llegarán nuevos públicos.

«Va a ser un cambio a mejor, porque mantendremos la clientela de siempre y ahora vendrán más jóvenes», decía. «La hostelería será un punto de encuentro y además, el parquin dará facilidades a los clientes», argumentaba el detallista.

Al igual que el resto de vendedores del Mercado, Julio Artigas visitará este miércoles las nuevas instalaciones con sus familiares junto al alcalde de la ciudad, Jorge Azcón. Eso sí, a lo largo del día deberá encontrar un hueco para nutrir el puesto de los productos que lleva décadas vendiendo. «En eso no habrá cambios, hay que cuidar a la clientela de siempre», concluía.