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El primer robot que ejerce de camarero llega a Zaragoza

En la cafetería Atrapasueños, al inicio de Tomás Bretón, funciona estos días en pruebas un androide programado para recorrer los veinte metros largos que separan la cocina del local de las mesas. Porta platos y viandas (hasta un máximo de 25 kilos) e, incluso, desea "buen provecho".

Aún hay que tenerle paciencia. Ayer era su primer día y se le vio algo apurada. Eso sí, llamó la atención sobremanera y los sorprendidos clientes de la cafetería Atrapasueños (en el número 4 de Tomás Bretón) no dejaron de hacerse fotos con ella, atraídos por su aspecto futurista y por lo ‘lynchiano’ de la escena.

Mulán es la primera robot-camarera de Zaragoza. En Madrid y en Valencia ya funcionan algunos de forma experimental desde el pasado verano y la moda le ha llegado el turno a la capital aragonesa. La androide no atiende a los clientes como hacen sus compañeros humanos, sino que su cometido es llevar los pedidos de la cocina a la mesa. Recoge los platos en sus brazos con forma de bandeja (puede soportar hasta 25 kilos), se le indica la mesa que ha hecho la comanda y transporta hasta allí las viandas, pues previamente tiene esos recorridos programados. Si algo se interpone en su camino -una silla, un cliente, un niño correteando…- se frena, espera un par de segundos y se le escucha decir: “Permítame el paso” o “Me está obstruyendo el camino”. Porque Mulán también puede hablar con una voz metálica, pero que nadie intente conversar con ella porque sus mensajes -también previamente grabados- son un tanto limitados. Eso sí, en cuanto te lleva la comida desea “buen provecho”.

“Cogí la idea de un compatriota que tiene un restaurante en Valencia. En China son muy comunes, quizá incluso demasiado, los robots en distintos ámbitos. Aquí es una novedad y una curiosidad”, dice Cristian Yang, responsable de la cafetería-restaurante que ofrece “comida casera española”.

El joven de ascendencia china lleva 17 años en Zaragoza y se considera “un maño más”. Yang explica que se convenció de comprar a Mulán porque “el bar es bastante grande”. “De la cocina a la barra principal habrá más de 20 metros y, sobre todo por las mañanas en los desayunos, los camareros se tienen que dar continuos paseos para llevar y traer la vajilla”. El local está todo a nivel, pues algún pequeño escalón que había antes de la última reforma se eliminó para crear suaves rampas, “no solo pensando en los robots”, aclaran.

Aunque no se le ven a simple vista ni cables ni circuitos, Mulán lleva un pañuelo al cuello acaso para humanizarla. En su parte trasera, lo que vendría a ser lo que deja al aire el mandil, porta un cartel con una de esas frases tan Mister Wonderful: “Cocinar con amor alimenta el alma”. Esta becaria llegada del futuro tiene una cámara en la cabeza y sensores de movimiento en los brazos. Es gracias a ellos por los que no se choca con los obstáculos del local, aunque a veces hay que apartar alguna mesa para dejarle paso. “Hasta el momento no ha roto ni se le ha caído nada”, cuenta Yang, que hizo una inversión de unos 5.000 euros para hacerse con el autómata, aunque hay de distintos precios según el ‘software’ que lleva dentro. Su idea, si funciona, es incluso aumentar la familia robótica y adquirir un par de máquinas más, si bien explica que “ayudan y aligeran el trabajo, pero no sustituye a los camareros reales”.

“Es más una curiosidad que otra cosa. Su función tampoco es la de trabajar a destajo sino la de evitar un montón de paseos a la cocina. Esa y, claro, también es una publicidad “, explica el gerente, que cree que un robot así no solo sirve para hostelería sino también para otros sectores. En el bar lo que hace es transportar la comida, si bien luego el cliente tiene que cogerla y depositarla en la mesa. Una vez acabada esta operación, se le toca el brazo y la propia Mulán da media vuelta y regresa a la cocina. Su programación germinal se hizo vía satélite desde China pero ahora ya se le puede controlar a través de la tablet del propietario.

“Nos quita unos viajes, y cuatro platicos, pero aquí no dejan de cocinar los cocineros ni de atender y servir los camareros. Es una cosa vistosa”, dice Carlos Chavarría, el encargado del local, que asegura que nadie del personal mira a Mulán con recelo. El bar está atendido por cinco camareros y, ahora, incorpora a la nueva correturnos, que es seria, formal y poco propensa al cortocircuitos (de ‘burn out’ ni hablamos).

En la barra del Atrapasueños, que abrió la pasada Navidad, hay división de opiniones. A algunos clientes les parece una innovación simpática y aseguran que volverán con sus hijos para que lo vean. “Deja, deja, que empezarán a darles órdenes contradictorias como a Alexia”, dicen. A otros clientes, Mulán les deja algo fríos. La ven pasar, la miran con extrañeza, tuercen el gesto y continúan leyendo el periódico. “Habrá que ver qué dicen los sindicatos de esto”, bromean dos jóvenes en la barra, al tiempo que una señora con bastón sortea “al bicho” diciendo entre dientes “aún me atropellará”.

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