Zaragoza

Un goteo de aperturas en los últimos años afianza el fenómeno coworking

El número de espacios compartidos de trabajo supera la veintena solo en Zaragoza. También algunos pequeños municipios cuentan con el suyo.

En El Gancho Coworking colaboran 17 trabajadores en dos estancias diáfanas.
En El Gancho Coworking colaboran 17 trabajadores en dos estancias diáfanas.
Daniel Becerril

Hace apenas una década, hablar de coworkings era nombrar un modelo prácticamente inédito, desconocido para la gran mayoría de los aragoneses. Empezaban entonces a sonar algunas propuestas con sustento público más cercanas a los semilleros empresariales, pero poco a poco el fenómeno fue creciendo y afianzándose por los distintos barrios hasta el punto de que hoy en día resulta complicado listar todos y cada uno de estos particulares centros de trabajo, la inmensa mayoría de iniciativa privada.

La veintena larga de coworkings zaragozanos son, a grandes rasgos, oficinas sin jefes, que dan cobijo a profesionales de sectores de lo más diverso y que colaboran estrechamente entre ellos. Sus ocupantes más comunes son los autónomos, pero también son habituales los empleados por cuenta ajena que trabajan a distancia y prefieren disponer de un espacio en el que poder marcarse una rutina. Una tercera figura es la de las asociaciones que, en lugar de alquilar o comprar un local propio, optan por contar con una mesa y una de las salas de reuniones que la inmensa mayoría de estas oficinas compartidas tienen.

En 2017 aterrizó en Zaragoza El Gancho Coworking, pionero en el barrio de San Pablo y ubicado a escasos metros de la avenida de César Augusto. "Antes de abrir las puertas ya teníamos dos mesas reservadas y al año estaban las 17 ocupadas. La demanda es muy alta y es previsible que siga creciendo ya que, por cómo evoluciona el mercado laboral, cada vez hay más autónomos y trabajadores ‘remotos’, cuya empresa se encuentra a cientos de kilómetros. Nosotros contamos con compañeros de espacio que trabajan para sociedades de Bélgica, Madrid, Barcelona...", explica Isaac García, impulsor junto a su hermano Moisés del local de la calle San Pablo. Juntos se dedican también al sector de las reformas con su propia empresa, Rehabitef.

El principal valor de los coworkings es la colaboración, las famosas sinergias que surgen entre los ‘coworkers’. “Tener en un mismo recinto a especialistas en ámbitos de lo más diverso te evita perder media mañana en una gestión o en resolver cuestiones relativametne sencillas. Pueden desde echarte una mano con la edición de una fotografía a rematar un documento Excel o despejar una cuestión en materia fiscal. Cualquier duda te la puede ayudar a resolver alguno de los compañeros, las dinámicas de trabajo son muy positivas”, valora García.

La mayoría de los centros tienen grandes espacios diáfanos en los que se disponen las mesas de trabajo con acceso a una buena conexión a internet. Se completan con salas de reuniones cerradas y cocina. Cada coworking se caracteriza por sus diferentes estancias y equipamientos. “En el nuestro, además de la sala de reuniones, contamos con un espacio de descanso, aparcamiento para bicicletas, impresora...”. La mayoría también destaca por su cuidado aspecto, siempre con buena luz, con ambientes minimalistas o industriales, como es el caso del de San Pablo.

Y aunque se prevé que el sector siga creciendo de forma paulatina, lo cierto es que la rentabilidad de este tipo de negocios exige ciertos malabarismos. “Como modelo de negocio es arriesgado, complicado -abunda García-. Si no has heredado el local o lo adquieres por una cantidad ventajosa, requiere compaginarlo con otro trabajo. Es importante que la gente no se lleve a engaño antes de lanzarse a la piscina”.

No solo en la ciudad

El goteo de aperturas de los dos últimos lustros no salpica únicamente a las ciudades. Municipios de menor tamaño también ven en los coworkings una buena forma de atraer y fijar a trabajadores que buscan una vida tranquila y cuya actividad les permite emplearse desde cualquier rincón del mundo. Valderrobres inauguró en abril Matarraña en red, un espacio ubicado en la sede de la comarca y dirigido a jóvenes de entre 18 y 35 años. También Calamocha, Aínsa y Boltaña, por citar algunos ejemplos, cuentan con el suyo.

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