Tumbas ocultas y otras sorpresas para endulzar la labor del resturador

El Monasterio de Piedra es una mina de tesoros que ha embaucado a los sucesivos arquitectos que se han visto al frente de los trabajos de restauración y conservación de sus edificios.

Ruinas de la iglesia del Monasterio de Piedra
Ruinas de la iglesia del Monasterio de Piedra

Su simple mención es suficiente para evocar el sonido de sus cursos de agua y el verde intenso de su abrupto y frondoso paisaje. Pero el Monasterio de Piedra es mucho más. Es una mina de tesoros que ha embaucado a los sucesivos arquitectos que se han visto al frente de los trabajos de restauración y conservación de sus edificios.

Joaquín Soro es uno de ellos. Este aragonés -ahora ya jubilado- ha dedicado quince años de su vida a la labor de redescubrir las riquezas del monasterio. Fue designado arquitecto restaurador del conjunto en 1996 y ese encargo le ha traído algunas de las recompensas más dulces de su carrera.

Por aquel entonces, la sociedad anónima que gestiona el monasterio (integrada por descendientes de la familia Muntadas) ya había acometido la reconstrucción de las cubiertas. De modo que Soro entró para encargarse de lleno de la restauración del claustro, una obra que estuvo llena de sorpresas. Este elemento había sufrido una importante transformación en el siglo XVIII. Por un lado, los monjes habían tapiado los muros exteriores y, además, sobre los capiteles y mamposterías que formaban los arcos de crucería habían colocado unas reproducciones en yeso que ocultaban las originales. “En la época barroca el gótico era un arte poco respetado y debieron de considerar que eso era poner al día el monasterio”, explica ahora el arquitecto.

“Empezamos a hacer catas y nos encontramos con la sorpresa de unos preciosos capiteles cistercienses con motivos de plantas que pudimos recuperar. Además, al derribar el tapiado apareció una de las mayores alegrías que me ha dado el monasterio: tres tumbas de arcosolio que habían permanecido allí ocultas durante cientos de años y que gracias a eso se habían salvado de los saqueos que hubo durante la ocupación francesa y tras la desamortización del 35“.

Tras devolver al claustro su aspecto original, Soro abordó la sala capitular, el recinto en el que antiguamente se reunían cada tarde los monjes y que a principios del siglo XX se había reconvertido en sala de billar. “Le devolvimos su esencia, armamos las columnas y recuperamos la policromía barroca. De épocas posteriores mantuvimos un precioso escudo del Reino de Aragón que estaba en el centro de la puerta de entrada, un escudo barroco de madera policromada”.

En la época de Soro al frente de las restauraciones se actuó también en el calefactorio, donde aparecieron vigas renacentistas que el arquitecto define como “una preciosidad”; en la bodega, que ahora alberga el Museo del Vino de la Denominación de Origen de Calatayud; y en la fachada del palacio abacial.

Cuando la familia Muntadas adquirió el monasterio, la iglesia ya era un montón de ruinas. Algunas teorías apuntan al terremoto de Lisboa como causante del derrumbe de su bóveda, pero también cabe la posibilidad de que fuera bombardeada durante la Guerra de la Independencia. Tras descartar la reconstrucción, la actual sociedad gestora se propuso devolverle algo de su esencia y dignidad original y a día de hoy es uno de los lugares con más encanto del conjunto. Entre sus ruinas, de hecho, se celebran bodas tanto civiles como religiosas.

Joaquín Soro recuerda con especial cariño la restauración del rosetón. Este había desaparecido junto a toda la decoración interior pero, afortunadamente, seguían por allí esparcidas la mayor parte de sus piezas, por lo que se pudo “armar el puzzle“. También se actuó en los muros y la fachada y se reforzó el crucero, que estaba partido por la mitad. A día de hoy, parte de la bóveda se mantiene en pie gracias a unos tirantes provisionales.

En 2011 Soro abandonó su puesto por problemas de salud y fue sustituido por la arquitecta Belén Gómez Navarro, quien asumió la elaboración de un plan director y de una propuesta de actuaciones a largo plazo.

En estos años, Gómez ha continuado con las tareas de restauración y en 2013 se inauguró la gran escalinata y la bóveda del hotel en una intervención que permitió sacar a la luz algunas pinturas renacentistas de los siglos XVI y XVII. La arquitecta fue reconocida gracias a esta actuación en los premios García Mercadal de 2015.

Un año después, además, Gómez Navarro dirigió las obras de restauración de la fachada sur del hotel, que no es ni más ni menos que la misma por la que se asomaban los monjes del císter desde sus celdas hace cientos de años. Al mismo tiempo, el arquitecto Pablo Ortega asumió la intervención en la plaza de San Martín.

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