Monasterio de Piedra

Ocho siglos de leyenda


"A orillas del río Piedra me senté y lloré. Cuenta una leyenda que todo lo que cae en las aguas de este río -las hojas, los insectos, las plumas de las aves- se transforma en las piedras de su lecho. Ah, si pudiera arrancarme el corazón del pecho y tirarlo a la corriente; así no habría más dolor, ni nostalgia, ni recuerdos"

Paulo Coelho, ‘A orillas del río Piedra me senté y lloré’. Booket, 2011.

Orígenes

Tras los paisajes del Monasterio de Piedra, oasis natural de la Comarca de Calatayud, se esconde una historia de 800 años. Originalmente fue una fortaleza de defensa musulmana conocida como el Castillo de Piedra Vieja pero tras la Reconquista, a finales del siglo XII, el rey Alfonso II de Aragón cedió las instalaciones a la Orden del Císter de Santa María de Poblet con objeto de que allí se estableciese un monasterio cisterciense.

Entre 1195 y 1218, doce monjes y un abad venidos de Tarragona impulsaron la construcción de los edificios, marcados por la transición del arte Románico al Gótico. La arquitectura es sobria, sencilla y austera. Como la vida de los primeros hermanos que allí se asentaron. Y es que la filosofía del Císter dice que “nada debe distraer de la búsqueda de Dios”.

Sala capitular del Monasterio de Piedra según acuarela de Valentín Carderera

Los ‘hijos del agua’

«La fundación del Monasterio de Piedra está vinculada a las repoblaciones de la segunda mitad del siglo XII y a la expansión de los cistercienses de Poblet por la denominada Corona de Aragón. Ocupaban territorios deshabitados y sin cultivos, estableciendo comunidades filiales», explica Octavio Vilá, actual abad del Monasterio de Santa María de Poblet, y destaca lo “novedoso” que fue el asentamiento en Nuévalos.

«Inicialmente fueron trece monjes -reflejo de Cristo y los 12 apóstoles- pero después se fueron incorporando muchos más, con la particularidad de que unos eran de coro y otros conversos. Esto quiere decir que los primeros se dedicaban al ámbito estrictamente religioso y el resto a las labores de campo u otros trabajos», señala Vilá, antes de aclarar que esta división motivó la construcción del llamado corredero de conversos. «Hasta el Concilio de Vaticano estuvieron totalmente separados. Llevaban vidas diferenciadas dentro del recinto, que adoptó la estructura típica de nuestra Orden: claustro, jardín central y galerías«, añade, y ensalza la «tremenda importancia» del agua.

La arquitectura hidráulica era casi una obsesión para los monjes. De ahí que las obras del Císter se levantasen siempre en valles o bosques bien provistos de agua. El río Piedra abastece al monasterio al que da nombre. “Nuestros monjes son conocidos como los ‘hijos del agua’. Hay tesis doctorales que hablan del aprovechamiento de este recurso, que fue un verdadero foco económico durante la Edad Media y buena parte de la Moderna”, completa Vilá, refiriéndose a los 650 años que los cistercienses permanecieron en tierras zaragozanas.

"La arquitectura hidráulica era casi una obsesión para nuestros monjes"

Octavio Vilá, actual abad del Monasterio de Santa María de Poblet

Durante este periodo, los monjes abandonaron el Monasterio en tres ocasiones: en 1808, cuando a raíz de la Guerra de la Independencia el recinto fue ocupado por el ejército francés; entre 1820 y 1823 (Trienio Liberal); y en 1835, con la Desamortización de Mendizábal, de forma definitiva. “Como ya les había tocado salir varias veces, intuyeron que volverían y dejaron muchas de sus pertenencias. Pero a la tercera fue la vencida y no hubo marcha atrás. Su salida marcó un antes y un después, puesto que prácticamente significó el adiós de la Orden. Los hermanos dejaron de habitar monasterios hasta la refundación de Poblet en la segunda mitad del siglo XIX”, concluye Vilá.

Claustro del Monasterio de Piedra. Antonio Burgos

De la desamortización a nuestros días

Este plan, impulsado por el ministro de Hacienda Juan Mendizábal, consistió en expropiar monasterios en decadencia y el de Piedra fue uno de los afectados. Durante un lustro el convento estuvo abandonado y fue víctima del expolio y los saqueos hasta que en 1840 los bienes que quedaban fueron inventariados y subastados por el Estado. Los edificios y terrenos colindantes fueron adquiridos ese año por 1.250.000 reales por el industrial barcelonés Pablo Muntadas Campeny.

Años más tarde, su hijo Federico convirtió el paraje en el parque natural que hoy conocemos. De entrada, amplió y encauzó los cursos de agua, extendió la vegetación y abrió nuevos caminos. Ya en 1860, descubrió la Gruta del Iris y construyó escaleras en la roca para posibilitar la visión de este fascinador escenario.

Vista 360º de la Gruta Iris. Ramón Salanova y Pablo Alfonso para Zaragoza provincia 360, un proyecto de la Diputación Provincial de Zaragoza.

A finales de esa misma década, fundó la primera piscifactoría de España, abrió una hospedería de hidroterapia e impulsó una ruta para los huéspedes. Las ruinas y dependencias monásticas habían quedado convertidas en un complejo turístico que en 1945 fue declarado Paraje Pintoresco Nacional; en 1983 Monumento Nacional y en 2009 Bien de Interés Cultural (BIC). Cada año, más de 250.000 personas visitan las instalaciones.

Los rincones más representativos del Monasterio de Piedra

Los días 17, 18, 19 y 20 de abril, el complejo acogerá la celebración del I Congreso Internacional ‘Monasterio de Piedra, un legado de 800 años. Historia, Arte, Naturaleza y Jardín’, con motivo de la efeméride de los ocho siglos de su consagración. El objetivo es reunir un elenco variado de especialistas que analicen la importancia del Monasterio de Piedra desde sus distintas perspectivas. Además, el 16 de mayo, se inaugurará una muestra sobre los bienes que hay dispersos por el país.

Un delirio creativo

"Cuando la naturaleza quiere maravillar al hombre, desquebraja unas peñas, derrama unos chorros de agua y hace salir el sol. Esto es Piedra. ¡Artistas: imitadla!"

José de Castro Serrano, periodista y escritor de la segunda mitad del siglo XIX.

Es el 21 de diciembre de 1970. Está anocheciendo y Tomás Anglada llega en medio de la tormenta al Monasterio de Piedra. Allí, mientras trata de encontrar respuestas a preguntas sobre su pasado, el protagonista de la nueva novela de Mercedes de Vega se ve envuelto en una especie de ensoñación que le lleva, incluso, a escuchar cómo brotan de entre las piedras los cantos gregorianos de los monjes que ocuparon el lugar durante más de 600 años.

No es casualidad que la autora eligiese esta ubicación para meter a su personaje principal en un túnel del tiempo que confunde realidad y fantasía. De Vega, como tantos otros escritores, pintores, fotógrafos o compositores antes que ella, sintió «una especie de influjo» que la atraía cuando visitó el lugar por primera vez. Ese influjo la ha llevado a volver en varias ocasiones y a convertirlo en uno de los tres escenarios principales en los que se desarrolla su nueva novela ‘Todas las familias felices’, la segunda parte de la saga familiar de los Anglada.

«Es una zona maravillosa. La conocí hace quince años y fue todo un descubrimiento. Estaba en el proceso de idear la novela y me dije a mí misma ‘tengo que hablar de esto, de lo que es y lo que fue'», cuenta esta socióloga y escritora madrileña.

La escritora Mercedes de Vega en el Monasterio de Piedra

La socióloga y escritora Mercedes de Vega, en el Monasterio de Piedra

Todas las familias felices‘ vio la luz el pasado mes de marzo, justo el año en el que el Monasterio de Piedra celebra su 800 aniversario, aunque no es ni de lejos la primera vez que este pintoresco lugar ejerce como foco de creación artística o literaria.

En la segunda mitad del siglo XIX el Monasterio de Piedra ya era punto de encuentro habitual de los artistas más influyentes de la época. Reputados pintores, fotógrafos y escritores frecuentaban a menudo la propiedad de la familia Muntadas en busca de inspiración, de modo que sus jardines han protagonizado obras de arte de todos los géneros.

Vista 360º de la cascada Cola de Caballo. Ramón Salanova y Pablo Alfonso para Zaragoza provincia 360, un proyecto de la Diputación Provincial de Zaragoza

Los pioneros de la fotografía en España como Jean Laurent, Freudenthal o Júdez y Ortiz se cruzaron en sus salones y parajes con paisajistas de la talla de Carlos de Haes o Francisco Pradilla. En esa misma época, reputados compositores como el maestro Chapí y dramaturgos y poetas como Joaquín Dicenta, pasaban largas temporadas entre la quietud de sus vergeles y cascadas cuando necesitaban exiliarse para dar vida a una filigrana musical o escribir una zarzuela.

Lagunas (Piedra) Óleo sobre lienzo pegado a lienzo. Hacia 1872 HAES, CARLOS DE

Lagunas (Piedra). Óleo sobre lienzo pegado a lienzo. Hacia 1872 HAES, CARLOS DE. Colección del Museo del Prado

Allí, de hecho, se fraguó la partitura de Curro Vargas, uno de los títulos más emblemáticos del repertorio lírico español del siglo XIX. Ruperto Chapí se retiró a la casa veraniega de los Muntadas en el verano de 1898 y la compuso en tan solo trece días.

Años antes, el escritor Juan Varela había colaborado con su amigo Federico Muntadas en la difusión de las bondades de su propiedad publicando un extensísimo artículo en el que describía el conjunto que forman sus jardines como «un extraño y poético delirio» donde uno podría imaginarse a los personajes de ‘El sueño de una noche de verano‘ celebrando las bodas de Oberón y Titania. No es de extrañar que semejante alusión atrajese a los espíritus más románticos de todas las disciplinas artísticas.

El Museo del Prado y el Museo de Zaragoza custodian una buena cantidad de pinturas fruto de las estancias de De Haes, Espalter y Rull, Morera y Galicia o Comas Blanco o el mismísimo Pradilla. No en vano, a raíz de las múltiples estancias que allí pasaba el afamado pintor villanovense Francisco Pradilla y Ortiz, la familia propietaria decidió poner su nombre a uno de sus rincones predilectos.

Lectura del anacreonte. De Francisco Pradilla

‘Lectura del Anacreonte’ Francisco Pradilla y Ortiz.

Pero para enamorados de Piedra, Paulo Coelho. El dramaturgo solía pasar largas estancias en este enclave y todavía frecuenta el lugar con asiduidad, según confirman desde el propio complejo. No hay que olvidar que una de sus novelas más conocidas por estas tierras se titula ‘A orillas del río Piedra me senté y lloré‘ (1995). En ella, su protagonista Pilar revive su historia de amor entre los castaños y cascadas del Monasterio.

El Monasterio de Piedra también es la razón de ser de un sinfín de poemas. Entre ellos, este de Gerardo Diego Cendoya. Este poeta perteneciente a la llamada Generación del 27 escribió estos versos en exclusiva para HERALDO en 1956. Ahora, 62 años después, lo recita para nosotros el también poeta y escritor Antón Castro.

‘Fábula’ poema de Gerardo Diego leído por Antón Castro

Chicas de oro y piratas del caribe entre cascadas africanas

Poca gente habrá que haya cumplido los cuarenta y no recuerde con claridad dos series de televisión estadounidenses que se estrenaron en España en octubre de 1986. La ligereza de ‘Las chicas de oro‘ y de ‘Remington Steele‘ marcaron la línea televisiva de la época y a día de hoy todavía se mencionan con frecuencia y hasta con cierta devoción. Pues bien, muchos de los nostálgicos se tirarían de los pelos si supieran que justo cuando ambas series gozaban de mayor popularidad en nuestro país, tuvimos aquí a dos de sus protagonistas femeninas más reconocidas rodando juntas una película en el Monasterio de Piedra.

Rodaje Película 003 12.07.1988 Rue MacLlanahan Foto de Carlos Moncín - Heraldo de Aragón

Rue McLlanahan, durante el rodaje de ‘El hombre del traje marrón’ en el Monasterio de Piedra. Carlos Moncín, 1988

En efecto, Rue McLlanahan (Blanche Devereaux en ‘Las chicas de oro‘) y Stephanie Zimbalist (Laura Holt en ‘Remington Steele‘) protagonizaron ‘El hombre del traje marrón‘, un largometraje basado en la novela homónima de Agatha Christie y para la que el Monasterio de Piedra tuvo que transformarse en una exótica localidad africana.

Rodaje película 002 12.07.1988 Estefani Zimbalist Foto de Carlos Moncín - Heraldo de Aragón

Stephanie Zimbalist, durante el rodaje de ‘El hombre del traje marrón’ en el Monasterio de Piedra. Carlos Moncín, 1988

«Más de cien personas llegaron al Monasterio de Piedra en 28 vehículos y en pocas horas consiguieron convertirlo, a base de mucho golpe de martillo, en la ciudad de Mombasa«, contaba el 15 de julio de 1988 el corresponsal de Heraldo de Aragón. En aquella película, la joven periodista a la que interpreta Zimbalist sufre una caída en una de las cascadas.

Escenas de la película ‘El hombre del traje marrón’ en el Monasterio de Piedra

Una película maldita

Doce años después, un Johnny Depp reconvertido en la versión moderna de Sancho Panza también caía por la Caprichosa durante el rodaje de ‘El hombre que mató a don Quijote‘. Aquel octubre del 2000 fue el primer intento de llevar a cabo la que se ha convertido en la película maldita del cineasta Terry Gilliam. Entonces, el director tomó el parque acompañado por un equipo de 150 personas y el archiconocido pirata del Caribe. Una hernia discal del otro protagonista -Jean Rochefort- y varios desencuentros entre los inversores y la productora hicieron que el proyecto quedase en el aire. Ahora, 18 años después de aquello, la película está a punto de estrenarse a pesar de que las batallas judiciales continúan. Eso sí, los protagonistas han cambiado y no podremos ver las escenas de Johnny Depp en nuestro Monasterio.

Johnny Depp en el Monasterio de Piedra. Foto de Santiago Cabello

Johnny Depp, en el Monasterio de Piedra durante el rodaje de ‘El hombre que mató a Don Quijote’. Santiago Cabello, 1992

Lo de hacer pasar el entorno del parque por paisajes africanos no es ninguna excepción. En 1947 ya se filmaron allí varias escenas de la película ‘Obsesión’, un film ambientado en Guinea. Además, la protagonizada por McLlanahan y Zimbalist tampoco es la única película basada en una novela de Agatha Christie para la que se ha elegido el Monasterio de Piedra como localización: en 1965 el director Pedro Lazaga rodó allí ‘El rostro del asesino‘.

Si nos remontamos todavía más allá, la primera obra cinematográfica de relevancia que encontramos en Piedra es ‘Nobleza Baturra‘ dirigida por Juan Vilá Vilamala y Joaquín Dicenta en 1925. Se rodó en Borja y en el Monasterio de Piedra en base a un guión que Dicenta había escrito, de hecho, durante una estancia veraniega en el mismo monasterio. Podría considerarse el mayor éxito de público del cine mudo español.

El primer chocolate de Europa

El primer chocolate a la taza de Europa se cocinó en el Monasterio de Piedra. Al parecer, uno de los acompañantes de Hernán Cortés en la conquista de México fue Fray Jerónimo de Aguilar, monje del Císter que, a su regreso de América, envió una remesa de granos y la receta al abad Antonio de Álvaro. Así, en 1534, los hermanos comenzaron a elaborar el ‘alimento de los dioses’ en la Comarca de Calatayud.

Los monjes del Císter, preparando los primeros chocolates de Europa. Monasterio de Piedra

Para camuflar el sabor amargo del chocolate puro, añadían canela, vainilla y azúcar en grandes cantidades. “Cuando uno lo bebe, puede viajar toda una jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse”, decía el propio Hernán Cortés, en clara alusión al poder calórico del producto. Los monjes, por su parte, defendían que “como no está citado en el Antiguo Testamento, no debe ser considerado alimento”.

«El chocolate tuvo mucha presencia en la vida de los monjes, pero era una dieta para ocasiones especiales. No era consumido habitualmente como otros productos”, explica Octavio Vilá, abad de Poblet, el monasterio más representativo de la Orden del Císter a día de hoy. Allí, en Tarragona, el calefactorio sigue llamándose ‘chocolatería’. En Nuévalos, la cocina del Monasterio de Piedra alberga en la actualidad la Exposición del Chocolate. Unos paneles presentan la historia y evolución de este manjar.

Bodas de ensueño... y 'pocholadas'

Casarse en el Monasterio de Piedra es habitual entre las gentes de la zona y quienes buscan tener un enlace diferente. Las bodas civiles se celebran en el exterior, explotando parajes como la Cascada Caprichosa; mientras las católicas suelen ser oficiadas a cielo descubierto, en la iglesia en ruinas del cenobio. Allí se dieron el ‘sí quiero’ José María Martínez-Bordiu Basso -popularmente conocido como Pocholo- y Sonsoles Suárez. Y allí, como no podía ser de otra forma, acudió todo el famoseo de la época.

La boda de Pocholo Martínez Bordiú con Sonsoles Suárez, hija de Adolfo Suárez. Maite Fernández, 1992

«Exministros, empresarios, condes, duques, barones y frecuentadores de la noche madrileña esperaban en la plaza del monasterio la salida del cortejo nupcial. El resto de los 650 invitados aguardaban en la explanada, tras desfilar desde el hotel hasta la iglesia, haciendo las delicias de las decenas de turistas que visitaban el parque como un sábado cualquiera», reza la crónica del HERALDO del 13 de septiembre de 1992, fecha posterior a tan singular boda.

Pocholo y la hija menor de Adolfo Suárez escogieron este idílico paraje por la amistad que les unía -y les une- a los Muntadas, familia que siempre ha estado relacionada con las altas esferas. De ahí que, como recoge el archivo de HERALDO, el Monasterio de Piedra haya acogido numerosos enlaces de corte glamuroso. Abogados, empresarios o toreros juraron amor eterno a sus esposas a orillas del río Piedra, antes de que en los últimos años comenzaran a estilarse las bodas temáticas.

Entre las ceremonias más originales, están las que giraron en torno a libros como La historia interminable‘ o ‘El señor de los anillos’. Para los espíritus ‘Peter Pan’, quedan reservadas las ambientaciones al estilo Disney.

Espacios habilitados para la celebración de bodas civiles y religiosas en el Monasterio de Piedra. Monasterio de Piedra S.A.

Tumbas ocultas y otras sorpresas para endulzar la labor del restaurador

Su simple mención es suficiente para evocar el sonido de sus cursos de agua y el verde intenso de su abrupto y frondoso paisaje. Pero el Monasterio de Piedra es mucho más. Es una mina de tesoros que ha embaucado a los sucesivos arquitectos que se han visto al frente de los trabajos de restauración y conservación de sus edificios.

Joaquín Soro es uno de ellos. Este aragonés -ahora ya jubilado- ha dedicado quince años de su vida a la labor de redescubrir las riquezas del monasterio. Fue designado arquitecto restaurador del conjunto en 1996 y ese encargo le ha traído algunas de las recompensas más dulces de su carrera.

Vista 360º de la iglesia del Monasterio de Piedra. Ramón Salanova y Pablo Alfonso, creadores de Aragón Virtual

Por aquel entonces, la sociedad anónima que gestiona el monasterio (integrada por descendientes de la familia Muntadas) ya había acometido la reconstrucción de las cubiertas. De modo que Soro entró para encargarse de lleno de la restauración del claustro, una obra que estuvo llena de sorpresas. Este elemento había sufrido una importante transformación en el siglo XVIII. Por un lado, los monjes habían tapiado los muros exteriores y, además, sobre los capiteles y mamposterías que formaban los arcos de crucería habían colocado unas reproducciones en yeso que ocultaban las originales. «En la época barroca el gótico era un arte poco respetado y debieron de considerar que eso era poner al día el monasterio», explica ahora el arquitecto.

«Empezamos a hacer catas y nos encontramos con la sorpresa de unos preciosos capiteles cistercienses con motivos de plantas que pudimos recuperar. Además, al derribar el tapiado apareció una de las mayores alegrías que me ha dado el monasterio: tres tumbas de arcosolio que habían permanecido allí ocultas durante cientos de años y que gracias a eso se habían salvado de los saqueos que hubo durante la ocupación francesa y tras la desamortización del 35«.

Claustro del Monasterio de Piedra restaurado
El claustro rehabilitado del Monasterio de Piedra. Joaquín Soro

Tras devolver al claustro su aspecto original, Soro abordó la sala capitular, el recinto en el que antiguamente se reunían cada tarde los monjes y que a principios del siglo XX se había reconvertido en sala de billar. «Le devolvimos su esencia, armamos las columnas y recuperamos la policromía barroca. De épocas posteriores mantuvimos un precioso escudo del Reino de Aragón que estaba en el centro de la puerta de entrada, un escudo barroco de madera policromada».

En la época de Soro al frente de las restauraciones se actuó también en el calefactorio, donde aparecieron vigas renacentistas que el arquitecto define como «una preciosidad»; en la bodega, que ahora alberga el Museo del Vino de la Denominación de Origen de Calatayud; y en la fachada del palacio abacial.

Resultado de las restauraciones de la sala capitular y la fachada del palacio abacial del Monasterio de Piedra. Joaquín Soro

Cuando la familia Muntadas adquirió el monasterio, la iglesia ya era un montón de ruinas. Algunas teorías apuntan al terremoto de Lisboa como causante del derrumbe de su bóveda, pero también cabe la posibilidad de que fuera bombardeada durante la Guerra de la Independencia. Tras descartar la reconstrucción, la actual sociedad gestora se propuso devolverle algo de su esencia y dignidad original y a día de hoy es uno de los lugares con más encanto del conjunto. Entre sus ruinas, de hecho, se celebran bodas tanto civiles como religiosas.

Joaquín Soro recuerda con especial cariño la restauración del rosetón. Este había desaparecido junto a toda la decoración interior pero, afortunadamente, seguían por allí esparcidas la mayor parte de sus piezas, por lo que se pudo «armar el puzzle«. También se actuó en los muros y la fachada y se reforzó el crucero, que estaba partido por la mitad. A día de hoy, parte de la bóveda se mantiene en pie gracias a unos tirantes provisionales.

El antes y el después del rosetón de la iglesia del Monasterio de Piedra. Joaquín Soro y Monasterio de Piedra S.A.

En 2011 Soro abandonó su puesto por problemas de salud y fue sustituido por la arquitecta Belén Gómez Navarro, quien asumió la elaboración de un plan director y de una propuesta de actuaciones a largo plazo.

En estos años, Gómez ha continuado con las tareas de restauración y en 2013 se inauguró la gran escalinata y la bóveda del hotel en una intervención que permitió sacar a la luz algunas pinturas renacentistas de los siglos XVI y XVII. La arquitecta fue reconocida gracias a esta actuación en los premios García Mercadal de 2015.

Un año después, además, Gómez Navarro dirigió las obras de restauración de la fachada sur del hotel, que no es ni más ni menos que la misma por la que se asomaban los monjes del císter desde sus celdas hace cientos de años. Al mismo tiempo, el arquitecto Pablo Ortega asumió la intervención en la plaza de San Martín.

Resultado de las restauraciones de la bóveda, la escalinata de la fachada sur del hotel del Monasterio de Piedra. Jesús Macipe

"No es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción"

Inscripción que pueden leer los visitantes durante su recorrido por el parque del Monasterio de Piedra.

Textos: Javier Clavero y Pilar Puebla
Programación: Rubén Torres
Infografía: Víctor Meneses
Vídeo: HTV y Monasterio de Piedra S. A.
Fotografías: Archivo Heraldo, Monasterio de Piedra S. A., Aragón Virtual, Diputación Provincial de Zaragoza, Joaquín Soro, Museo del Prado y Museo de Zaragoza
Documentación: Mapi Rodríguez, Elena de la Riva y Eugenia Pérez de Mezquía