coronavirus en aragón

Mayte, Mar y Ania, o cómo contagiarse de covid en un pueblo aislado de Teruel

Mayte y sus hijas viven en Barcelona, pero han pasado las vacaciones de Navidad en Rudilla, localidad de donde desciende su marido Carlos. En el pueblo no vive nadie en invierno, y solo un puñado de personas va los fines de semana.

Maite con sus hijas, Mar, de 11 años, y Ania, de 6, en Rudilla.
Mayte con sus hijas, Mar, de 11 años, y Ania, de 6, en Rudilla.
Maite Fernández

También es mala suerte. Evitar juntarte en Navidad con tus mayores en una gran ciudad para no poner en riesgo su salud y acabar contagiada de covid en un pueblo deshabitado. Mayte Fernández se lo toma con humor porque los síntomas están empezando a remitir, pero tanto ella como sus hijas no se reían tanto cuando el dolor de cabeza, la fiebre y el malestar general estaban en pleno apogeo, ni cuando su marido tuvo que marcharse a trabajar y las dejó, sin coche y enfermas, en la vivienda familiar.

La historia transcurre en Rudilla, una pedanía de Huesa del Común, en Teruel. De ahí desciende el marido de Mayte, Carlos, que conserva la casa en la que habitaba su familia aunque él formó la suya propia en Barcelona, donde residen. Y a Rudilla se desplazaron el pasado 25 de diciembre Carlos Blasco, de 57 años; Mayte, de 48, y las pequeñas Mar, de 11, y Aina, de 6. Prefirieron la tranquilidad del pueblo, donde en invierno ya no vive nadie y solo se anima un poco los fines de semana y en verano, al bullicio de la Ciudad Condal y a la posibilidad de contagiar a la abuela, de 76, en las celebraciones navideñas.

Lo de la mala suerte empezó a gestarse el fin de semana de Año Nuevo, cuando otras familias hijas del pueblo también acudieron a Rudilla a pasar las fiestas. “No habría en total ni treinta personas, y todos mantuvimos la distancia y fuimos cuidadosos, pero esta variante se extiende tan rápido...”, cuenta Mayte, que todavía no se explica muy bien cómo tuvo lugar el contagio.

El marido, negativo

Fue el lunes 3 de enero cuando una familia de Zaragoza les llamó para decirles que una de sus niñas había dado positivo por coronavirus. Sin embargo, Mar, la hija mayor de Mayte, ya había empezado con síntomas, y después contagió primero a su madre y luego a su hermana. Las tres dieron positivo en un test de antígenos el día 2, mientras que Carlos se libró del virus y a día de hoy sigue siendo negativo. Los síntomas fueron los mismos en los tres casos: mucho dolor muscular, fuertes dolores de cabeza y fiebre, curiosamente las tres la misma: 37,8. Ninguna superó ese valor.

Maite con sus hijas, Mar, de 11 años, y Ania, de 6, en Rudilla.
Mayte con sus hijas, Mar, de 11 años, y Ania, de 6, en Rudilla.
Mayte Fernández

Desde entonces, las tres viven solas en el pueblo, incomunicadas ya que el marido y padre tuvo que volver a Barcelona para reincorporarse a su puesto de trabajo y se llevó el coche. Tienen la despensa bien abastecida y buenas provisiones de leña, y pasan las horas entretenidas con la Play y la Wii y con la conexión a internet echando humo (“menos mal que me puse datos ilimitados en el móvil”, suspira Mayte). Aunque lo bueno de estar solas en la pequeña localidad es que lo del confinamiento domiciliario es solo una manera de hablar.

El centro de salud de Muniesa está al tanto de su situación, aunque la profesional que atendió su llamada “casi no se creía que hubiera alguien contagiado en un pueblo deshabitado”. Mayte calcula que si el próximo fin de semana las tres dan negativo, podrán marcharse a Barcelona con Carlos, que vendría a buscarlas. Si alguna de ellas no ha superado todavía la enfermedad… “pues tendremos que quedarnos una semana más, así que le pediríamos a una familia de Zaragoza que viene los fines de semana que nos traiga algo, además de los test de antígenos para hacer las comprobaciones”, explica Mayte. Y es que Amazon “ha dejado de venderlos”, según ella. Lo de pedir un favor a alguien de alguna localidad cercana para que les haga la compra está descartado. “El pueblo más cercano es Calamocha, y está a 50 kilómetros de aquí”.

Mientras, pasan los días y la salud de las tres mejora poco a poco. “Las niñas no lo han pasado tan mal, pero yo sí. Tengo otras enfermedades, artritis y artrosis, y los dolores han sido muy grandes, pero ya me voy encontrando mejor”, celebra Mayte, que tiene la pauta completa de vacunación. En su familia nunca han dudado de la efectividad de las vacunas, y eso que su suegra falleció a los 89 años a causa de una trombosis apenas un par de días después de que le administraran una dosis de Astrazeneca.

Pero está visto que ómicron se expande con gran facilidad, como demuestran las cifras de récord que registra Aragón cada día. Tanta, que ha conseguido llegar hasta un pueblo deshabitado, perdido en la provincia de Teruel. También es mala suerte…

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