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Balfagón: desde Calanda, a pie de carretera, empujados a la jubilación por la pandemia

Hace más de 40 años, en una de las entradas principales del municipio turolense, abrió sus puertas este hotel y restaurante que logró convertirse en uno de los más famosos de la zona. Hoy, lleva 5 meses sin recibir a nadie.

Ana Balfagón, en las puertas de su hotel.
Ana Balfagón, en las puertas de su hotel.
David Martínez

Ubicado en el número 58 de la avenida de la Autonomía Aragonesa de Calanda, en Teruel, se encuentra el Hotel Restaurante Balfagón. Lleva más de cinco meses cerrados. Algunos rincones del establecimiento -que cuenta con un gran restaurante con espacio para 250 personas, la zona del bar nada más pasar la recepción, y el hotel con 34 habitaciones distribuidas en dos plantas- todavía conservan parte del esplendor que protagonizó hace más de cuatro décadas, tras su apertura. “Llegó a convertirse en un lugar de referencia y en parada obligatoria en la zona”, rememora Ana Balfagón (64), natural de Villarluengo y actual propietaria.

La historia del Balfagón la inician sus padres, Manuel Balfagón, trillador de oficio, y Manuela Rabaza, ama de casa. Llegaron a Calanda por trabajo cuando Ana tenía 5 meses y, gracias a la visión de negocio de su padre, pronto comenzaron a prosperar. “Primero tuvimos una fonda, en esta misma calle un poco más abajo. Estuvimos más de 10 años hasta que compramos este terreno”, recuerda.

Las obras del pantano y el trabajo en la central térmica generaron mucho movimiento en aquella época. Algo que hizo que muy pronto este primer espacio se les quedase pequeño. Así pues, fue en abril de 1979 cuando, por fin, abrió sus puertas el Hotel Balfagón donde se encuentra actualmente. Ana tenía 9 años. Desde entonces jamás ha abandonado este lugar.

Ana Balfagón, en la barra del bar.
Ana Balfagón, en la barra del bar.
David Martínez Martínez

“Vivimos en el edificio de al lado del hotel y desayunamos, comemos y cenamos en nuestro bar”, explica, orgullosa. A pesar de reconocer que está siendo la crisis más dura que recuerda, asegura que su familia, en el Balfagón, ha sido muy feliz y ha podido vivir momentos inolvidables. “En muchas oficinas de Madrid se sabían nuestro teléfono de memoria. Las secretarias nos llamaban constantemente para hacer reservas”, afirma.

Tanto sus padres, como ella y su hermano, Pepe Balfagón, desde sus inicios se preocuparon por ofrecer un ambiente hogareño y, sobre todo, un trato muy familiar. Tanto es así que algunos de los trabajadores que desarrollaban su labor en pueblos de hasta 60 km de distancia de Calanda preferían pernoctar aquí. “La comida casera también ha sido siempre muy apreciada por nuestros clientes. Fueron 20 años muy buenos y de mucho trabajo”, admite, algo apenada.

Y es que la situación actual todavía le parece “una película de estas que echan por la tele”. “Dos Semanas Santas hemos perdido ya. Dos. Que antes de la pandemia teníamos todo lleno con meses de tiempo”, destaca. Una situación que le ha llevado a tomar la determinación de jubilarse y cerrar el hotel definitivamente. “No es una decisión sencilla. Este lugar es mi vida, lo es desde que soy una niña. He vivido entre estas paredes desde que tengo uso de razón, pero la situación es insostenible. Y menos mal que hemos ahorrado toda la vida…”, lamenta.

En el Balfagón han llegado a tener una plantilla de hasta 12 personas. Hoy permanecen 3, una en cocina, otra en el restaurante y ella, en recepción. Una de ellas es Teresa Moles, nacida en Torre de las Arcas, en las Cuencas Mineras, quien lleva trabajando en la cocina del establecimiento desde los 18 años. “Y ya han pasado 46… Empecé aquí como ayudante de cocina y aquí me jubilaré, como cocinera, aunque sea por culpa de la pandemia”, asevera.

Tras toda una vida

Como su jefa, a la que tras tantos años trabajando juntas considera como a una más de su propia familia, Moles asegura que está viviendo “esto de la pandemia” como si no estuviera pasando de verdad. “Fue todo tan de repente… Dije, pero cómo nos van a cerrar. Y mira. Dos años ya sin Semana Santa”, destaca.

Tras dos meses de cierre debido al estado de alarma, el 1 de junio volvieron a trabajar, aunque bajo mínimos. Así se mantuvieron, como pudieron, hasta el 26 de octubre. Momento en el que, tras los nuevos cierres, decidieron cerrar definitivamente. “Quién me iba a decir que ese teléfono -mirando a la recepción- iba a estar cinco meses sin sonar”, lamenta.

Y es que, para ella, que ha visto el negocio familiar crecer desde los mismísimos cimientos y llenarse de vida, esta crisis sanitaria está suponiendo un durísimo golpe también a nivel emocional. “Siento angustia, pero no tanto por mí que ya estoy al final. Es en general, por la familia, la gente del pueblo, la sociedad. Nosotros lo estamos pasando mal económicamente, pero, afortunadamente, en tema de salud no nos ha pasado nada. Eso habría sido muchísimo peor”, opina.

¿El futuro?

Si le preguntas por el futuro, Ana lo tiene claro: “Puntos suspensivos. No me pienso preocupar. Si hay algo que he aprendido de esto es que pase lo que tenga que pasar”. A cargo de sus padres, de 93 y 90 años, y con el gran apoyo de su marido, José Cuevas, que la acompaña en todo momento, asegura que lo más importante es que todos siguen juntos y bien de salud.

Además, en un momento de sinceridad, reconoce que, en cierto modo, la pandemia ha tenido algo bueno para ella: “Me he dado cuenta de que he vivido una vida demasiado estresante y agobiante y que, por primera vez desde los 9 años, he experimentado la tranquilidad, el no hacer nada. Es algo que me ha hecho pensar”.

“Claro que me gustaría que el Balfagón siguiera abierto, pero no sé si habrá relevo o si mi hijo o mi sobrino se animarían… son momentos muy complicados para todos”, advierte. Y aunque asegura que nada va a volver a ser como antes –“o al menos yo ya no lo voy a ver”, opina-, se muestra positiva con la evolución de los contagios y pone todas sus esperanzas en el proceso de vacunación. 

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