Del Maestrazgo a la Litera, la odisea de los 'teruelinos'

Dos mil turolenses del nordeste de la provincia emigraron en la primera mitad del siglo XX hacia los regadíos oscenses, según un estudio de la investigadora Silvia Isábal.

La familia Giner, de Santolea, emigrada a Binéfar como consecuencia de la construcción del pantano.
La familia Giner, de Santolea, emigrada a Binéfar como consecuencia de la construcción del pantano.
S. Isábal

Vinieron a La Litera a trabajar como bestias para poner en cultivo las nuevas tierras de regadío, pero les fue bien y se ganaron el respeto de la población local». Lo dice Silvia Isábal, vecina de Binéfar y nieta de aquellos emigrantes que partieron del Maestrazgo y el Matarraña en las primeras décadas del siglo XX para cambiar una vida de estrecheces por la prosperidad que anunciaban las extensiones regables que había alumbrado el Canal de Aragón y Cataluña. En total, unas dos mil personas hicieron las maletas para mudarse desde las tierras montañosas del oriente de Teruel a las huertas oscenses, según Isábal, que investiga aquella migración con origen y destino en comarcas rurales.

Isábal ha emprendido una meticulosa búsqueda para concretar el número de inmigrantes turolenses, conocidos en La Litera como 'teruelinos', a través de los padrones de habitantes y mediante encuestas personales que le ayudarán a conocer los motivos del viaje, el lugar de origen y el medio de transporte, entre otros detalles de aquella oleada migratoria que se desarrolló sin salir de Aragón y con la agricultura como reclamo.

El trabajo de prospección documental, todavía sin cerrar, ha permitido concretar la intensidad de la oleada migratoria en los dos principales destinos, Binéfar y Tamarite. La primera de estas poblaciones recibió 322 'teruelinos' y la segunda, 178, pero el trasvase poblacional también benefició a otras poblaciones como Albelda, Altorricón y Alcampell. El resultado de la investigación se recogerá en un libro que ya tiene título, ‘Los que se iban en septiembre’, que alude al mes en que, tras recoger la cosecha, los turolenses emprendían el viaje hacia el norte.

Con todos los enseres a cuestas

Las primeras familias que partieron hacia La Litera desde el Maestrazgo hicieron todo el viaje subidos en los carros con los que transportaban sus enseres domésticos, toda la comida que podían transportar y algunos animales de corral. El viaje, en una época sin navegador, ni brújula y sin apenas mapas, duraba cuatro días. Isábal aclara que el proceso salpicó también al Maestrazgo castellonense, con numerosas llegadas desde poblaciones como Morella o Ollocau del Rey, donde la agricultura y ganadería tradicionales y la actividad artesanal -textil, fundamentalmente- estaban en crisis.

Engracia Angosto tenía dos años cuando emigró con sus padres desde Fuentespalda a Albelda a finales de los años cuarenta del siglo XX. Aunque ella viajó con su madre en un pequeño camión con muebles, ropa, comida, un lechón para engordar en el destino y un gato, su padre recorrió los 190 kilómetros a pie tirando de las riendas de un mulo. Hizo noche en Alcañiz y Ontiñena antes de llegar al destino después de tres días de caminata. «Iba andando y cuando se cansaba se subía al mulo», recuerda Engracia. No llevaba mapa ni brújula y se guiaba por el «croquis» que alguien le había dibujado para marcar el camino a seguir.

No era la primera vez que hacía el camino, porque, previamente, partió con todos los ahorros familiares para buscar en el destino una finca en la que asentarse. Apalabró la compra de tres hectáreas de regadío y una vivienda precaria por 80.000 pesetas (482 euros). Dio una entrada del precio total y regresó a Fuentespalda para emprender de nuevo el viaje definitivo a Albelda en febrero de 1949.

Expropiaciones

La construcción del pantano de Santolea, con su secuela de expropiaciones de fincas e inundaciones, también empujó a numerosos campesinos a partir. El importe de las indemnizaciones sirvió en estos casos para comprar lotes de tierra regable a buen precio. En algunas ocasiones, los inmigrantes construían sus nuevas casas con sus propias manos y retomaban la tradición masovera del Maestrazgo y el Matarraña.

El Maestrazgo fue el principal origen de la oleada migratoria, pero a continuación tomó el relevo la vecina comarca del Matarraña, sobre todo de su parte más montañosa. Vecinos de Fuentespalda, Monroyo, Ráfales, Valderrobres y La Cerollera -está en el Bajo Aragón- dejaron un campo superpoblado y poco productivo para probar suerte en La Litera. La investigadora del fenómeno 'teruelino' explica que esta segunda oleada, que en parte fue paralela a la del Maestrazgo, optó preferentemente por asentarse en Tamarite y en las localidades literanas que compartían con ellos el idioma catalán, mientras que los llegados del Maestrazgo prefirieron Binéfar como meta.

La integración fue óptima en todos los casos, aunque tuvieron que trabajar duro para poner en producción los nuevos regadíos. La mayoría siguió con la actividad agrícola que conocían de primera mano, pero también hubo algunas familias que cambiaron de oficio y montaron negocios, como la empresa Carn Nature, de Albelda, que cuenta con 52 trabajadores. Su propietario, José Manuel Pallarés, es hijo de una pareja llegada del alto Matarraña.

Aunque en ocasiones empezaron sus explotaciones como arrendatarios o colonos -el propietario de la tierra les proporcionaba la parcela y casa-, el «sueño» de todos aquellos turolenses era comprar fincas suficientes para ganarse la vida. La precariedad económica fue el motivo principal de las partidas, aunque también las hubo por el cierre de minas, para escapar del conflicto maqui o para reunirse con familiares que se habían marchado anteriormente.

La adaptación al nuevo entorno geográfico y social fue perfecta. Silvia Isábal explica que en La Litera los «teruelinos» son valorados por su carácter emprendedor y por ser «serios, trabajadores y honrados». Aunque la oleada vivió su periodo álgido en la primera mitad del siglo XX -entre 1915 y 1950-, sus coletazos se prolongaron hasta los años ochenta.

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