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Un ferroviario de 92 años que vivió y trabajó en la estación de Canfranc vuelve 56 años después para conocerla como hotel

Pepe Álvarez llegó a Canfranc en 1966 donde trabajó de sobrestante o jefe de capataces. Vivió en un piso del edificio de la estación y en su estancia ahí pasó un terremoto, un desprendimiento y vio nevar en pleno mes de julio. De ese año guarda buenísimos recuerdos.

Un ferroviario de 92 años que vivió y trabajó en la estación de Canfranc vuelve 56 años después para conocerla como hotel.
Un ferroviario de 92 años que vivió y trabajó en la estación de Canfranc vuelve 56 años después para conocerla como hotel.
Laura Zamboraín

Se marchó de Canfranc en 1967 "con muy buen recuerdo", de hecho ha vuelto en alguna ocasión, pero ha sido ahora cuando ha conocido la nueva utilidad del edificio antiguo de la estación internacional, reconvertida en hotel. "Ha cambiado poco", reconoce Pepe Álvarez al entrar al hall que tantas veces recorrió cuando trabajó ahí de ‘sobrestante’ o jefe de capataces de Renfe. Lo que ya no reconoce, como es lógico, son las diferentes estancias del establecimiento de cinco estrellas. "Esto no estaba", dice en relación al largo pasillo que junto a su familia recorre para llegar a la biblioteca.

Pepe Álvarez llegó a Canfranc desde Lérida en 1966, tras ascender a sobrestante, una plaza muy solicitada. "Yo llevaba la vía, la vivienda, había 5 brigadas con personal y 5 capataces y yo era el jefe de los capataces", recuerda. Llegó con su mujer y su hija, que entonces tenía dos años y medio, y se instalaron en una de las viviendas que había en la propia estación: "con el suelo de madera, calefacción a tope porque teníamos las calderas debajo y ventanales muy grandes". Las viviendas eran "fabulosas, se vivía muy bien y la estación era muy familiar".

A los 8 días de llegar a Canfranc, donde no conocía a nadie, hubo un desprendimiento en Villanúa de unos 400 metros cúbicos que llegó a la vía, "pero la gente respondió muy bien, tanto el pueblo como los trabajadores, incluso hubo muchos que se presentaron voluntarios a participar en el trabajo", recuerda. Pero esto no fue todo. "Un día estábamos en la cama y me dijo mi mujer que me estuviera quieto", pero no era él. "Empezó a moverse la cama, la lámpara y todos los que vivíamos en la estación fuimos al andén". Fue un terremoto de escala 4,7, "pero no hubo ninguna avería grande, sólo fue el pánico que cundió, que duró poco rato". 

Álvarez explica que al llegar a un lugar desconocido, hay que confiar en lo que te dice la gente, "pero tanto por parte de los superiores, que estaban en Zaragoza, como los compañeros de aquí, todos muy bien". De hecho, en Canfranc hizo uno de los mejores amigos que tiene, que vivía en Tarrasa y estaba de jefe de la Estación. "Estuve muy bien aquí (en Canfranc), y siempre hay un recuerdo, la prueba es que en siete años he venido tres veces".

Pepe Álvarez, con su mujer y una de sus hijas en el hall del hotel de Canfranc.
Pepe Álvarez, con su mujer y su hija.
Laura Zamborain

A los cuatro días de llegar a Canfranc cayó una gran nevada "y la gente que venía a trabajar aquí iban a un restaurante, el de la señora Nieves y se tomaban un café con galletas". Pepe le preguntó al capataz por los medios que tenían para trabajar en la nieve, y resulta que los impermeables estaban mal, se pasaba el agua, y las botas rotas. "Todo eso yo lo cambié, porque no podía ser. Llamé a mi jefe a Zaragoza, se portó muy bien y le dije, don Luis esto no puede ser, hay que cambiarlo. Y me dijo que cambiara lo que quisiera". Así que a la señora Nieves "le dije que el café con galletas se había terminado y que a partir de entonces, huevos fritos, chorizo, un vaso de vino y café". La muestra de la gran nevada fue que colgaron su chaqueta en una pala y a las dos horas "quitamos la pala y se quedó en la nieve".

A Canfranc le llamaban por aquel entonces ‘Canfranc City', y había un bar muy típico, el restaurante Marraco y una tienda. El cargo que tenía Pepe era "muy bonito", pero pesado a la vez. En Canfranc los que ocupaban su cargo duraban poco, ya que casi siempre estaba vacante. La primera vez que cruzó a Francia por Canfranc fue para arbitrar un partido de baloncesto con un equipo de Lérida. "Y le dije a mi mujer: si consigo la plaza vendremos aquí", aunque a su mujer en ese momento no le hizo mucha gracia. Pero finalmente acabaron ahí y el año que estuvieron vivieron muy felices y guardan muy buenos y gratos recuerdos. Uno de ellos es la nevada que cayó un 18 de julio, justo cuando celebraban la fiesta mayor. Por lo que Pepe Álvarez vivió de todo en Canfranc: un desprendimiento, un terremoto, ver nevar en pleno mes de julio… Y por supuesto formó parte de la historia de la estación de Canfranc y su ferrocarril, entonces en años de esplendor cuando la estación estaba en pleno apogeo y época de bonanzas y los trenes llegaban hasta Francia. Él cruzo en muchas ocasiones el túnel ferroviario de Canfranc, ya que lo llevaban a medias con su homólogo francés.

Pepe Álvarez, al entrar al hall que tantas veces recorrió cuando trabajó ahí de ‘sobrestante’ o jefe de capataces de Renfe.
Pepe Álvarez, al llegar a la Estación que tantas veces recorrió cuando trabajó ahí de ‘sobrestante’ o jefe de capataces de Renfe.
Laura Zamborain

¿Cómo era el día a día en el Canfranc de los años 60? "Me levantaba, iba a la oficina, cuando terminaba ahí iba a ver cómo iban las obras, también iba a Jaca y había trayectos que los hacía andando porque mi misión era esa, ir por la vía para controlar que estaba todo bien", subraya. Trabajaban 8 horas en horario de mañana y tarde, y a las 18.00 cuando cerraban la oficina iba a casa y luego al bar a tomar un vaso de vino y sardinas. Los domingos viajaban hasta Jaca con un coche del jefe de estación a pasar el día, "porque aquí la vida era bastante limitada y no había gran cosa".

Y al pasar casi un año viviendo ahí, de Canfranc se fue Les Borges Blanques, en Lérida. "El jefe que había me quería llevar a Zaragoza, pero yo tenía toda la familia en Lérida, si no si que hubiera ido. Aunque Pepe es asturiano de nacimiento, pero "mi familia fue castigada por los ideales políticos de aquellos tiempos y vinimos a parar a Lérida, donde soy leridano de adopción".

Cuando se derrumbó el puente del Estanguet en Francia y se cortó el tráfico ferroviario internacional fue "una lástima", porque entre otras cosas, "por aquí pasó todo el oro a Moscú, aunque de eso me enteré después".

El año pasado, en noviembre, estuvo en Canfranc, pero todavía estaba todo en obras y no pudo acceder al nuevo hotel, que se inauguró en diciembre. "Nos quedó el volver y entrar en la estación, porque él tenía la imagen tal y como era y muy cambiado no está porque han conservado muchas cosas", señala su hija Teresa. En este sentido, Pepe dice que lo ha encontrado "poco cambiado, las ventanas por ejemplo eran semicirculares si no recuerdo mal, y ahora son rectas, lo veo todo bastante parecido".

Reconoce que en Renfe ha tenido varias residencias, pero la de Canfranc "fue de las buenas", por eso ocupa un lugar importante de su corazón. "Conseguí lo que siempre había querido, esa plaza, que era muy deseada profesionalmente y costaba llegar porque a los exámenes se presentaban unas 40 personas, pero llegué y fui lo que había sido mi padre", concluye.

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