Semana Santa en Aragón sin bares y en tinieblas: “Pateábamos el suelo hasta que temblaban las paredes de la iglesia”

La Semana Santa aragonesa ha estado, tradicionalmente, plagada de costumbres y ritos que se han ido perdiendo con el paso de los años pero que los más mayores todavía recuerdan.

Imágenes de la Semana Santa de Zaragoza en los años 40
Imágenes de la Semana Santa de Zaragoza en los años 40
Chivite

En pleno siglo XXI la Semana Santa aragonesa es conocida allende de sus fronteras por los tambores del Bajo Aragón y por el fervor de cofrades y fieles que procesionan estos días pasos y figuras, algunas con varios siglos de historia, por todos y cada uno de los municipios de la comunidad. 

La celebración religiosa se ha convertido en algo más y es también un foco de atracción turística. Al mismo tiempo que otros nos visitan, muchos aragoneses aprovechan estos días no laborales para viajar o hacer una escapada con familia o amigos. Sin embargo, no hace tanto tiempo, la Semana Santa se vivía en Aragón de una manera bien diferente.

Irse de vacaciones durante estas fechas, o incluso, salir a cenar o ir al cine era algo impensable, no solo porque eran días que invitaban a un recogimiento religioso, sino también porque las salas de cine, los bares y restaurantes y todos los lugares de ocio cerraban para estas fechas. La tradición invitaba a unos días de sosiego, de oración y de vida en comunidad en torno a los oficios y las procesiones. Y es que eran días de luto en los que la muerte de Jesucristo y también la alegría de la resurrección se vivían con intensidad y era de precepto mostrarlo así de cara al exterior.

Eran días de luto en los que el dolor por la muerte de Jesucristo se mostraba de cara al exterior

Los 'Oficios de Tinieblas'

En las iglesias, las imágenes de los santos y vírgenes se cubrían con una tela morada en señal de dolor -todavía se hace en algunas parroquias-, al igual que las vidrieras de los templos, para evitar que entrase la luz. Los oficios se hacían a la misma hora que marcaban las Escrituras y eran vespertinos. Se llamaban ‘Oficios de Tinieblas’ porque la única luz que podía verse dentro de la iglesia era la que alumbraba el libro del oficiante.

"El Jueves Santo la iglesia se llenaba de gente porque había que 'cumplir con parroquia'"

“El Jueves Santo la iglesia se llenaba de gente porque había que ‘cumplir con parroquia’”, dice Rosario Martínez, de 80 años y vecina de una localidad bajo aragonesa. Esta era una expresión muy utilizada en el medio rural aragonés para indicar que, al menos, una vez al año, todo el mundo tenía que ir a misa y confesarse. “Ese día era el Jueves Santo”, recuerda esta octogenaria. “Todos los niños salíamos a la calle con las carracas para ir en las procesiones y para llamar a los oficios”, continúa. Y es que este instrumento era muy usado tanto por los niños como en las torres iglesias en lugar de las campanas.

Jugar al billar a escondidas

El Viernes Santo se concentraba el dolor por la muerte de Jesús y el silencio reinaba en las calles de las ciudades y de las casas. Apenas había circulación y solo podían conducir los vehículos que llevasen ruedas de goma. Tampoco se permitía cantar o escuchar música que no fuera sacra y salir a tomar algo era impensable. “Nosotros íbamos a los billares. El dueño cerraba la puerta para que pareciese que no había nadie y así poder jugar. Cuando pasaba la procesión nos teníamos que callar y no hacer ruido para que nadie se enterase de que estábamos dentro”, rememora, con mucha socarronería, Miguel Salinas, de 82 años y vecino de Zaragoza.

"El dueño nos dejaba entrar a jugar y cerraba la puerta para que pareciese que no había nadie"

Ese día era tradición también visitar al menos tres ‘monumentos’, aunque lo ideal eran siete. Los ‘monumentos’ hacen referencia a los Sagrarios de las iglesias que albergan las formas consagradas durante los días de Semana Santa hasta el Viernes Santo, en el que no hay consagración. Se adornan con flores y velas y todavía hoy en día hay una tradición extendida entre los fieles que hacen ruta para visitar varios de ellos. Además, en algunas localidades aragonesas se oficiaba el ‘sermón de la bofetada’, en el que algunas de las mujeres que asistían, castigaban su rostro con sonoreos bofetones que rememoraban los improperios recibidos por Jesús durante su Calvario.

"Hacíamos todo el ruido que podíamos simulando una tormenta hasta que retumbaban las paredes"

Pero lo gordo venía cuando se ponía el sol y se acercaba la muerte de Jesucristo. “Todo el pueblo iba al oficio de Tinieblas y cuando se acercaba la hora de la expiración, el cura nos hacía una señal a los niños y subíamos todos corriendo al coro para patear el suelo con todas nuestras fuerzas. Hacíamos todo el ruido que podíamos simulando una gran tormenta hasta que retumbaban las paredes  de la iglesia para simbolizar el dolor de la muerte de Nuestro Señor”, cuenta Rosario. 

En esa idea es donde algunos expertos ponen también el origen de los tambores del Bajo Aragón. La ‘Rompida de la hora’ representaría el dolor máximo y visceral de la naturaleza ante la muerte de su Creador.

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