La vida de un minero hace 60 años: “Hacía tanto calor que nos quedábamos en calzoncillos para picar”
La localidad turolense de Escucha ha abierto al público la Casa Museo de la Familia Minera como “homenaje a las familias de los mineros” con enseres auténticos que han donado los vecinos.
Blas Castilla tiene 67 años y trabajó durante una década como minero en Escucha, una de las localidades que forman parte de la Comarca de las Cuencas Mineras, en la provincia de Teruel, con una extensa trayectoria histórica y económica ligada a la minería. Él, como la mayoría de los hombres del municipio desde hace varias generaciones, ha trabajado en la mina. Su padre también fue minero, al igual que sus dos hermanos mayores.
Y es que, la explotación del carbón en Escucha se remonta a hace unos 150 años y en los años 50 y 60 del siglo pasado tuvo un gran crecimiento. Tanto, que la necesidad de mano de obra hizo acuciante recurrir a trabajadores de otros lugares y hasta Escucha llegaron familias enteras provenientes de todas las partes de España. Fue el caso de Blas. Su padre vino desde Córdoba a trabajar y se estableció en la localidad.
La imagen de su padre volviendo de la mina siendo él niño, todavía está fresca en su memoria. “Recuerdo que en casa no había ducha -hasta 1969 no instalaron el agua corriente- y mi padre llegaba a casa cada noche de la mina completamente negro. Tenía que lavarse en un balde, costaba mucho salir y se quedaba toda el agua negra”, dice. Trabajó como minero hasta que “lo retiraron por silicosis -una enfermedad pulmonar irreversible que se produce por la inhalación de partículas de sílice y que fue común entre los mineros-”. Murió joven debido a esta enfermedad. Algo que no le impidió ni a él ni a dos de sus hermanos, seguir sus pasos.
“Mis hermanos salían de la escuela y se iban directos a la escombrera para recoger el carbón que aún servía y cambiarlo por verduras y patatas a la gente de la Sierra, que traían los productos de sus huertas”, explica. “Pasábamos apuros porque éramos muchos hermanos y el sueldo era poco. De hecho, mi padre, después de la mina aún se iba al campo a ayudar a algún agricultor para sacarse otro jornal. También cazaba ‘pajaricos’ -gorriones- que vendía a los bares y se consumían fritos”, rememora Castilla.
Un museo como homenaje a las familias mineras
Historias como estas son las que pueden contar los vecinos de Escucha y a través de las que los visitantes pueden hacerse una idea más clara de cómo era la vida de una familia minera de la localidad hace unos 60 o 70 años. Para ello, el Ayuntamiento de la localidad ha habilitado y abierto al público la Casa Museo de la Familia del Minero, el tercer centro de visitantes que posee el municipio, junto con el Museo Minero de Escucha y el Centro Interpretativo Minero Pozo Pilar.
“La familia, en todos los oficios, y en especial en la minería, ha sido y es el pilar fundamental para el trabajador, por lo que este espacio es un homenaje a las familias de los mineros”, dice Juan Cañizares, gerente del Museo Minero de Escucha.
“El recuerdo de ese trabajo sigue muy fresco en la memoria de los vecinos porque la mayoría lo hemos vivido. Hace 50 y 100 años, casi todas las familias trabajaban en la mina porque se ganaba más dinero que en el campo”, dice María Delia Cortada. “Mi padre, Luis, murió a causa de un accidente de mina en 1957 que le causó graves quemaduras”, recuerda esta hija y mujer de minero. “Hubo una explosión en la mina de Utrillas en la que trabajaba y murieron bastantes personas. Mi padre resultó herido de gravedad y se lo llevaron a Zaragoza. Yo tenía 3 años y aún tengo la imagen de verlo postrado en una cama hasta que falleció”, explica esta vecina de 70 años.
Niños y mayores, dedicados a la mina
El trabajo en la mina no era exclusivo del cabeza de familia, la mujer y los hijos también se veían envueltos en la actividad económica de la zona, que llegaba a todos los rincones. “Mi madre iba a las escombreras donde tiraban los restos del carbón para buscar el que todavía servía y poder venderlo para las estufas de las casas y los hogares”, añade Cortada. “En casa también nos calentábamos con carbón porque a los mineros les daban un vale una vez al mes para poder abastecerse como parte de su paga”, continúa.
Deli, como la conocen en Escucha, se casó con un minero y enviudó hace 20 años. “Le jubilaron muy pronto, con 54 años, porque le diagnosticaron cáncer de pulmón y es posible que la mina tuviera que ver algo con ello, por todo lo que inhalaban en las galerías”, aventura esta vecina.
“Llegamos a Escucha desde Galicia porque mi padre vino a trabajar como minero”, recuerda, por su parte, María del Carmen Rodríguez, de 57 años. “A todos los que llegábamos de fuera nos instalaban en un bloque de pisos destinados a los trabajadores de la mina, cerca de las explotaciones. Tenía una gran cantina donde los trabajadores comían y un teleclub en el que echaban la partida de cartas y se tomaban un café”, explica esta vecina que también es hija y mujer de minero.
Un trabajo de alto riesgo
“Recuerdo la preocupación de las mujeres cuando los hombres se iban a la mina. Se quedaban en vilo pensando que podían no regresar porque entonces había accidentes importantes, pero aprendían a vivir con esa preocupación diaria”, afirma. “Mi marido también ha tenido alguno. Se pilló un pie entre dos vagonetas, se quemó la espalda con ácido y todos los días traía heridas y golpes hasta que le dio un infarto a los 37 años mientras trabajaba en la mina y le dieron la incapacidad”, enumera Rodríguez.
“Arrastra todavía otros problemas de salud derivado de ese trabajo: lleva las rodillas destrozadas de andar a gatas y le tuvieron que quitar sendos meniscos, además de tener alguna hernia y problemas de espalda”, añade. En esa época, “la minería era un trabajo de alto riesgo y muchas gente abandonaba”, añade.
“Comencé en el ‘Pozo Pilar’ haciendo las galerías para que los mineros pudiesen entrar a explotar el carbón. Era si cabe más duro, porque éramos los que abríamos las galerías sobre roca. Y también peligroso: “Se me mató un compañero de equipo en un accidente con una máquina”, lamenta Blas Castilla, que desde los 19 años trabajó “en todas las minas que hubo en Escucha durante una década. “Entre los dos, nos turnábamos cada día para bajar y subir los materiales. Ese día le tocó a él, pero me pudo haber pasado a mí”, confiesa.
El trabajo en las galerías también era asfixiante. “En ocasiones hacía tanto calor y humedad que nos teníamos que quitar toda la ropa y quedarnos en calzoncillos para picar. El agua se calentaba en cuestión de media hora y tenían que bajar a cambiárnosla porque sino bebíamos caldo”, ejemplifica. Los turnos también podían llegar a ser largos. “He trabajado hasta 10 horas seguidas. Era muy duro, había accidentes laborales y nos hacíamos heridas y golpes continuamente”, señala Castilla.
“Se me vino una pared de una de las galerías de la mima encima y me quedé semi enterrado. Me rompí tres costillas y el esternón”, relata Otilio Galve, otro minero jubilado, de 64 años. “Cuando volví, me cambiaron de puesto y estuve muchos años en montacargas, porque no podía hacer esfuerzos”, añade este vecino, que trabajó durante 23 años en la mina, siguiendo la estela de su padre y sus tíos. “Era lo que había, donde se podía trabajar en otra cosa”, constata.
“Los mineros trabajaban 8 horas picando la piedra y el carbón con martillo, colocaban explosivos, hacían la voladura y desescombraban hasta llegar al carbón. Pero en las últimas décadas, debido a la tecnología, a las nuevas maquinarias y a las medidas de seguridad, el trabajo de minero es muy diferente”, señala el gerente del Museo de Escucha.
A pesar de ello, “la minería supuso prosperidad, trabajo y calidad de vida”, asevera Cañizares. “Hace 200 años, Escucha era un núcleo de población muy pequeño pero el auge de la minería atrajo a empresas mineras que se instalaron en la localidad y comenzaron a explotar las minas. Llegó a haber hasta 40 minas”, concluye el gerente.