"Que descanse usted, señorito". ¿Es factible recuperar la figura del sereno en el siglo XXI?

Se les llamaba con palmadas para que abrieran el portal y conocían muchos secretos de los vecindarios. El PSOE propone restaurar una suerte de vigilantes nocturnos de las calles.

En los años 50 y 60 los serenos protagonizaban no pocas postales de felicitación.
En los años 50 y 60 los serenos protagonizaban no pocas postales de felicitación.
Heraldo

Hace unos días la candidata socialista Lola Ranera sugirió rescatar la figura del sereno para “recuperar la vida en las calles de los barrios”. Muchos jóvenes desconocen la que fue la azarosa vida de estos vigilantes nocturnos, que los más veteranos aún recuerdan y asocian con la España más castiza.

Desde finales de la Edad Media hasta casi la década de 1980 numerosos serenos velaron por la seguridad en las manzanas que tenían asignadas y algunos fueron tan queridos (Pascual, 'el vigilante') que incluso llegaron a tener una figura propia en la comparsa de gigantes y cabezudos. ¿Cuál es la historia de los serenos de Zaragoza?

“¡Sereno, serenoooo!”. “Va, ya va”. “Que llevo más de media hora tocando palmas”. “Pué ser, señorito, pero es que estaba dando una vuelta por la demarcación”. “Pero, hombre, ¡ni que la demarcación llegase hasta el Cabezo!”. Con esta escena costumbrista introducía el periodista de HERALDO Manuel Casanova un reportaje con un sereno el 23 de marzo de 1923, hace 100 años exactos. Se descubrían allí muchos detalles de un exigente oficio, del que se denunciaba que “es un servicio del Ayuntamiento que no paga el Ayuntamiento”. El único sueldo de los serenos eran las propinas de los vecinos, a quienes acababan por conocer por su nombre. 

Trabajaban de 21.00 a 7.00 y llevaban un manojo de unas cien llaves que solía pesar más de tres kilos

Echando un ojo a la hemeroteca municipal, los primeros documentos que se encuentran que hacen referencia a la regulación de los serenos son de principios del siglo XIX. De 1803 hay un reglamento en el que se define su puesto, al igual que se hace con los “mozos de alumbrado, los faroleros y los guardas de almacén”. No obstante, en el mismo archivo hay legajos de pleitos y procesos del siglo XVI en los que ya aparece la figura del sereno en casos en los que se dirimen ‘sisas’ (pequeños robos) e hidalguías.

Expedientes sobre la reglamentación de serenos en Zaragoza en el año 1841.
Expedientes sobre el nombramiento de serenos en Zaragoza en el año 1841.
AMZ

Los serenos, que también voceaban las horas, tenían que ser “servidores diligentes” cuando se precisaban auxilios del médico, de farmacia o del sacerdote. Los más habitual era que llevaran un gran manojo de llaves para abrir los portales de los vecinos, pero también podían ser “avisadores y centinelas” si estos tenían que madrugar para emprender un viaje. Por descontado, tenían que ser de lo más discreto pues solían conocer también algunas de las costumbres nocturnas de los ciudadanos.

Discretos y "rumbosos"

“Cuando una persona no es vecino de la casa y les piden que abran, ¿qué hacen ustedes?”, pregunta el periodista a un sereno en 1923. “Si nos han dado órdenes la dejamos pasar; si no, nos informamos de adónde va y hasta lo acompañamos hasta el piso para ver si miente o no”. “Se trasnocha mucho en Zaragoza”, continúa el informador. “No, no mucho, salvo contados inquilinos a los que tenemos que esperar hasta después de la hora fijada para retirarnos”. Anonimato y elegancia. Los serenos en aquella época tenían un horario que les permitía ejercer su servicio de las nueve de la noche hasta las cinco y media de la mañana. En invierno, muchas veces se ampliaba y llegaba hasta a siete de la mañana, más o menos cuando amanecía. 

El reportaje que HERALDO dedicó a los serenos en marzo de 1923.
El reportaje que HERALDO dedicó a los serenos en marzo de 1923.
Heraldo

El problema era su fuente de ingresos, que se basa en la buena voluntad de los vecinos y comerciantes y no les daba para vivir en exclusiva de vigilantes. Muchos de ellos tenían que dedicarse a otros oficios durante el día y, en consecuencia, pasar más de 14 horas al día al pie del cañón. Poco a poco, algunos vecindarios fueron introduciendo cuotas fijas, pero aún así eran insuficientes y los serenos constituyeron una agrupación de socorros mutuos para casos en los que caían enfermos o, incluso, heridos en acto de servicio, pues solían intervenir en algunas riñas callejeras. Otra amenaza era la de “los juerguistas hijos de padres influyentes”, que ya entonces amenazaban con aquello de “no sabes con quién estás hablando”.

En su momento álgido, allá por los años 30 del siglo pasado, se llegaron a contabilizar hasta 112 serenos en Zaragoza. Aunque había existido un ‘cuerpo municipal’ dedicado a estas labores, este se suprimió en 1919, cuando se escindió de sus responsabilidades la de controlar la iluminación de las calles. Durante la posguerra su presencia se mantuvo y, aunque mal remunerados, las autoridades reconocían que el suyo era un oficio “de gran valor social”, en una época en la que la inseguridad ciudadana era una lacra. 

Uno de los últimos serenos de Zaragoza, en una foto de 1961.
Uno de los últimos serenos de Zaragoza, en una foto de 1961.
AMZ

Tan queridos y reconocidos eran, que -incluso- protagonizaron no pocas felicitaciones de Navidad, abriendo una tradición gráfica que se ha convertido hoy en día en objeto de deseo de los coleccionistas. Por cierto, que en 1910 la comparsa de cabezudos de Zaragoza añadió dos nuevas figuras Pascual ‘el Vigilante’ (un sereno de la calle de Alfonso I) y el Mansi ‘el Cobrador’ (de las sillas del paseo de la Independencia), pero ambas durarían poquito en el inventario de los cabezudos.

Algo importante que aún no se ha mencionado es que no iban armados, sino que trataban de velar con mucha mano izquierda por la tranquilidad en la vía pública. Esta era la principal diferencia respecto a la guardia municipal y de seguridad, que solía intervenir después de los serenos en caso de que alguien precisara auxilio. Las palmadas y la voz de “sereeeno” eran su reclamo hasta bien entrados los años 70 cuando su figura fue decayendo en paralelo al auge de las policías municipales. 

En 1974 HERALDO ofrece una entrevista con Pedro Sauque, “el único sereno de la ciudad de Huesca, y en ella ya se comprueba cómo el oficio está en declive: en los años 20 había siete vigilantes nocturnos y seis serenos en Huesca y medio siglo después solo quedaba un superviviente. Cuenta Sauque que su abuelo y su padre también fueron cargados de llaves recorriendo la ciudad de noche, pero que a estas alturas con cobros de la vecindad y una pequeña gratificación municipal “no es suficiente para ir viviendo”. Como curiosidad, Sauque cuenta que porta a diario 80 llaves que pesan en conjunto tres kilos y que su peor recuerdo es de la época de la guerra, cuando “yo era el que avisaba a los vecinos cuando venía la aviación”.

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