Una Navidad sin hogar en Zaragoza

Las comidas y cenas especiales que instituciones y entidades ofrecen en estas fiestas a los sintecho quieren transmitirles algo de ilusión, pero su dura realidad se impone. 

Preparativos de la comida de Navidad en el comedor de la parroquia del Carmen de Zaragoza.
Preparativos de la comida de Navidad en el comedor de la parroquia del Carmen de Zaragoza.
Oliver Duch

La Navidad no es una época de celebración o festividad para las 128 personas sintecho que duermen al raso en las calles de Zaragoza, ni tampoco para esas a las que les llega para realquilar una habitación pero tienen que buscarse la vida para sentarse ante un plato caliente. "Para ellos son unas fechas cualquiera, aunque cuenten con un menú especial y el local esté decorado", resume Ramón Maneu, delegado de la parroquia del Carmen de Zaragoza para la obra social. De ello da fe también la menor afluencia de comensales, algo habitual "los fines de semana y más en estos días navideños en los que dedican más tiempo a pedir porque la gente es más proclive a dar".

En los fogones se afanaban dos cocineros y cinco voluntarios que sirvieron 180 menús a base de entrantes, caldo de cocido o de marisco (hay musulmanes entre los comensales) y merluza en salsa, para terminar con algo dulce. Habitualmente pasan por aquí unas 210 personas, un número que se mantiene tras la pandemia. El centro recuperó también la comida de Nochebuena preparada por el equipo del complejo Aura. Sigue presente la mascarilla.

"En el mes de diciembre recibimos casi el 30% de las donaciones de todo el año", calcula Maneu. Parte del embutido de los entremeses navideños provenían de una cena del Colegio de Médicos, una mujer ha pagado dos segundos de pescado para estos días y los langostinos y mejillones son obsequio de Mercazaragoza. Se trata de algunos ejemplos. La inflación también pasa factura a la solidaridad. "Durante el año las donaciones han bajado, pero parece que este mes vamos a compensarlo -estima Maneu-. Hay colaboradores que se han jubilado y se han dado de baja porque no tienen claro que puedan seguir aportando una cantidad fija, pero también vamos teniendo altas".

"Como solo y tan a gusto"

Gaspar Martín, de 68 años, es un veterano. Lleva casi ocho años acudiendo al comedor del Carmen por necesidad y es uno de los voluntarios que echa una mano todos los días a la hora de controlar que los comensales guarden su sitio en la fila cuando entran. "También me encargo de sacar los cartones", apostilla. De los 300 euros que dice que cobra de pensión, 220 los destina a pagar una habitación. "Son días especiales, yo me acuerdo de mi familia que está en San Sebastián, por supuesto, pero aquí prefiero llevarme el menú al piso, como solo y tan a gusto", comenta con naturalidad.

Ngoc Thach Nguyen, un joven vietnamita de 31 años, servía los platos en el mostrador. Lleva desde julio echando una mano además de ser usuario. Después de ocho años viviendo en España y empleado en restaurantes, se quedó sin tarjeta de residencia y de trabajo y acabó pernoctando en la calle durante cinco meses. Desde hace mes y medio tiene una habitación y está arreglando sus papeles. "Pensé en regresar a mi país, pero ahora que ya estoy mejor aquí prefiero quedarme y creo que todo va a salir bien", comenta. De las navidades en su país explica que mientras la Nochebuena "se vive en la calle", la Nochevieja "es en familia, todo lo contrario que en España". Agradecido con el giro que ha dado su vida, se despide con un "¡felices fiestas!".

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