En la panadería de Villanúa los clientes son amigos y el pan sabe a horno de leña

Ángel Terrén es la tercera generación de un negocio que comenzó su tío abuelo, hace 90 años, como hornero del pueblo. Después, fue a Canfranc a aprender el oficio de panadero.

Ángel Terrén tiene 48 años y lleva desde los 17 trabajando en el horno familiar, en Villanúa.
Ángel Terrén tiene 48 años y lleva desde los 17 trabajando en el horno familiar, en Villanúa.
Heraldo.es

Cuando el tío abuelo de Ángel Terrén trabajaba como hornero en Villanúa no se pagaba con dinero. Eran los años 30 del siglo pasado y a Paco, por tener el horno municipal siempre caliente, le daban productos de huerto, leña o pan. Por aquel entonces, las mujeres amasaban en casa las hogazas y las llevaban a cocer al horno común. Con el tiempo, esta costumbre de elaboración se fue perdiendo y en el pueblo se empezó a demandar pan ya hecho. Ante esta necesidad, Paco no dudó en subir a Canfranc Estación, por aquel entonces conocida como Arañones, para aprender el oficio. Allí, con el tren, había más población y ya tenían su propio panadero.

Pronto se incorporó su sobrino Alfredo, la segunda generación de panaderos de la familia Terrén. Además del trabajo en el horno, se dio a la política y llegó a ser alcalde de Villanúa y, más adelante, presidente de la comarca de La Jacetania. En ese momento dejó la panadería, hace unos 15 años. Pero no sin antes haber enseñado el oficio a su hijo Ángel, que desde entonces está al frente del negocio. A los 17 años las circunstancias familiares le obligaron a incorporarse a tiempo completo. “Un 13 de agosto yo estaba trabajando de camarero para sacar un dinero extra y mi madre tuvo un accidente trabajando. Se cortó los dedos de una mano y estuvo un año sin poder volver. Ese septiembre yo debería haberme matriculado para hacer COU pero no pude”, recuerda.

En los más de 30 años que lleva trabajando en la panadería de Villanúa los tiempos han cambiado y se han modernizado, pero nunca han perdido su esencia original, la que el tío abuelo Paco enseñó a su sobrino Alfredo y éste a su hijo Ángel. Entre las mujeres también ha habido relevo generacional. La abuela Pilar trabajó toda la vida en la panadería, hasta que falleció a los 89 años. La madre de Ángel, que ya está jubilada, también ha formado parte del negocio familiar y ahora es su hermana pequeña quien trabaja con Ángel. En total, ahora son tres personas las que se hacen cargo del negocio, los dos hermanos Terrén y Dani, un joven del pueblo al que tienen contratado.

Ángel Terrén
Ángel Terrén
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Y es que faena no le falta a esta panadería donde la especialidad es el pan de toda la vida, cocido en horno de leña. Es el único establecimiento con obrador de Villanúa y, además de prestar servicio en el pueblo, también reparte en Canfranc, Aratonés, Borau, Aísa y Esposa. “Voy varios días a la semana con mi furgoneta a la plaza, toco el pito y bajan los vecinas. Me echo una charrada con ellas, les vendo el pan y me vuelvo a casa”, resume Ángel, que asegura que él no tiene clientes, sino amigos. “La mayoría me compran de toda la vida y tenemos ya una relación de amistad. Para mí esto es una máxima. Ya que estoy más tiempo en el horno que en casa, me gusta estar de una manera cómoda y ser feliz. Lo más importante es ser feliz”, reitera

Esta optimista filosofía con la que afronta Ángel la vida se refleja en el servicio que presta y en su dedicación. Virtudes que salieron a relucir cuando más se necesitaba, en plena pandemia del coronavirus. “Al estar todos los restaurantes y bares cerrados, no me salían las cuentas. Si hubiese cerrado no hubiera perdido dinero pero había que dar servicio y estar en las duras y en las maduras”, asegura. No contento con tener las puertas de su panadería abiertas, Ángel decidió ir un paso más allá y ofrecerse para llevar a las casas las compras y evitar así desplazamientos y mayor riesgo de contagio. “Fue curioso que el 80% de quienes me pedían para domicilio eran personas jóvenes, los mayores preferían venir al despacho porque así se daban un paseo…”, recuerda.

Con aquel capítulo ya prácticamente cerrado, Ángel continúa con su habitual venta ambulante, encajando este servicio en una rutina diaria exigente. “Me levanto a las tres y media de la madrugada para preparar el pan. Después lo repartimos y, cuando terminamos, mi hermana se queda en el despacho. Sobre las 9.30 o las 10 ya he terminado pero siempre hay gestiones que hacer. Eso sí, después de comer, la siesta de pijama es sagrada”, confiesa.

En su caso, el mes de agosto hace honor a la expresión y en la panadería de Villanúa, literalmente, se hace el agosto. El establecimiento se encuentra en la travesía del pueblo y está abierto todos los días de la semana. “En esas fechas Villanúa está a tope y mi vida es curro, casa, casa, curro”. Ángel no sabría decir exactamente qué cantidad de pan vende o cuánta repostería elaboran pero los más de cien litros de aceite mensuales que emplea para hacer magdalenas dan una idea del volumen. También influye que este sea, junto al pan tradicional, su producto estrella. A diferencia de lo que suele pasar en los hornos del Pirineo, en el de Villanúa la repostería tiene un gran protagonismo, con elaboraciones variadas y abundantes. Esto es culpa de su madre que procede de Castejón de Monegros, donde aprendió muchas recetas. “Nosotros le ponemos nuestro toque personal y tenemos tartas rellenas de manzana, dobladillos de cabello de ángel, bizcochos o mantecados, hechos exactamente como los hacía mi madre en casa”.

"Nosotros le ponemos nuestro toque personal y tenemos tartas rellenas de manzana, dobladillos de cabello de ángel, bizcochos o mantecados, hechos exactamente como los hacía mi madre en casa”

La clave del éxito de este negocio casi centenario es que la tradición convive con las nuevas tendencias. En los años que Ángel lleva en el horno ha hecho cursos para aprender a elaborar productos que ahora se demandan, como panes integrales, de espelta o de cereales. El horno está a las afueras del pueblo, construido donde la familia tenía una huerta. Sobre la infraestructura, se han ido incorporando máquinas nuevas, más modernas y adaptadas a los tiempos actuales.

Unos tiempos en los que la pandemia ha sido algo pasajero pero con una amenaza permanente que ha obligado a Ángel a apretarse el cinturón. “Cuando se empezó a vender pan industrial, el congelado, para entendernos, notamos mucho bajón en las ventas porque no podíamos competir en precios. Ahora nos está pasando que las grandes cadenas han llegado a los alrededores reventando precios. La única forma que tenemos de sobrevivir es ajustando los nuestros”. Eso y confiar en sus fieles clientes, esos de toda la vida que, como los buenos amigos, siempre están ahí.

 

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