entrevista

Ingrid Magrinyà: "Disfrutemos de la belleza sin racionalizar tanto el arte"

La bailarina y coreógrafa presentará los próximos días 7 y 8 en el Teatro de las Esquinas "un tríptico de danza contemporánea" titulado ‘Soirée’ 

La artista, fotografiada esta semana en Zaragoza.
La artista, fotografiada esta semana en Zaragoza.
Oliver Duch

Se acerca la Navidad, ¿usted era de las que ya se ponía un tutú en los festivales escolares?

He bailado desde que tengo uso de razón. ¡Hasta con los anuncios de la tele! Ojalá en los colegios estuviera más presente esta formación artística. La música es una disciplina que está mejor integrada, pero ojalá llevaran a los escolares al ballet, al teatro, a una lectura de poesía...

A mí me llevaron a una granja escuela.

Sí, de pequeña también hice un montón de excursiones escolares al campo, pero nunca me llevaron a ver cosas que se salieran de los márgenes como arte abstracto o danza contemporánea.

Y entonces, ¿cómo acabó con esto del grand-plié y demi-plié?

Vine a estudiar con María de Ávila con 15 años. Tuve una formación clásica hasta que descubrí el contemporáneo, que es lo que más me enganchó. He podido trabajar con La Extinta Poética, Gelabert o Jan Fabre...

Pero se afincó en Zaragoza.

He ido y he vuelto con distintos proyectos, pero Zaragoza es un hogar al que siempre regreso.

Y aquí pasó el confinamiento...

Bailaba en casa cada día. Quizá por el miedo, no podía estar sin moverme y la cabeza estaba hirviendo. Eso había que sacarlo.

¿Con la danza se puede expresar todo?

Absolutamente. El error a menudo es que el espectador espera comprender, entender la danza. Aquí no hay palabras que nos conecten pero el cuerpo es capaz de comunicar todo. Lo mejor es que el público desconecte el cerebro y se dejar llevar. Que le entre toda la belleza que pueda haber en el escenario. Los sentimientos surgen después del teatro.

Pero es más fácil recibir un mensaje simple y unívoco.

Racionalizar en el arte es una equivocación. Por eso precisamente creo que estamos muy perdidos en los últimos tiempos, porque necesitamos comprenderlo todo.

Por si acaso, deme alguna pista de su nuevo montaje...

Es un tríptico con tres piezas de danza en las que colaboro con el también zaragozano Jorge García Pérez, coreógrafo, profesor y bailarín principal del Ballet de Basilea. Es algo más luminoso, enérgico y positivo que la obra anterior, pero tampoco es Disney.

Entiendo que es un formato comedido.

La supervivencia de la danza en España pasa por hacer pequeñas piezas con poco presupuesto, que se puedan llevar a la calle o a un puente, pero que nadie se olvide de que después hay que lograr que esos espectadores vayan también a un teatro.

¿Cómo valora el mundo de la danza en Aragón?

Es un panorama árido. Habría que creer más en la gente que está haciendo cosas buenas. Y no es una cuestión económica, a veces el dinero es una excusa cuando lo que hace falta es más cariño por quienes se dejan la piel. Conviene despolitizar las artes porque la danza es muy grande como para ser bandera de nadie.

Uno no se hace rico con esto.

Lo peor es no tener un sustento que te permita, por ejemplo recuperarte de una lesión o no poder hacer una audición sin tener que pedir un crédito.

Y que el tiempo no pasa en balde...

El cuerpo es un instrumento que tiene un límite y llega un momento en el que la energía baja. Cuando te acostumbras a bailar con dolor tienes que plantearte si hay que dejar de bailar y empezar a transmitir todo lo que sabes.

Usted entrena y entrena, pero también tendrá otras aficiones.

Leo y voy al teatro a ver todo lo que puedo, incluso lo que no me gusta a priori. En los momentos de más tensión y ansiedad hago ganchillo y proveo a mis cercanos de bufandas y gorros.

¿Qué planes tiene para Navidad?

Espero poder disfrutar de mi familia, a la que veo poco, y comer pavo y polvorones.

¿Perdón?

Sin ponerse morado, pero un bailarín puede comer polvorones.

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