Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Riesgos geológicos en Aragón: sismos, inundaciones, dolinas...

Hace ya tanto tiempo –255 millones de años, nada menos– que no entra en erupción que el Anayet, en el Pirineo aragonés, se cataloga como volcán extinto. Los de la vecina Garrotxa, en Gerona, están dormidos; se considera que pueden volver a reactivarse, aunque eso sucederá, como pronto, dentro de 5.000 años. Si ocurriera, parte de los gases emitidos y algo de ceniza llegarían a Aragón, una comunidad donde existen otros riesgos geológicos mucho más tangibles.

Cumbre del Anayet, vista desde el falso Anayet. Al fondo se ven las capas rojas del Pérmico cortadas por el pitón volcánico. La excursionista está llegando a la cumbre del falso Anayet donde, intercalada en las capas rojas, hay una colada volcánica de las que emitió el pitón del Anayet
Cumbre del Anayet, vista desde el falso Anayet. Al fondo se ven las capas rojas del Pérmico cortadas por el pitón volcánico. La excursionista está llegando a la cumbre del falso Anayet donde, intercalada en las capas rojas, hay una colada volcánica de las que emitió el pitón del Anayet
Josep Gisbert

Los riesgos geológicos más frecuentes son esencialmente de cinco tipos: volcánicos, sísmicos (terremotos), inundaciones, deslizamientos del terreno y hundimientos kársticos (dolinas).

Desde hace casi dos meses, todos los días vemos qué es un volcán activo como el de La Palma, en erupción en este momento. Un volcán inactivo o dormido es el que está tranquilo pero periódicamente hace erupción. El tiempo promedio que tarde en erupcionar se llama ‘probabilidad de retorno’. El complejo volcánico de Cumbre Vieja, en La Palma, pertenece a esa categoría, pues en el intervalo de 1949 a 2021 ha pasado por tres períodos de actividad y otros dos de inactividad. Nos sirve también para integrar el concepto de ‘complejo volcánico’, que es una región más amplia que la de un único cono volcánico. Finalmente, un volcán extinto es aquel que, con seguridad o muy probablemente, ya no volverá a entrar en erupción. Es el caso de la cumbre del Anayet, en el Pirineo aragonés, volcán extinto hace 255 millones de años. En Aragón no tenemos riesgo volcánico, pues todas las rocas volcánicas presentes pertenecen a volcanes extintos.

El único riesgo volcánico para nuestra Comunidad es la vecina región de La Garrotxa, en Gerona. Es un riesgo menor, podrían llegar solamente parte de los gases y algo de ceniza. Esta comarca gerundense es una región volcánica con conos que han erupcionado hace entre 700.000 y 11.500 años. Los estudios realizados indican que la probabilidad de retorno allí es de 15.000 a 20.000 años; como todavía ‘solo’ hace 11.000 años de la última erupción, se puede considerar que son volcanes ‘dormidos’ que podrían volver a entrar en actividad.

En cuanto al riesgo sísmico, la mayoría de los terremotos se producen por el movimiento brusco de una falla tectónica. El riesgo de sufrirlos depende, por tanto, de la presencia de fallas activas, roturas de la corteza que han sufrido movimientos recurrentes en el pasado geológico reciente y pueden, por tanto, continuar haciéndolo en el futuro.

Un deslizamiento es un movimiento en una ladera debido al cual una parte de esta cae por su propio peso debido a condiciones desestabilizadoras tales como una fuerte pendiente, un aumento de presión de agua (por causas naturales o artificiales, como el llenado de un embalse) o por movimientos sísmicos. Los volúmenes de los deslizamientos son muy variables, desde pequeños bloques (algo habitual en las carreteras, fuente continua de problemas) hasta centenares de hectómetros cúbicos.

Los hundimientos del terreno más relevantes son los de origen kárstico (por disolución de la roca). La presencia de materiales solubles genera cavidades que, si se propagan hasta cerca de la superficie, producen hundimientos del terreno. Esto sucede en rocas calizas y evaporíticas. En calizas, dada su gran consistencia, es raro que se produzcan efectos sobre obras humanas, pero en rocas salinas (yesos, sales) generan numerosos problemas en las infraestructuras construidas sobre estos terrenos.

Las inundaciones se registran en situaciones de exceso y acumulación de agua, tanto en ríos como en la costa, y también en zonas endorreicas y en terrenos impermeabilizados, como las propias ciudades. En regiones de clima semiárido como Aragón, geográficamente próximo al Mediterráneo, son muy probables las precipitaciones catastróficas.

Legislación y ordenación del territorio

Para la prevención de riesgos naturales es importante una legislación rigurosa. La labor legislativa fundamental es definir las zonas de riesgo (tarea que se ha realizado en Aragón, pero que convendría revisar y actualizar) y establecer las consiguientes limitaciones de uso del territorio.

La ordenación del territorio es una estrategia fundamental para reducir el riesgo de cualquier tipo. Existen todavía importantes lagunas, legales, administrativas y de aplicación, a la hora de planificar los usos del territorio en las zonas expuestas a peligros naturales. La resiliencia social se conseguirá con una ordenación clara y exigente que fomente la adaptación de los usos del suelo ante los posibles eventos naturales extremos. Si el territorio está preparado, los daños serán mínimos y la gestión de riesgos será eficaz y sostenible. Este es un reto de futuro que es preciso abordar de forma urgente y permanente.

Deslizamiento rotacional en las margas eocenas de la Canal de Berdún, en en la localidad de Esco, próxima al Embalse de Yesa. Puede apreciarse la pequeña cicatriz en la parte alta del mismo (flechas).
Deslizamiento rotacional en las margas eocenas de la Canal de Berdún, en en la localidad de Esco, próxima al Embalse de Yesa. Puede apreciarse la pequeña cicatriz en la parte alta del mismo (ver flechas).
Antonio Casas (noviembre de 2013)

Sismos y deslizamientos

El Pirineo aragonés ha registrado históricamente algunos terremotos de gran intensidad, como el de la Ribagorza, en la Edad Media, y el de Martes (Huesca), en 1923, si bien no se sabe qué fallas concretas pudieron causarlos. La falla de Ruesta es la candidata más verosímil para el terremoto de Martes. A Aragón se propagan asimismo terremotos originados en la vertiente norpirenaica, asociados al antiguo límite de placas entre Iberia y Europa.

La cordillera Ibérica aragonesa tiene una sismicidad menor, pero tiene fallas activas como las que configuran el corredor del Jiloca. El último terremoto importante ocurrido en Aragón (Used, 1953) fue causado probablemente por la falla de Daroca. La ciudad de Teruel tiene en su entorno las fallas de Teruel y Concud. La segunda de ellas es la más conocida; la estimación de su peligrosidad indujo a modificar el proyecto del nuevo hospital del Salud en 2013.

En Aragón los mayores deslizamientos afectan a zonas del Pirineo, de forma natural (caso de Piedrafita de Jaca) o artificial (aparcamiento del Portalet, Los Pintanos, autovía de Huesca). Otros tienen origen mixto, es decir que la intervención humana ha agravado un proceso de inestabilidad natural (caso del embalse de Yesa). En la Cuenca del Ebro son muy frecuentes en los escarpes del río, ya sea afectando a unidades blandas (arcillas) o roca dura (en este caso se habla de desprendimientos). En la cordillera Ibérica son frecuentes también los deslizamientos en laderas de arcillas y yesos bajo la acción de fuertes lluvias (sierra de Camarena) y los vuelcos y caídas en cornisas rocosas (Maestrazgo).

Cambiar la forma de gestionar las inundaciones

En Aragón asociamos las inundaciones principalmente a las crecidas en los ríos y a las avenidas, súbitas, en barrancos y ramblas. También se registran con frecuencia en zonas urbanas, afectando a bajos, sótanos y garajes, cuando se producen lluvias de fuerte intensidad horaria y sube el nivel tanto en los cauces como en el freático.

El evento más relevante de inundación, por sus efectos, fue el flujo de agua y sedimento que el 8 de agosto de 1996 arrasó el campin Las Nieves, en Biescas, a causa de su ubicación en el cono aluvial del barranco de Arás, provocando 87 víctimas mortales. También fue trágico un evento del que se cumple exactamente un siglo: la avenida de otro pequeño barranco en Aguilón que produjo 18 muertes y derribó 40 casas el 20 de septiembre de 1921.

En efecto, las crecidas más peligrosas no son las del Ebro y sus principales afluentes, que son lentas y fácilmente predecibles, sino las que tienen lugar en torrentes, barrancos y ramblas. Y hay que tener en cuenta que casi 300 núcleos de población en Aragón son atravesados por este tipo de cauces, a veces convertidos en calles.

En el pasado se luchaba contra crecidas e inundaciones con costosas y duras obras de ingeniería que siguen alterando, décadas después, el funcionamiento fluvial, provocando desequilibrios en los cauces y mayores daños en sectores no defendidos o en puntos donde fallaban y colapsaban. Embalses, defensas y dragados no solucionan la inundabilidad y generan una falsa sensación de seguridad que ha llevado a mayor ocupación de los espacios inundables y, por tanto, a mayor exposición y vulnerabilidad, es decir, a incrementar el riesgo. Por tanto, es necesario buscar alternativas y, en todos los países de nuestro entorno, y también aquí, en proyectos como Ebro Resilience, se trabaja ya en medidas basadas en la naturaleza y en acciones de restauración fluvial que dan mayor espacio a los ríos para que puedan desbordarse, fluir con libertad y reducir daños en los puntos habitados. Este es el futuro en la gestión de inundaciones.

Por el contrario, los dragados de sedimento y las limpiezas de vegetación en los cauces son medidas que se han demostrado inútiles y contraproducentes, aunque sigan siendo muy demandadas por la población. Es urgente informar y sensibilizar a la sociedad sobre ello.

Para evitar el riesgo de inundaciones sería necesaria una aplicación estricta de la legislación vigente (incluso con carácter retroactivo, aunque ello obligase a modificar la legislación actual de usos), así como una serie de limitaciones y gravámenes en terrenos inundables. Las zonas inundables están perfectamente localizadas y cartografiadas y el riesgo de inundación es por tanto previsible y, en teoría, fácil de gestionar: las zonas inundables se inundan, antes o después. Tanto la administración como las personas afectadas deberían conocer perfectamente la peligrosidad y el riesgo, pues hay herramientas para ello. En este sentido, la Directiva Europea de Inundaciones de 2007 obliga a la cartografía, a definir claramente las áreas de riesgo y los planes de gestión, y señala la necesidad de respetar especialmente las llanuras de inundación de los ríos como recintos para la laminación de las avenidas.

Dolina en suelo agrícola en la Puebla de Alfindén.
Dolina en suelo agrícola en la Puebla de Alfindén.
Andres Pocoví

Dolinas y hundimientos

Los hundimientos del terreno son en Aragón un fenómeno habitual, especialmente activo en el entorno de Zaragoza y Calatayud. Las rocas que se disuelven más fácilmente, como los yesos y las sales que existen en el centro de la cuenca del Ebro, recubiertas por sedimentos aluviales del Cuaternario, crean las condiciones idóneas para que se produzcan esos socavones o dolinas. Ejemplos como la Sima de San Pedro, en Oliete, permiten identificar las dimensiones de estos procesos.

El hundimiento del suelo es en general lento y progresivo, normalmente a razón de unos pocos centímetros por año. Pero episódicamente pueden también producirse colapsos repentinos que entrañan un mayor riesgo para las personas. En medios urbanos y periurbanos, como la propia ciudad de Zaragoza, estos procesos dañan construcciones e infraestructuras y causan pérdidas económicas muy importantes.

La zonificación de la peligrosidad es también en este caso suficientemente fiable como para que la ordenación urbana contemple criterios claros para descartar la edificación en ciertas zonas. Asimismo, sería interesante que el riesgo de hundimientos kársticos fuese cubierto por las pólizas de seguro independientemente del tiempo transcurrido desde su edificación. De lo contrario (y se han dado casos de este tipo), los procesos judiciales por daños acaban orientándose a demostrar la absurda hipótesis de que ‘alguien’ pueda ser el culpable de este fenómeno natural como única vía para conseguir que los damnificados puedan obtener una indemnización.

Josep Gisbert Aguilar, Antonio Casas Sainz, Alfredo Ollero Ojeda, Óscar Pueyo Anchuela y José Luis Simón Gómez profesores de la Universidad de Zaragoza, expertos en riesgos geológicos y miembros del grupo Geoforo

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