Los ‘peceros’ de Longás, un gentilicio cálido y maderero

La tradición de confeccionar la pez con zocas de pinos en hornos al aire libre se rescató hace unos años
en esta bella localidad de las Altas Cinco Villas, situada en la cabecera de la Bal D’Onsella

Hay una hermosa expresión (y muy manida, por cierto) que califica a un lugar de algo mágico porque allá ‘el tiempo se detiene’. En el caso de Longás, que algo de magia sí atesora, la calificación apropiada del tiempo es que allí parece comenzar, estirarse y moldearse al ritmo de cada corazón. La vida y sus servidumbres siguen un compás de compasillo, o se mueven con el rock’n’roll, el vals, el minué y, a veces, una cadencia propia, sin categorizar. Por ahí van los tiros en Longás, que se sabe bella pero alardea lo justo, y que presume de quietud sin levantar tampoco un altar al silencio. Es la dinámica de los peceros, gentilicio popular de quienes habitan esta localidad de la Bal D’Onsella, en las altas Cinco Villas, lindante con el puerto de Santa Bárbara y la Jacetania sin disfrutar, por cierto, de acceso directo y decente al valle hermano.

¿Y peceros por qué, se preguntará quien haya llegado hasta aquí leyendo todas las líneas? Pues peceros de pez; según la Real Academia de la Lengua, esta pez (que no, no es una sardina de las que corren por el monte en la canción popular del mentiroso que también protagonizan unas liebres marítimas) es una «sustancia resinosa, sólida, lustrosa, quebradiza y de color pardo amarillento, que se obtiene echando en agua fría el residuo que deja la trementina al acabar de sacarle el aguarrás». También se suele identificar con la brea, pero en la estribación de la sierra de Santo Domingo que contempla Longás, la pez sale de la transformación de una madera muy concreta, siguiendo un proceso preciso y, por qué no decirlo, precioso. Artesanía pura.

Algo tiene Longás, sin duda. Esta bella localidad está a casi 160 kilómetros de la ciudad de Zaragoza, lo que la convierte en la más alejada de la capital provincial quitando el cuarteto norteño de Artieda, Mianos, Salvatierra de Esca y Sigüés. Las losas de piedra en sus tejados y las chimeneas espantabrujas son marcas identificativas de una localidad que tiene su primera mención documentada en el año 938 con el nombre de Longareç. Entre su patrimonio arquitectónico y religioso destaca la iglesia de Santa María, la ermita de Santa María Magdalena y la de Santo Domingo. Está muy próxima a la cuna de los ríos Onsella (es zona yesera y a veces baja tiznado de blanco un tramo) y Arba de Luesia, y es un lugar de excepción para los amantes de la micología, tanto en primavera como en otoño. Javier aclara que las favoritas locales son las isanas o ‘Calocybe gambosa’, también conocidas como perrechicos en Navarra, y las colmenillas.

Javier Castán ha mantenido la tradición de la pez en los últimos años en Longás. Unos especialistas burgaleses acudieron hace dos décadas al pueblo para recordar este arte, que se había practicado en Longás desde tiempos remotos y andaba perdido en el recuerdo. «Las maneras de aquí ya no se sabían, habían pasado 100 años sin que se hiciera la pez, y mira que aquí era un trabajo habitual. Ahora andamos a medias entre mi sobrino Javier Ramos y yo para recuperarlo. Empezamos construyendo el horno, y seguimos con demostraciones».

El foso del pozo, construido en una pequeña campa de la parte alta del pueblo, tiene unos dos metros de hondura, por metro y medio de diámetro; se hace con arenisca. «Este pozo –explica Javier– se llena de teas hasta arriba, de las zocas de los pinos que están dentro de la tierra, y se le aplica el fuego por arriba; el calor baja muy despacio, y al calentarse la tea va soltando su caldo resinoso, de color miel».

Ese caldo se recoge, se canaliza por un tubo hasta el suelo y cae a una arqueta que lo conserva. «Para que todo vaya bien, se tapa la parte superior y se mantiene el calor como debe ser. El horno debe arder lo suyo; si le pegas fuego por la tarde, debe estar toda esa noche y el día siguiente entero». Con el preciado líquido viscoso guardado en la arqueta, toca aplicar de nuevo el fuego para ponerlo de color de hormiga, moviéndolo suavemente. «Luego, con una artesa, se deposita en un cuadro de medio metro de lado, con un fondillo abajo de chapa, rodeado de tablas; ahí se vierte el producto cuanto ya estira un poco, cuando ves que no gotea. Y a enfriar. Esa es la medida que luego se vende».

Dura de pelar

Javier recuerda otro momento clave para esta actividad. «Aquí se hizo una gran corta de madera hace 60 años al ras, pero las zocas no se han marchado; eso sí, hay que ir a buscarlas y trabajarlas bien, picar alrededor y sacarlas de manera manual. La idea en Longás es hacer una hornada anual como reivindicación; si la tea es buena, salen unos cuantos kilos de pez. Si la tea es mala, no sale bien. Las teas deben tener casi el color del jamón. Y ojo, que sé que se compara, pero la brea no es la pez, hay diferencia. De hecho, la brea acabó en su día con muchos de los usos de la pez, que funcionaba mejor. Aquí se usaba para marcar las ovejas, para revestir por dentro la bota de vino hecha de pelo de cabra… también de cura para las heridas de las patas de las ovejas, sujetando las vendas. Y bueno, ya sabréis que iba para los barcos, a proteger las quillas; de hecho, aquí venían de Galicia a buscarla».

La pez también ha dado lugar a una ruta senderista local, que supone una caminata de hora y media (ida y vuelta) a la sierra de Santo Domingo. «Es un paseo muy majo y tranquilo el que está marcado, aunque si conoces la zona puedes ampliarlo y hacerlo mucho más duro».

El actual horno de la pez (en femenino, al uso de Longás) requirió de obra adicional. «Pusimos un muro para contener la tierra, hacía falta una zanja para el tubo de canalización… pues se hizo». Lo demás, la materia prima, está a ojos vista en la inmensidad verde de la sierra, aunque para coger las zocas buenas hay que patear lo suyo, seleccionar bien... si no, el proceso está condenado desde antes de empezar. La sierra de Santo Domingo es una fuente inagotable de materia prima para seguir haciendo pez, aunque sea a pequeña escala y como reivindicación cultural, más que con fines económicos.

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