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Las residencias abren sus puertas: "Tenía ganas de ver a mi familia; ahora me siento mucho mejor"

Arsenio Navarrete, usuario de la residencia de Javalambre de Teruel, y Consuelo Sampériz, de la de Grañén, son un ejemplo de cómo viven los más mayores estos primeros días en los que gozan de algo más de libertad.

Arsenio Navarrete recibe la visita de su hija y su yerno en los jardines de la residencia Javalambre.
Arsenio Navarrete recibe la visita de su hija y su yerno en los jardines de la residencia Javalambre.
Jorge Escudero

Bajo el paraguas de la vacuna, la residencia Javalambre de Teruel, la más grande de Aragón, con 300 mayores y 336 trabajadores, abre poco a poco sus puertas a las visitas de familiares y amigos, vetadas hasta ahora por culpa de la pandemia. Lo hace con suma cautela, para no dar ni un paso en falso. Aunque Sanidad ya permite que un residente reciba hasta 4 visitantes a la vez –deben ser convivientes–, el geriátrico turolense ha limitado la cifra a dos. "En un centro de estas dimensiones es complejo organizar espacios adecuados para encuentros entre varias personas", explica la directora, Elena Lahuerta. "Además –continúa–, hay que tener mucho cuidado por la avanzada edad de algunos usuarios y porque no todos los que vienen de fuera están vacunados".

Uno de los primeros en recibir la visita de más de una persona a la vez ha sido Arsenio Navarrete, de 87 años, que este miércoles daba un paseo por los jardines de la residencia junto a su hija, Rosa, y su yerno, Amado Goded. "Hacía cuatro meses que no veíamos a mi padre; ha sido muy duro, sobre todo para él, que no entendió un aislamiento tan prolongado y yo creo que tuvo la sensación de que le habíamos abandonado", explica Rosa. Exprimiendo los 60 minutos de visita, Amado y Rosa no dejan de abrazar a Arsenio, le ponen en contacto con su nieto a través del teléfono móvil y hasta practican con él ejercicios de rehabilitación para sus piernas, menos ágiles tras tanto encierro. "Tenía muchas ganas de veros –dice el residente–; ahora me encuentro mucho mejor".

Teruel
José Antonio Gimeno y su hija Pilar conversan en los exteriores de la residencia Javalambre de Teruel tras siete meses sin verse.
Jorge Escudero

En un banco próximo, José Antonio Gimeno, de 84 años, disfruta del calor de una conversación con su hija Pilar, que ha venido de Valencia expresamente para verlo. "Llevaba siete meses sin estar a su lado; en todo este tiempo solo nos hemos podido comunicar por teléfono", relata Pilar sin despegar su cuerpo del de su padre. La mañana es gris, pero ninguno de los dos tiene frío. "Aquí se está muy bien y es bueno que le dé el aire, para mejorar sus niveles de vitamina D", argumenta la mujer.

En el interior, el centro va recuperando la vitalidad que siempre tuvo, al contar, entre residentes y trabajadores, con más población que muchas localidades de la provincia. Se ha reanudado la actividad de cine –televisión y proyección de películas– y en la sala de terapia ocupacional ya no se trabaja solo con grupos burbuja. Como explica la coordinadora de este área, Judit Pérez, el plan para los próximos días es que algunos mayores, acompañados, salgan a la calle y entren a comprar en comercios para recuperar así habilidades perdidas con el aislamiento. En la sala de Fisioterapia y Rehabilitación también se trabaja con denuedo. Hay mucho que hacer después de meses en los que la vida del centro ha estado condicionada por la covid. La residencia no se libró, el pasado mes de noviembre, de registrar un brote que afectó al 20% de los mayores, si bien casi todos resultaron asintomáticos. Superados los malos momentos, la directora expresa el "orgullo"de todo el personal "por haber logrado salir a flote sin que la incidencia llegara a ser devastadora".

Araceli Costa, Consuelo Sampériz y Nieves Barandián.
Araceli Costa, Consuelo Sampériz y Nieves Barandián.
Patricia Puértolas

CONSUELO SAMPÉRIZ, INTERNA DE LA RESIDENCIA DE GRAÑÉN

"Me apetece tomar el aire y darme una vuelta por casa"

"Libre". Una sola palabra le basta a Consuelo Sampériz, de 94 años, para definir su sensación al volver a salir a la calle tras casi un año de obligado encierro. "¡Qué ganas tenía!", exclama con brío, al tomar del brazo a su hija, Nieves Barandiarán, y cruzar el umbral de la residencia Parque San Julián de Grañén. Al enfilar la puerta, y aunque iba a volver a verla antes de la hora de la cena, le lanza un beso a una de sus cuidadoras, Araceli Costa, como si fuera un atleta, en señal de agradecimiento por la ayuda recibida y queriendo compartir la victoria. Y es que, una vez recibida la vacuna y recuperada cierta normalidad, internos y trabajadores sienten la emoción de quién ha conseguido traspasar la meta.

La residencia ha logrado mantenerse libre de covid y en los últimos días ha iniciado su propia desescalada. Las visitas se han retomado y los internos han comenzado a salir a la calle, "siempre acompañados por trabajadores o familiares y con el único fin de dar un paseo o realizar gestiones", según explica el administrador, José Luis Fontana. De momento, y siguiendo las nuevas directrices, no se les permite frecuentar espacios muy concurridos. Para Consuelo, es una norma sin trascendencia, ya que solo aspira a "tomar el aire" y "darme vuelta por casa", dice. Y hacia allí dirige sus pasos. "Poco a poco, mamá. Y si te cansas, nos sentamos", le dice su hija. "A ver cómo nos va, que lleva un año sin andar prácticamente", añade. Durante la pandemia, y al carecer de una zona exterior amplia, los responsables de la residencia tomaron la decisión de cortar la calle anexa y permitir la salida controlada de sus internos, con la autorización del consistorio.

Además, de cara a otra eventual pandemia, y con el fin de mejorar sus servicios, acaban de hacerse con un solar anexo que convertirán en una nueva zona verde. El encierro no parece haber afectado a las piernas de Consuelo. De hecho, llega a su casa sin hacer paradas, salvo para saludar a sus vecinas. A sus 94 años, aún conserva la vitalidad de antaño, cuando iba peinando de casa en casa, despachaba en el negocio familiar y cuidaba de sus cuatro hijos.

Antes de permitir las salidas, la residencia también autorizó las visitas de familiares. Martín, uno de sus nietos, fue uno de los primeros en visitarla y en esta ocasión, cara a cara, sin necesidad de utilizar el habitáculo construido, que permitía ver a los internos sin acceder al centro. De vuelta a la residencia, Consuelo agradeció el paseo. "Se me ha hecho muy largo estar aquí encerrada. Tenía muchas ganas de salir y sentirme libre", insiste. Y es que, "aunque esté muy bien atendida", tal y como señala su hija, siempre ha sido una mujer muy vital e independiente. "Necesita ir a su aire", subraya. También llega entonces de su primera salida María Puyuelo, de 93 años, junto a su hija, Teresa Mur. "Han sido meses complicados. Se pasa mal. No insistes en venir ni quieres forzar la situación. Solo piensas en protegerlos y por fin, estamos más tranquilos con las vacunas", señala, justo antes de dejar a su madre. También Nieves se despide de Consuelo. "Vuelvo pronto", le dice. Y, de nuevo, besos al aire.

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