hostelería

Danielle Huby, de un trabajo de oficina en Bruselas a dueña del albergue de Castiello

A sus 55 años, esta belga enamorada de la montaña cambió de vida para asentarse en el Pirineo aragonés. Sola y sin saber que la pandemia acechaba, llegó a su nuevo hogar en marzo de 2020.

Danielle Huby, en el albergue de Castiello.
Danielle Huby, en el albergue de Castiello.
Heraldo

Su pasión por el alpinismo y sus habituales viajes al Pirineo para disfrutar de sus montañas hicieron que, después de 33 años trabajando para la embajada de España en Bruselas, Danielle Huby diera un giro de 360 grados a su vida.

Desencantada con su trabajo de oficina, a sus 55 años, en marzo de 2020, llegó a lo que espera sea su hogar definitivo, el albergue A’ Noguera, en Castiello de Jaca. Conocía la zona y había salido mucho a la montaña con gente de allí. Siempre que la visitaba tenía que hospedarse en un hotel o en un albergue y, con el tiempo, la idea de alquilar o comprar algo más permanente donde poder guardar el material y tener, al fin y al cabo, su casa, fue tomando forma.

En mitad de esta búsqueda, un insistente anuncio, el de la venta del albergue de Castiello de Jaca, no dejaba de aparecer mientras Danielle miraba otras cosas en internet. Tantas veces se cruzó en su camino que ella lo tomó como una señal y decidió viajar para conocerlo en persona. “En cuanto llegué me enamoré de este sitio”, reconoce. Con la decisión ya tomada, tras varios años de negociaciones sobre la venta de estas instalaciones por desavenencias entre los antiguos dueños, la compra se materializó en noviembre de 2019.

Tras unos meses para dejar todo cerrado en su Bruselas natal, Danielle aterrizó en medio de la nada a principios de marzo del año pasado. Por aquel entonces, la covid asomaba por Italia pero Danielle no esperaba lo que apenas unas semanas después sucedería.

“Al poco de llegar, estalló todo. Mi idea era abrir el albergue en abril, para Semana Santa, pero fue imposible”, explica Danielle. Como parte positiva, los primeros meses sin clientes le sirvieron para poner las instalaciones en orden, hacer algunas reparaciones y prepararse para gestionar un negocio en el que no tenía ninguna experiencia. “En Bruselas, trabajaba para la consejería de Turismo, enviando a turistas belgas de vacaciones a España. Tenía contacto con agencias y empresas turísticas pero nunca había llevado un establecimiento de estas características”, dice.

Tras estos primeros meses de inactividad, el verano fue un soplo de aire fresco para el negocio. “El mes de agosto fue muy bueno y septiembre tampoco estuvo mal”, reconoce. Pero a mediados de octubre, cuando se impusieron de nuevo las restricciones de movilidad, las reservas desaparecieron. Danielle aprovechó entonces para regresar a Bruselas para visitar a su familia, contando con volver en diciembre, cuando el albergue tenía reservas.

Pero el 20 de diciembre, sus previsiones volvieron a irse al traste. “Todas las reservas para las fechas navideñas se fueron cancelando”, lamenta.

El albergue de Castiello de Jaca.
El albergue de Castiello de Jaca.
Heraldo

Viviendo de ahorros en un primer año sin apenas ingresos

Actualmente, el albergue está vacío y no tiene ninguna reserva a corto plazo. Las pocas que se habían hecho para el mes de junio, con motivo de la Quebrantahuesos, se han cancelado, ya que la carrera se ha pospuesto a septiembre.

Con este panorama, las cuentas para Danielle no salen. La fuerte inversión inicial que tuvo que hacer para comprar el albergue y para afrontar algunas reparaciones iniciales importantes no se ha recuperado con los pocos ingresos que ha tenido en estos primeros meses de actividad. “Afortunadamente, tengo ahorros y una familia que me respalda”, añade.

"Me considero una persona solitaria y que no necesita demasiado el afecto pero cuando es algo que viene impuesto, se pasa mal"

A esta precaria situación económica motivada por la ausencia de huéspedes se suma la falta de contacto humano que está experimentando Danielle. “Me considero una persona solitaria y que no necesita demasiado el afecto pero cuando es algo que viene impuesto, se pasa mal”, reconoce.

Y es que en Bruselas ha dejado a sus padres y a sus dos hijas. El tercero, un chico, vive en el sur de Francia, a unas cuatro horas en coche desde Castiello. “Cuando decidí venirme contaba con que la conexión de avión es buena y podrían venir a visitarme, pero con esta situación no ha podido ser”, lamenta. De momento, no tiene demasiados conocidos en la zona y la situación, en la que se vela por la distancia y el aislamiento social, no ayuda.

Para suplir esta ausencia, las videollamadas con su familia son casi diarias ya que, por suerte, la conexión telefónica y de internet es buena en el albergue. O, al menos, casi siempre. “Con el temporal Filomena estuve diez días sin línea y también incomunicada por carretera por la nieve acumulada”, recuerda.

Le salva que como montañera nata que es (ha estado en China o en el Himalaya) no dudó en echarse la mochila a la espalda para caminar los 800 metros que hay desde el albergue hasta el pueblo y poder al menos comprar algo de comida.

Pese a todo, Danielle se siente afortunada porque, al fin y al cabo, está luchando por la vida que siempre ha querido llevar. “Los últimos años de mi trabajo en Bruselas estaba desencantada, las tareas eran cada vez más administrativas y ya no disfrutaba de lo que hacía”, dice. Esta reflexión, que no todo el mundo es capaz de hacerse, es la que, tras muchas noches de darle vueltas a la cabeza, la decidió a dar un cambio radical.

La pandemia, con la que ni ella ni nadie contaba, no le está poniendo las cosas fáciles y reconoce que hay algunos días, los más duros, en los que duda sobre su decisión. Pero en seguida un pensamiento positivo se cruza para acabar con esos miedos. “La parte buena es que, al no tener muchos clientes de golpe, puedo ir aprendiendo de mis errores de forma cómoda y mejorando en el servicio que presto”, dice, optimista.

Unos servicios que incluyen tanto el alojamiento como desayunos y cenas. El edificio del albergue no es muy grande y en él hay cuatro habitaciones de cuatro plazas. Una de ellas tiene una cama de matrimonio y el resto, literas. Todas tienen baño propio con ducha y agua caliente y las comidas se realizan en un salón común. Danielle, por supuesto, vive en el albergue y, con los huéspedes que pasan por él, forma una familia durante su estancia.

La mayoría son montañeros, senderistas en el Camino de Santiago, aficionados al ciclismo… Tanto españoles como franceses, siempre unidos por la pasión por la montaña. Entre sus últimos clientes, una pareja de Francia y su hijo de ocho años llegaron hasta el albergue en trineo porque la carretera de acceso estaba cortada. Otro, un monitor de esquí de la estación de Astún llegó, como no podía ser de otra manera, esquiando.

“Un lugar para encontrarse”

Aunque Danielle ha mantenido el nombre original del albergue, A’ Noguera, al ser una zona de robles, cuando se hizo con el negocio pensó en un eslogan que lo definiera. Así es como “Un lugar para encontrarse” ahora acompaña siempre al logotipo. “Para mí, este sitio es mágico, ayuda a encontrarse con uno mismo pero también a conocer a otras personas con las que compartes vivencias y experiencias. Es un intercambio y un aprendizaje muy enriquecedor”, explica Danielle.

El albergue se sitúa a 800 metros de la parte alta de Castiello, por una pista forestal. Se puede reservar con cancelación gratuita a través de Booking, tanto camas sueltas en habitación compartida como las habitaciones completas. Emplazado en medio de la nada, cada mañana, el Collarada le da los buenos días. Como dice Danielle, “un auténtico regalo de la naturaleza”.

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