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La residencia canina Naroa, en Novés, entre el negocio y la labor social

Silvia Alfaro se dedica al cuidado de perros en un hogar creado hace nueve años. Desde hace seis, vive en el recinto para poder atender a los animales a cualquier hora.

Silvia dedica su vida al cuidado de los perros y sus hijos la acompañan desde pequeños.
Silvia dedica su vida al cuidado de los perros y sus hijos la acompañan desde pequeños.
Heraldo.es

Cuando uno trabaja en lo que le apasiona, las malas rachas se pasan de otra manera. Al menos así sucede en el caso de Silvia Alfaro, auxiliar quirúrgico de veterinaria que desde hace nueve años tiene una residencia canina en Novés, una pequeña localidad que  pertenece al municipio de Jaca.

Los animales son su pasión, vive por y para ellos, vive incluso con ellos. Hace seis años, Silvia trasladó su casa, hasta entonces situada en Jaca, al mismo recinto de la residencia. Lo hizo por varios motivos, entre otros, para evitarles a sus hijos, entonces muy pequeños, tantos viajes en coche al día.

Además, el cuidado de los perros y gatos que habitan en el hogar creado por Silvia no tiene horarios y para ella es mucho más práctico vivir allí. Una labor que tampoco entiende de espacios en determinados casos. “A los bebés y a los que están enfermos los tengo durmiendo en el salón de mi casa”, dice Silvia.

Su trabajo es tan gratificante que, en las épocas de vacas flacas, como ésta, a Silvia casi se le olvida que su residencia canina es un negocio. “Claro que quiero ganar dinero, pero por el momento las cosas no están para agobiar a la gente”, comenta. Esto explica por qué los pocos perros que viven actualmente en la residencia Naroa no le reportan apenas beneficios. Algunos son derivados de protectoras que al menos se hacen cargo de la comida, otros son de vecinos a los que les está haciendo un favor. Incluso se ha desplazado hasta Sabiñánigo en varias ocasiones para rescatar a dos animales cuyos dueños habían dado positivo en Covid y no podían salir de casa ni hacerse cargo de ellos.

A esta labor social que Silvia no puede reprimir, se suma que este 2020, con la pandemia, sus clientes han prácticamente desaparecido. “La mayoría de las personas que pagan por tener aquí a sus perros o gatos son trabajadores de la zona que me los dejan cuando se van de vacaciones”, explica. Unas vacaciones que este año no han existido para quienes viven del turismo en el Pirineo, ya que han exprimido el verano trabajando al máximo. “Después, cuando la temporada terminó, llegaron las restricciones de movilidad, y tampoco se ha podido viajar así que nadie se ha ido de vacaciones”, añade Silvia.

Pese a la situación, con alguna ayuda económica y sus ahorros, Silvia va tirando con los pocos clientes que acuden a su residencia. A ello también contribuye el modo de vida austera y en la naturaleza que ha elegido para ella y sus dos hijos, de 6 y 8 años. “Solo tenemos calefacción de leña y toda la electricidad la obtenemos de placas solares”, explica. “En esta casa encender la tele es un lujo”, añade.

¿Pero quién necesita televisión cuando vive con nueve perros y tiene un jardín de casi mil metros? Y eso es solo una parte del terreno total en el que se expande la residencia, que ronda los 2.000 metros cuadrados. En las instalaciones hay seis recintos de unos 350 metros con bungalows de madera. También hay un amplio espacio de suelta, donde los perros campan a sus anchas todo el día. Para que puedan dormir siempre resguardados, la residencia dispone de una nave con trece caniles grandes, de casi diez metros cuadrados. 

La residencia tiene una capacidad total para 24 perros.
La residencia tiene una capacidad total para 24 perros.
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Educación canina como proyecto futuro

Para el futuro más próximo, Silvia se está formando en etología canina, una rama de la biología que estudia la conducta de los perros. Asociada con una amiga ya especializada en la materia, su proyecto a medio plazo es ofrecer sus servicios para la gestión emocional y la resolución de conflictos entre animal y humano. Para ello, han solicitado una zona de monte contigua a la residencia de unos 800 metros de extensión. “La idea es que sea un entorno diferente, sin estrés, sin olores, sin ladridos... Para llevar a cabo este tipo de terapias es necesario un espacio lo más neutro posible”, explica Silvia.

Con esta idea en mente, por el momento, Silvia sigue centrada en sus perros, tanto los que de verdad lo son como los que están de paso. La capacidad de su residencia para que el cuidado del animal sea el correcto es de un máximo de 24 y actualmente rondan la decena. “En las últimas semanas, el negocio se ha reactivado un poco, con el interés de varios cazadores en dejar a sus canes a dormir en la residencia”, comenta Silvia.

Las tarifas se pagan por día y animal, oscilando entre los 10 y los 12 euros diarios. Unos precios que varían según el motivo de la estancia, siendo más elevados si el dueño lo deja porque se va de vacaciones que si lo hace por motivos laborales.

¿Quién ayuda a quién?

Aunque en la residencia canina Naroa parece que es Silvia quien ayuda a los animales, en realidad la relación es recíproca. De hecho, el origen de este negocio está en cómo ella encontró refugio en los perros para atravesar el peor momento de su vida. “Mi hija mayor falleció y ellos fueron mis mejores terapeutas. Al volcarme en su cuidado, mi bienestar aumentó”, relata Silvia.

En aquella época, trabajaba en una clínica en Jaca y durante los primeros meses mantuvo ambos trabajos. Pero llegaron sus otros dos hijos y la situación se hizo insostenible, por lo que pasó a dedicarse plenamente a la residencia.

Desde entonces, la familia de Silvia y sus dos hijos la completan los perros y gatos que viven en la residencia, de los que aprenden a diario. “Tienen adoración por los animales, son responsables y han desarrollado mucha empatía”, dice orgullosa, en referencia a sus pequeños, en este caso, los no perrunos.

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