La vida en tiempos de pandemia: Cerezas recogidas por manos primerizas

En esta nueva entrega del serial, el periodista Gervasio Sánchez expone el trabajo de los temporeros durante la crisis del coronavirus.

Maxim, de 16 años, recoge cerezas por primera vez cerezas.
Maxim, de 16 años, recoge cerezas por primera vez cerezas.
Gervasio Sánchez

Hay muchas películas con título de fruta. Alegatos antibélicos como Mandarinas, reflexiones sobre la violencia fronteriza como Los Limoneros, clásicas como Las uvas de la ira, Fresas salvajes o La naranja mecánica, cómicas y tragicómicas como Bananas o Fresa y Chocolate, poéticas y metafóricas como El sol del membrillo.

Incluso se producen curiosas coincidencias como ocurrió en los años noventa cuando en ocho años aparecieron tres películas, con apenas cuatro minutos de diferencia en el metraje, que homenajeaban a una de mis frutas preferidas: la japonesa El huerto de las cerezas, la iraní El sabor de las cerezas y la española El árbol de las cerezas.

Con estos pensamientos viajo a La Almunia de Doña Godina, a 50 kilómetros de Zaragoza, una de las grandes huertas (almunia en árabe) privilegiadas del campo aragonés que vive su inicio de temporada alta de recogida de la fruta condicionada por el estado de alarma.

Andrés Huerta, hijo de Francisco Huerta, alcalde de la localidad entre 1991 y 1995, es un fruticultor de 48 años que lleva toda la vida al frente de Hoyosa y Finca Botiguero, una comunidad de bienes de 12 hectáreas y media de la que forman parte sus otros cinco hermanos, cuya principal especialidad es la producción de ocho variedades distintas de cereza.

Desde el 11 de mayo hasta aproximadamente 2 de junio tiene que recoger unos 23.000 kilos de la llamada cereza temprana que "suele venderse a mejor precio aunque siempre comprometida por la metodología ya que el exceso de agua la raja".

En condiciones normales, el 80% de sus trabajadores, un número que puede variar entre 35 y 50 a partir de junio, son argelinos, pero la pandemia ha impedido que muchos de ellos, con los que lleva trabajando desde hace 16 años, hayan viajado desde su país de origen.

Ha podido formar una cuadrilla con cuatro argelinos recién llegados de Almería, temporeros de origen ucraniano y rumano que han tenido que cerrar sus negocios, estudiantes y familiares. “Un profesional tiene a sus trabajadores dados de alta en la seguridad social, les paga un salario justo y los trata con respeto”, responde cuando se le pregunta sobre la campaña específica de inspección para detectar casos de “esclavitud o prácticas similares» en explotaciones agrícolas anunciada la semana pasada por la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que ha puesto en pie de guerra al campo español.

Lily, ucraniana que lleva 20 años en España, tiene cerrada su pequeña cafetería desde que empezó el estado de alarma y ha decidido participar en la recolecta de la cereza junto a sus dos hijos, Nazar de 23 años, y Maxim, de 16 años. “Era enfermera en mi país, pero nunca pude homologar mi título en España”, explica.

Nazar cogió fruta por primera vez hace cuatro años y ahora está estudiando un grado superior de Higiene bucodental. “Es una forma de incorporarme al mundo laboral y ayudar a mi familia”, cuenta. Maxim, cuya madre tiene que firmar como responsable legal en su contrato al ser menor de edad, empezará el bachillerato el año que viene. “Mis amigas me sacan todo el dinero que gano”, dice pícaramente este adolescente que sueña con ser policía nacional.

Mujeres ordenan manzanas en la cooperativa San Sebastián.
Mujeres ordenan manzanas en la cooperativa San Sebastián.
Gervasio Sánchez

Clara, de 18 años, está emparentada con Andrés. Estaba estudiando en Zaragoza un grado medio en Ayuda a personas en situación de dependencia cuando empezó la pandemia. “Hace dos días que recojo cerezas. Así puedo tener mis perras y valerme por mí misma”, reconoce. Dice que esta experiencia le está sirviendo para “valorar lo que significa trabajar y seguro que no olvidaré lo que cuesta recoger cerezas cada vez que las coma en el futuro”.

Antonio, de 50 años, hijo de agricultor y nieto de carretero, es uno de los pocos aragoneses que forman parte de la cuadrilla. “Los jóvenes creen que el dinero cae por la chimenea y, en general, les cuesta entender qué significa trabajar”, responde cuando se le pregunta por qué es tan difícil encontrar a jóvenes españoles que quieran trabajar como temporeros.

La segunda finca de la familia Huerta tiene más de ocho hectáreas. El 5 de junio empieza un mes de recogida de 60.000 kilos de cereza y 5.000 kilos de albaricoques. Sólo podrá acoger en la casa campestre a cinco de sus peones en vez de a los doce habituales y los distribuirá en tres de las cuatro habitaciones, dejando una libre para aislar a cualquier persona que se sienta indispuesto. Todos los días tomará la temperatura a los trabajadores antes de empezar la jornada.

“He tenido que rechazar a varias personas porque no tenían disponibilidad habitacional en el pueblo al no poder alojarlos aquí. Tengo mucho miedo del Covid-19 y quiero trabajar con tres cuadrillas independientes para que no se produzca una infección en cadena”, explica mientras muestra los guantes, las mascarillas, las caretas de plástico y los geles que ha comprado. “Es muy difícil enfrentarte a un enemigo que no se ve”, reflexiona.

La Sociedad Cooperativa Agraria San Sebastián (Cosanse), que acaba de cumplir 75 años, es la principal cooperativa fructífera de Aragón con 170 socios y otros 600 especializados en producción de aceite. Trabajan unos 75 trabajadores fijos a los que hay que sumar varias decenas más en la temporada alta de verano.

Disponen de unas 1.000 hectáreas distribuidas por la comarca de Valdejalón y puede llegar a almacenar 25.000 toneladas de fruta al año en sus 41 cámaras, algunas con un sistema de atmósfera controlada que permite “extraer el oxígeno del interior para evitar que la fruta evolucione y se eche a perder”, tal como explica el gerente Alberto Navarro (43 años)

Los pedidos se dispararon unos días antes del decreto del estado de alarma. “Nos obligó a venir a trabajar ese mismo sábado al incrementarse nuestras ventas entre un 60 y 70% por pedidos de grandes superficies, una alteración que duró dos semanas”, recuerda el gerente. Tuvieron que intensificar las medidas de limpieza y desinfección e incidir en mantener la distancia de seguridad entre los trabajadores en las zonas comunes de trabajo. “Cada socio es responsable de su explotación y también ha tenido que establecer un protocolo obligatorio de prevención entre sus trabajadores”, explica el gerente.

Todas las partidas que entran en la cooperativa están identificadas por seguridad alimentaria aunque considera que “es improbable que se transmita el virus por la fruta y no tiene un riesgo adicional al contagio que cualquier otro producto que se vende en un supermercado”.

Sergio Alonso (44 años), director financiero, está muy preocupado porque “se han disparado los costes básicos de la cooperativa con la compra de los equipos de emergencia que obligan a trabajar a otro ritmo con la consiguiente pérdida de productividad”. También se ha producido un incremento de más de un 15% en el transporte de las mercancías a Alemania, Holanda e Italia porque los camiones regresan vacíos al no encontrar cargas de retorno.

Sin olvidar que el sector agrario aragonés y español lleva años pidiendo precios más justos para sus productos con campañas de movilizaciones que se han aplazado por los efectos de la pandemia, pero volverán a activarse en cuanto la situación sanitaria lo permita.

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