efecto del coronavirus 

De la cárcel a casa con una pulsera

Un centenar de internos sale del CIS de Torrero para cumplir el tercer grado en sus hogares
y evitar contagios

La pulsera telemática se coloca en el tobillo para evitar que se quite del brazo. Se pueden bañar con ella puesta.
La pulsera telemática se coloca en el tobillo para evitar que se quite del brazo. Se pueden bañar con ella puesta.
Oliver Duch

El Centro de Inserción Social (CIS) del barrio de Torrero, conocido como ‘Las trece rosas’ y situado en lo que antes era el patio de la histórica cárcel de Zaragoza, se ha quedado solo con un preso y cuatro funcionarios por el efecto del coronavirus.

Hasta el pasado 16 de marzo, el centenar de internos que salían durante el día para su trabajo volvían a dormir al centro penitenciario. Pero la Secretaría de Instituciones Penitenciarias del Ministerio del Interior dio la orden de que las juntas de tratamiento de las prisiones aprobaran flexibilizar la vida de estos presos de tercer grado para que puedan pasar la noche en sus respectivos domicilios. La manera de controlarlos es una pulsera telemática que se colocan en el tobillo y con la que deben incluso bañarse.

La decisión de Interior llegó sin medios suficientes por lo que las pulseras todavía van llegando poco a poco. En la semana y media transcurrida se han colocado unas 50. Ante esta situación, la junta facilitó permisos a los internos para que salieran, se fueran a casa y fueran controlados primero por teléfono. En un horario ajustado, les llama un educador y una trabajadora social para conocer su situación hasta que les llegue el aparato. Las pulseras las colocan los propios trabajadores de la empresa contratada y su posterior seguimiento lo llevan a cabo los funcionarios del CIS a través de un ordenador y un sistema de monitoreo.

De los 106 ingresados, a 94 les han aplicado este sistema telemático, mientras que 11 de ellos ya no duermen en la prisión porque se les aplica el artículo 86.4 del Reglamento Penitenciario y ya están inmersos en su contexto familiar. Los otros 12 que se encuentran en el centro de Huesca también se han ido a sus domicilios. De hecho, los dos centros dependen de la junta de tratamiento que lleva la prisión de Zuera.

«A unos tenemos que llamarlos por teléfono y a otros los seguimos por la pulsera», explica un trabajador del centro. «Hace diez años ya se utilizaban, pero no de manera multitudinaria», añade. Los funcionarios saben que la llamada ajustada a cada preso tiene que ver con su horario de trabajo (la mayoría tienen empleo), pero con el efecto de la cuarentena están encontrándolos en casa. Si hay alguna ausencia, porque alguno ha salido a comprar a la calle, por ejemplo, lo justifican.

Solo les queda un preso por situar en algún domicilio porque no tiene y los funcionarios están buscando una casa de acogida en la que puedan recibirlo. Hubo algún interno que escogió el piso de un familiar. «La medida se ha adoptado a nivel nacional, en todos los centros de inserción, pero siempre dependen de las decisiones de las juntas y de la llegada de las pulseras. Aquí recibimos 30 al principio y ahora vamos por las 50», indica un funcionario.

Un sistema de monitoreo reciclave que llegó a España en 2001

La Secretaría de Instituciones Penitenciarias empezó a probar con estas pulseras telemáticas y reciclables para los presos de tercer grado en el año 2001, con un programa piloto que facilitó una empresa israelí y se puso en marcha como prototipo. Pero ahora, con la crisis sanitaria y el consiguiente estado de alerta, son algo más de 8.000 internos los que están en régimen de semilibertad y deben usarlas. El principal problema es el número de dispositivos. En un primer momento solo eran 2.300 y todavía no hay para todos los presos, ya que el presupuesto es ajustado

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