Aragón

Una investigación de la Universidad analiza el impacto del barranquismo en Guara

El trabajo intenta determinar el tiempo de recuperación de los barrancos tras el paso de miles de turistas, cuáles son más vulnerables y cuánta gente pueden soportar.

De izquierda a derecha, Sara Descals, Luisa Pérez, la profesora Rocío López y Luis Sasot, en los laboratorios de la Politécnica de Huesca.
Rafael Gobantes

Por los barrancos del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara bajan cada año miles de personas. Según un estudio realizado por encargo del Gobierno de Aragón, el Vero y la Peonera recibían más de 30.000 visitas, y el Formiga o los Oscuros del Balcés, entre 10.000 y 30.000. Son cifra de hace 20 años que no se han actualizado, pero que sin duda se quedan cortas dado el interés creciente por el barranquismo. Lo que sí se sabe es que algunos de estos estrechos llegan a registrar más de 500 descensos diarios en verano.

Pese a esta frecuentación, nunca se ha hecho un estudio sobre el impacto ambiental que tiene esta actividad en los cauces de Guara y que es el sustento del sector turístico de la comarca. ¿Cómo afecta a la flora, la fauna o la calidad del agua? ¿Cuál es la capacidad de recuperación de los ríos tras el paso de 30.000 personas? ¿Qué cañones son los más vulnerables? o ¿Qué volumen máximo de barranquistas sería aconsejable?

A estas preguntas intenta dar respuesta un proyecto de investigación que está desarrollando la Universidad de Zaragoza bajo el título de 'Evaluación del impacto del barranquismo y la capacidad de recuperación de las comunidades acuáticas del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara'. Un primer informe sobre el Formiga estudió la repercusión en los macroinvertebrados (insectos, moluscos, crustáceos...) que habitan en el lecho del río, indicadores biológicos de su estado, y detectó "una disminución importante en la biodiversidad y en el índice de calidad ecológica", afirma Rocío López Flores, investigadora principal del proyecto.

"Nos dimos cuenta de que el barranco necesitaba para recuperarse más de un mes, que era el tiempo del experimento", explica. Por eso se decidió ampliarlo a 60 días, para ver cuánto tiempo más requería hasta volver a su estado original. "Podía ser que de un año para otro las pequeñas bajadas de biodiversidad se fueran sumando. Queremos saber si repitiendo los muestreos año tras año pierde cada vez más", añade.

El rastro de los humanos

Los primeros experimentos se realizaron a iniciativa del alumno de la Escuela Politécnica de Huesca Jorge Sierra. Los resultados animaron al centro a pedir un proyecto de investigación a la Universidad de Zaragoza, que ha unido a expertos de distintos grupos. Consiguió financiación privada (de Ibercaja) y amplió el campo de trabajo al barranco de la Peonera, donde se estudia la vegetación de las rocas y se realizan análisis físico-químicos y microbiológicos con el objetivo de ver el rastro que dejan los humanos, además del estudio de los macroinvertebrados.

Los resultados de esta segunda fase todavía son preliminares y habrá que esperar a final de año para tener los definitivos. No obstante, ya han permitido apreciar cambios en el Formiga después de cada temporada, con un incremento de la materia orgánica, de bacterias asociadas al hombre como colis o estrectococos, aunque en pequeña proporción, que nunca supera el límite establecido para la calidad de las aguas de baño, y una disminución del ph. "La gente remueve los sedimentos al caminar por el río y esto afecta a las algas que alimentan a los macroinvertebrados", advierte López Flores.

Con ella trabajan los profesores Natividad Miguel, Ernesto Pérez y José Antonio Cuchí y los alumnos Luisa Pérez, Luis Sasot y Sara Descals, del grado de Ciencias Ambientales. Esta última acaba de presentar los resultados de su investigación como proyecto de fin de grado. Su motivación partió de un trabajo sobre el turismo en Guara, donde pudo ver las dos caras del barranquismo, "la necesidad de conservar el espacio y el beneficio económico al territorio". No en todos los cañones los efectos son iguales, asegura. "La Peonera tiene más caudal y más brazos y al ser el impacto más disperso asimila mejor la actividad humana que el Formiga, donde todos van por el mismo camino", señala Descals.

"No queremos prohibir nada"

La investigadora principal hace hincapié en que el estudio no persigue "prohibir nada", sino aportar información "para mejorar la gestión". "Se trata de determinar qué barrancos son más vulnerables y qué volumen de gente pueden aguantar". Asegura que con ellos colabora la gente del territorio, y se han implicado los guías, "conscientes de que tienen que cuidar los barrancos y hacer que la gente los cuide, porque los turistas también están interesados en el ecosistema del río, en ver tritones, aves o insectos".

López Flores defiende la figura de los profesionales y cree que deben tener una buena formación ambiental. "Hay que saber por dónde pasar; que es mejor nadar que estar pisoteando; ir en silencio e intentar no afectar mucho el ecosistema", concluye.