Internet casi mató al videoclub
Zaragoza tenía 130 videoclubes hace tan solo una década, pero la piratería ha hecho que ahora no queden ni 20 de ellos. Además, la mayor parte se han reconvertido en máquinas expendedoras de DVD.
La crisis de este sector viene de bastante más atrás que 2008 y, de hecho, Martínez explica que en general el punto de inflexión se empezó a notar alrededor de 2004. "Solo dos o tres años después de que los deuvedés empezaran a tener éxito, ya era muy común que la gente hiciera copias en sus ordenadores, el top-manta se empezó a llenar de películas...", recuerda.
Pero esa piratería fue a más cuando empezaron a popularizarse los primeros programas y portales de descarga de películas, con los que no podían competir en precio por mucho que los rebajaran: internet ofrece todas las novedades cinematográficas gratis y antes que ellos. Y contra eso defienden es casi imposible pelear a no ser que se regule. "Solo hay que pensar que en la venta ambulante ahora apenas se ven DVD, porque el top-manta, aunque tenga un precio muy bajo, ya es más caro que el todo gratis de internet", apunta.
El acabóse ya fue cuando las constantes mejoras en la velocidad de la conexión a internet hicieron posible que el internauta ni siquiera tuviera que esperar unas horas a que la película se descargara: la puede ver online.
En definitiva, también perdieron entonces a una parte de esos clientes de última hora que veían más rápido bajar al videoclub a alquilar un largometraje que ver cómo iba avanzando la barra de descarga.
En la actualidad, tampoco les está ayudando la crisis y que, según Martínez, "la oferta televisiva, incluso la abierta, sea cada vez más amplia".
Sin embargo, los videoclubes actuales siguen teniendo clientes fieles. Un ejemplo son todas aquellas personas (sobre todo familias, que son el sector poblacional que más les alquila) que quieren ver un largometraje con una buena calidad de imagen y sonido en su televisión. "Me vienen muchas familias con niños pequeños que prefieren ver la película tranquilamente en el sofá un viernes o un sábado por la tarde a ponerse todos delante de una pantalla de ordenador", explica Carlos Díez, propietario del videoclub The Big Orange, en la calle del Poeta Blas de Otero (en el barrio del Actur).
Lo que más se sigue demandando son novedades. "Pero hay mucha variedad: hay familias que vienen a por películas infantiles. Yo además estoy al lado de dos colegios y al inicio del curso suelo hacer bastantes socios nuevos. También sorprendentemente siguen entrando jóvenes. Y en mi videoclub mucha gente se lleva clásicos. Los Rocky, Rambo o El Padrino siguen triunfando", añade Díez.
De hecho, argumenta que un punto fuerte de estos negocios es que en internet "tienes que ir a buscar la película que quieres", mientras que en un videoclub "te la encuentras". "Al tenerlas todas en estanterías, la gente se pone a echar un ojo y dice de repente: ¡Ostras, La vida de Brian. Y se la llevan". Alquilar una novedad en un videoclub tradicional cuesta ahora una media de 2,5 euros al día. Pero tanto Martínez como Díez señalan que sigue siendo casi imposible competir contra internet. Ellos defienden que hay que acabar "de una vez" con las descargas ilegales y apostar por plataformas virtuales en las que, por un precio aceptable, la gente se pueda bajar películas de forma legal."Es imposible que todo sea gratis", añade Martínez.
Pero, pase lo que pase, ambos están convencidos de que no pueden desaparecer todos los videoclubes. De que siempre quedará un hueco para ellos. Porque, al fin y al cabo, ni la radio mató a la prensa, ni la tele mató a la radio...