Beatriz Bernad, jotera: "Soñaba que me enterraban viva"

Lécera, Zaragoza, 1979. Jotera y profesora de jota. Con Nacho del Río forma una pareja artística que está marcando una época.

Beatriz Bernad, con 9 años, en Lécera
Beatriz Bernad, con 9 años, en Lécera
B. B.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Sin duda alguna, súper feliz. Viví mi niñez en Lécera que, a mediados de los años 80, contaba con una escuela muy viva. En el pueblo descubrí la libertad, la amistad y las relaciones sociales: todo el mundo se conoce. Recuerdo las tardes después de la escuela, jugando en la calle y los eternos veranos ¡sin piscina!, vividos más fuera de casa que dentro, por aquel entonces sin ningún peligro.

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Me gustaban muchísimo los dibujos animados de ‘La pantera rosa’. A mi padre también le encantaban y los veíamos juntos. Las primeras risas que recuerdo están asociadas a ellos.

¿Qué le hizo llorar?

La relación con la muerte en los pueblos es más ‘natural’: sabes que algunos animales se matan para comerlos, incluso se crían para ese fin. Pero también las personas: mueren los mayores, tus vecinas... y de eso eres muy consciente desde muy pronto. Dentro de las pérdidas más cercanas y personales estaban los animales de casa (máscotas es un término actual). En casa de mi abuela, mi tío tenía un perro que se llamaba Toby. Era muy bueno, al pobre le hacíamos de todo. Tengo muy presente ese sentimiento de pena, y mis lágrimas, cuando murió.

"Me encantaba Rocío Jurado, incluso me atrevía a imitarla. También escuchar música, tocar la guitarra… En fin, todo lo relacionado con la música"

¿Qué era en el patio del colegio?

Era divertida y siempre estaba cantando.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Obviamente, cantar. Me encantaba Rocío Jurado, incluso me atrevía a imitarla. También escuchar música, tocar la guitarra… En fin, todo lo relacionado con la música.

¿Cuál fue la calle de su infancia?

La plaza de la Fuente de Lécera. Daba nombre al barrio y era la más próxima a mi casa. Era el lugar de reunión de toda la chiquillería. En ella se encontraba uno de los espacios públicos tradicionales en Aragón, la fuente, el abrevadero y el lavadero, lamentablemente hoy perdido. Más de una vez he metido los pies en el abrevadero y he tenido que ir a casa a cambiarme los pantalones, calcetines y zapatillas, con la consiguiente reprimenda de mi madre. Recuerdo muy bien las noches de verano, cuando todos los chicos y chicas del pueblo salíamos allí a tomar la fresca y a jugar.

¿Qué es lo que más le gustaba de Lécera?

La libertad que teníamos, lo felices que éramos con la pelota, la bicicleta o jugando a perseguirnos o ‘encorrernos’. No había consolas ni móviles. No nos hacían falta.

¿Echa de menos haber hecho algo en su infancia?

Siento mucho no haber aprendido a tocar el piano, creo que me habría venido genial para mi profesión, es una asignatura que tengo pendiente. En el pueblo había un par de personas que enseñaban a tocar la guitarra de forma amateur, pero no música ni piano.

¿Tenía mucha conciencia política?

Mis padres sí, pero yo a este asunto no le he prestado nunca demasiada atención.

"Siento mucho no haber aprendido a tocar el piano, creo que me habría venido genial para mi profesión, es una asignatura que tengo pendiente"

¿Era religiosa?

Bueno, de pequeña iba a misa porque iban las amigas. Con esa ocasión, las madres nos vestían con ‘el traje de domingo’. Cuando vinimos a vivir a Zaragoza era mitad de curso y mis padres nos matricularon en un colegio de monjas porque en los colegios públicos había exceso de alumnos y no nos aceptaban a las dos a la vez, a mi hermana y a mí. Pero las monjas no me despertaron una gran curiosidad por lo religioso. Tengo mis creencias, pero no creo en un dios como el que muestra la Iglesia Católica.

¿Cuál fue su primer contacto con la muerte? ¿Le angustiaba?

No recuerdo que algo o alguien me marcara. Aunque en el pueblo el velatorio se hacía en casa y se ocultaba a los niños, una ya sabía lo que ocurría. Ahora bien, hubo un tiempo en que soñaba todos los días que me enterraban viva; lo pasé fatal hasta que conseguí quitarme esa pesadilla de la cabeza.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Cantando, por supuesto, en alguno de los concursos en los que participé o con las propinas que me daban cuando me pedían cantar en cualquier lado.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Tom Cruise. Me gustaban mucho sus películas. Aún ahora es uno de mis actores preferidos.

¿Y la primera canción que memorizó?

¡¡¡Pues una jota!!! Las primeras que aprendí fueron ‘La segadora’ («qué aborrecida te ves») y ‘Tan pequeñica y sincera’. Sobre todo, la primera: una vecina me la hacía cantar todas las tardes. Siempre he tenido mucha facilidad para memorizar las canciones y, especialmente, las jotas: las escuchaba una vez y ya las tarareaba.

¿Qué película le deslumbró?

Recuerdo muy bien, por lo que me emocionó, ‘Memorias de África’, con Robert Redford y Meryl Streep. La he visto un montón de veces y siempre es un placer volver a ella.

"La primera canción que memoricé fue una jota. Las primeras que aprendí fueron ‘La segadora’ ("qué aborrecida te ves") y ‘Tan pequeñica y sincera’. Sobre todo, la primera: una vecina me la hacía cantar todas las tardes"

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué caló en usted con más fuerza?

Ante todo, mostrar educación y respeto a las personas. Considero estos dos valores imprescindibles y deberían inculcarse a nuestros hijos. Lamentablemente, en estos tiempos, faltan con demasiada frecuencia.

¿Qué o quién le desató la vocación que le ha marcado?

Empecé a cantar siendo muy pequeña, pero fue mi maestro, Jesús Gracia, quien me enseñó a amar y a estudiar la jota; tanto es así que decidí dejar mi trabajo como auxiliar de farmacia y abrir mi propia escuela.

¿Cuál fue su gran alegría? ¿Y la gran tristeza?

La gran alegría fue ganar el Certamen oficial de Jota en el 2002, ese premio tan ansiado por todos los cantadores. Y, la gran tristeza, no es tristeza como tal, sino pena y rabia: lamentaba a menudo que la jota no estuviera en el lugar que merece.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años durante un día, ¿a qué día volvería?

Me encantaría volver a vivir el último día de clase en la escuela del pueblo.

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