gastronomía

Un "abuso de patatas" en la antigua cárcel de Zaragoza

Los internos de la antigua prisión de Torrero de Zaragoza explicaron cómo era su alimentación en algunas crónicas de los años 70 y 80.

El comedor de la antigua cárcel, con la cocina al fondo
El comedor de la antigua cárcel, con la cocina al fondo
Guillermo Mestre

"Tráeme el bollo de pan", dice Don Mengo cuando entre rejas se halla. En la cárcel de Torrero de Zaragoza cada mañana se les entregaba a los presos una barra de pan para todo el día, que era de 400 gramos. Eran los años 70 y 80 del pasado siglo.

Entonces, la alimentación diaria de un recluso de este centro era de 173 pesetas de presupuesto. "Y hay una asignación especial para menores y enfermos, que eleva esa cantidad a 230 y 231 pesetas, respectivamente", se publicó en las páginas de HERALDO en el verano de 1983. Se avisaba en el artículo que con esa cantidad "no se podían hacer grandes alardes culinarios".

Los presos repetían ciertas quejas, como lo "excesivamente monótona" que era la comida o el "abuso de las patatas y los huevos". De hecho, en otro reportaje desde dentro de la prisión de Torrero, en esta ocasión de ‘Andalán’, se asistió a la cena de un día común en la que sirvieron huevos fritos, chorizo y patatas a la marinera, mientras que los enfermos tomaron pescadilla congelada con calamares, mejillones y gambas en una especie de zarzuela con huevo duro. Además, los enfermos tenían un complemento de leche.

Piso de presos anexos a la cárcel de Torrero
Piso de presos anexos a la cárcel de Torrero
Archivo HA/ A. Burgos

Años después de cerrar este centro penitenciario, algunos internos contaron que "las judías llevaban cucos y las patatas estaban sin limpiar". Con el inicio la jornada recibían el "café", que se hacía en el interior de un saco de centeno tostado en una perola.

En otras prisiones de la Comunidad, en concreto en Daroca, se encuentran textos en la hemeroteca que cuentan que se comía paella valenciana y cordero a la pastora, con melón como postre.

Los propios internos se podían convertir en ayudantes de cocina, lo que les redencía su pena.

Los presos tenían sus trucos para conseguir la mayor cantidad de comida. Se cuenta que doblaban sus platos con el objetivo de que tuvieran mayor capacidad. Ante ese "malestar" y "descontento" que publicó la prensa, la solución eran los paquetes que les llevaban los familiares o los productos que podían comprar en el economato. De ahí procedían también los alimentos para los pisos anexos a la prisión donde estaban presos en proceso de reinserción.

En una de las últimas reformas se proyectó un comedor y "la comida era considerablemente mejor, algunos días con segundo plato y postre, y hasta la acompañaban de un vasito de vino", publicó este periódico. Ese "vinico" era el único "escape".

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