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Bomberos de Zaragoza en Turquía: "Volver con un rescate es lo más reconfortante, pero no lo más cotidiano"

Tres guías caninos con sus tres perros, dos enfermeras y dos mandos relatan su complicada labor en el terremoto.

El equipo de Bomberos de Zaragoza que viajó a Turquía, en el Parque de valle de Broto.
El equipo de Bomberos de Zaragoza que viajó a Turquía, en el Parque de valle de Broto.
Guillermo Mestre

Cuando se cumplen dos meses del devastador seísmo que dejó 50.000 víctimas en Turquía, los Bomberos de Zaragoza que participaron de forma voluntaria en las labores de rescate recuerdan la magnitud de la tragedia: el sonido de las ambulancias, su improvisado campamento en una mediana entre edificios derruidos, los gritos de socorro y la angustia de quienes en pocas horas lo habían perdido todo. "A nosotros, cuando nos venían a pedir ayuda muchas veces era: ‘acabo de escuchar a alguien’, y ya no era verdad. Era su desesperación, que en su día o el día de antes lo habían oído, pero en el momento ya no", relata Quique Berges, uno de los siete bomberos zaragozanos que fueron de expedición a Turquía.

Tres guías caninos (Quique Berges, Emilio Ramón y Pablo Monsalvé) con sus tres perros (Tom, Bea e India), dos enfermeras (Leticia Villuendas y Marta Gasca) y dos mandos (Alejandro Loire y Quique Mur) partieron dos días después del terremoto, casi con lo puesto, para poner sus medios a disposición de la población turca. "Éramos el único servicio que tenía perros de rescates en ese lugar porque desde aquí se pidió ir a una zona a la que no hubiese llegado la ayuda. Estuvimos solos y trabajamos solos, con apoyo del traductor, porque desde el principio dijimos que nos gustaría ir a un sitio donde pudiéramos hacer más", subraya Loire.

Al llegar a Adiyaman, a mil kilómetros de Estambul, los edificios que quedaban en pie habían sido desalojados y había una vorágine de gente y maquinaria desplegada por las calles en busca de supervivientes, pero también para la recuperación de cadáveres. "Por la desesperación que había allí, las familias, al ir solo, te intentaban arrastrar hacia sus casas. A nosotros eso nos costó mucho. Encontrarte con alguien que ha perdido a su familiar o a su hijo y que a ti de repente te apetece ir allí, pero hay otro y otro… Eso puede llegar a ser fatal, y Emehmet, nuestro guía, tenía el poder de gestionarlo. Si estaban 30 personas y de pronto se les pedía silencio, todos se callaban cuando diez minutos antes eso era un caos muy difícil de dirigir", explican los bomberos, impresionados aún por la devastación que encontraron. "Lo que más nos impresionó al llegar fue ver un edificio de seis u ocho plantas como si fuera un sándwich, todo derruido. Nunca había visto algo así, que no levantaran tres metros de escombro. Una vez aquí, empezamos a mirar fotos del antes y el después en Google y nos parecía increíble que hubiera un hotel en el lugar que estuvimos o un par de edificios reducidos a la nada...", describen.

Un rescate inesperado

En medio de esa vorágine en la que trabajaron casi sin descanso de la madrugada del miércoles al sábado también hubo momentos de esperanza. Como el mediático rescate de una mujer de 60 años que había quedado atrapada bajo los escombros. "Lo más impactante fue que cuando no teníamos claro –porque no nos entendíamos con el idioma– si estaba o no allí, se decidió practicar un butrón del diámetro de una lata de Coca-Cola y al primer grito nos contestó. Los perros, por supuesto, te pueden marcar, pero escuchar a una persona de alguna manera te insufla vida", afirman.

En su memoria queda también el agradecimiento de la población turca, que a pesar de ese impulso primario por encontrar cada uno a los suyos, sabían agradecer a los Bomberos su labor, sin importar cuál fuera el desenlace. "Hacer entender que el perro está cansado, que no puede o hay que curarlo era complicado. La gente nos veía como un equipo de rescate, uniformados, y nos solicitaba todo el tiempo, pero ha sido agradecida en todo momento. Me viene a la cabeza un señor que vino uno de los días a las 8.00. Por la noche habían sacado el cuerpo de su hijo, pero nos venía a dar las gracias porque habíamos estado el día de antes intentado ayudarle, y lo acababa de sacar muerto", recalca Berges. "Tenían una manera de agradecer que nos llegó. La gente por la calle te miraba y se llevaba la mano al corazón", recuerda Loire.

La barrera del idioma

Al cansancio y la desesperación, se sumó en aquellos días la dificultad de comunicarse con la población turca. "El idioma es una barrera, pero facilitó mucho la intervención de Emehmet, que se presentó voluntario ya en el aeropuerto. Facilitaba sobre todo la labor a los guías caninos, hablando con la gente para que facilitaran el desalojo, y dando todas las órdenes médicas", explican. Marta Gasca, una de las enfermeras, asegura que de no ser por él no hubiera podido entender a la mujer que encontraron con vida entre los escombros. "Yo intentaba preguntarle si le dolía algo antes de movilizarla y aquello era imposible. No podías tener una conversación", asegura. Para lograr aquel rescate, utilizaron "medios de fortuna" en ausencia de los propios. "Para subir usamos barandillas; para inmovilizar en forma de tablero, le cortamos con la radial las patas a una tabla de planchar. Así intentamos mantener a la mujer con restricción de movimientos, que se hace a todos los pacientes de origen traumático o con sospecha de lesiones medulares", indican las sanitarias.

A los pocos días, mientras continuaban las labores en un edificio derruido de Adiyaman, un grupo de Bomberos sufrió una segunda réplica. "Realizamos una segunda inspección porque se nos dijo que había familiares, y a la vez que se hacía, hubo otro temblor", relatan. "Yo no los he visto saltar tanto en mi vida", recuerdan ahora sus compañeras entre risas. Y es que en medio de tanta destrucción, confiesan que también hubo momentos buenos que les ayudaron a lidiar con la tragedia. "Intentamos hacer equipo, y eso creo que lo conseguimos. En el momento en el que salíamos de un servicio estábamos apoyándonos entre nosotros", cuentan desde el parque de Bomberos de Valle de Broto.

Una odisea para volver

Precisamente ahí los recibieron a su llegada familias turcas residentes en Zaragoza, otro momento emotivo que recuerdan de su complicado regreso. "Ante una emergencia así es más fácil entrar que salir. A la ida tuvimos mucha suerte, porque sabemos de equipos que los dejaron tirados en un aeropuerto, y saliendo antes de España llegaron más tarde que nosotros a trabajar", relatan. 

Por el contrario, a la vuelta, fueron ellos quienes tuvieron problemas para salir de Turquía. "En teoría se tenía que establecer un corredor humanitario que no fue eficaz, y no pudimos coger el avión. Volvimos en un autobús a Estambul con un único conductor 16 horas, vigilando que no se durmiera y haciendo paradas para que se tomase un café. En la última, paramos a desayunar en un bar que se ofrecieron a pagar los ciudadanos de a pie. ¡Y es la comida más decente que hemos hecho en todo el viaje! Fue un momento muy bueno, ya relajados. Muchas veces dijimos: 'mataríamos por algo caliente', y ese día lo tuvimos", confiesan.

En su memoria quedan no obstante familias enteras con críos pequeños durmiendo en vehículos o alrededor de una hoguera para calentarse. Estando aquí, cuando les recibió la comunidad turca, el dueño del bar Medusa les dijo que un familiar suyo había muerto de frío en el coche. "Eso me ha hecho reflexionar estos días: el ir a buscar a una persona superatrapada y que se te mueran cuatro de frío…", afirma Loire. "Que se produjese el rescate o no venir de vacío fue una pasada, pero no es lo habitual. Quique Mur nos explicó que en veintitantos años era la primera vez que se producía. Y hay también que incidir en eso, que no es sencillo una vez que estás allí encontrar a alguien con vida", puntualizan. Para este equipo, volver con un rescate "es lo más reconfortante, pero no lo más cotidiano" teniendo en cuenta que llegaron a los dos días del terremoto. "Ya en biología se dice 'la regla de los 3', tres minutos sin respirar, tres días sin beber agua o tres semanas sin comer y fallece una persona. Allí estás muy al límite, porque las personas que en un terremoto se rescatan, que serían muchísimas, son el que grita y se ha quedado entre plantas, que eso lo hacen los ciudadanos de a pie. Pero ya en esas condiciones era difícil", afirman. "Yo pensaba que el rescate nuestro era importante, pero si hubiésemos ido a montar tiendas para pasar la noche o llevar comida, es igual o más. Un médico de mi pueblo que fue también me abrió los ojos y dijo: es que no vas a allí a curar a uno que le ha caído un cascote, sino que te viene una embarazada que da a luz ese día o uno al que hay que quitarle la vesícula… Y eso te hace ver que las cosas comunes del día a día siguen", indica Loire.

Aun con todo, no se consideran "héroes" y defienden que cualquier compañero en su situación habría hecho lo mismo. "Yo pretendía volver aquí, coger mi coche que había dejado aparcado cuatro días e irme a mi casa, no esperaba que fuese tan mediático", confiesa Gasca. "Al final, es una situación excepcional, pero es nuestro trabajo entre comillas. No solo nosotros, yo creo que todos los compañeros querrían haber ido y siempre te lo dicen. La gente está muy agradecida, pero no considero que hayamos hecho nada fuera de lo que aquí dentro de Bomberos se habría hecho", concluyen.

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