El ‘clima’ de la Constitución

Hubo momentos críticos, aunque ello no fue obstáculo para que nunca se perdiera la posibilidad de dialogar, de hacerse cesiones mutuas.

La Constitución española cumple 45 años.
La Constitución española cumple 45 años.
K. U.

Tengo entre mis libros cuatro volúmenes, a los que profeso gran aprecio, editados por las Cortes Generales en su colección ‘Trabajos Parlamentarios’, que recogen paso a paso la elaboración de la Constitución de 1978, desde el proyecto que elaboró la ponencia constitucional, las enmiendas que se presentaron a dicho proyecto, su discusión en la comisión constitucional, que presidió como es sabido por Antonio Hernández Gil, a la sazón presidente de las Cortes, y en la que estaban presentes representantes de todos los partidos parlamentarios; recogen también, con toda literalidad, las discusiones de las enmiendas    presentadas al texto del proyecto que la comisión presentó al pleno, y así hasta la aprobación final por las Cortes el 31 de octubre de 1978 en sesión plenaria Congreso-Senado.

Todo este material me ha sido muy útil para profundizar en las intenciones de los constituyentes y para interpretar, desde luego a mi manera, algunas de las disposiciones -o ausencias– que contiene nuestra Constitución, aprobada por la inmensa mayoría del pueblo español en el referéndum del 6 de diciembre de 1978. Y al recibir el encargo de preparar un artículo sobre la Constitución para ser publicado con motivo de la conmemoración del 45 aniversario de la aprobación de la misma, he pensado recurrir una vez más  a esos libros en busca de una respuesta. ¿Pudo, de alguna manera, el proceso de elaboración del texto constitucional influir en el sosiego, apaciguamiento y esperanza de la sociedad española? Dicho de otro modo, ¿creó este proceso un ‘clima’ propicio para apoyar y consolidar decididamente la transición? Mi respuesta es que rotundamente sí.

Basta para ello con releer los discursos, intervenciones y deliberaciones con que los miembros de la comisión constitucional acogieron el texto de la ponencia para darse cuenta de que además de una explícita y tajante voluntad de dotar a España cuanto antes de una nueva Constitución de todos y para todos se respiraba también un inequívoco ‘clima’ de concordia, respeto y, valga una vez más la palabra, consenso. La cortesía, las buenas formas parlamentarias, la aceptación del otro, la educación y finura inteligente en el trato que se dispensaron los diferentes líderes políticos en aquellas discusiones fueron seguidos en aquel tiempo por millones de españoles, con expectación e interés, ansiosos de ver cómo se iban dando pasos en positivo y esperanzados en dotarse de un instrumento que permitiera, definitivamente, instaurar en España una democracia plena, compuesta por un ansiado catálogo de derechos y libertades ciudadanas hasta entonces imposible, y sustentada por una rigurosa división de poderes, base esencial de un sistema democrático. Hubo, claro está, sus momentos críticos y sus desencuentros, aunque ello no fue obstáculo para que nunca se perdiera la posibilidad de dialogar, de hacerse cesiones y concesiones mutuas, de aceptar, retirar o incorporar nuevos textos, de llegar a transacciones. Y todas esas actitudes y talantes, amables, constructivas, ese ‘clima’ de llegar a entenderse eran seguidas por los españoles que percibían que entre aquellos políticos había un verdadero ‘clima’ para encontrarse.

Y sin duda tengo para mí que ese ‘clima’ se trasladó a la sociedad española, aportándole tranquilidad, esperanza y seguridad, aún en esos momentos  en que el terrorismo y el mismo miedo al abismo del cambio tensionaban gravemente a una sociedad inquieta y preocupada.

¿Puede deducirse razonablemente que existe cierta simetría entre el comportamiento de los dirigentes políticos y su reflejo en el ambiente social? ¿Son responsables de transmitir con sus actos y discursos sosiego o inquietud al conjunto social? ¿Acaso la crispación no nace del enfrentamiento, la bronca, el rechazo, la mentira, la deslealtad para con su pueblo    de quienes ostentan el poder?

Así que debemos agradecer a aquellos constituyentes no sólo el legado de una sólida e inclusiva Constitución, sino el haber contribuido con su ejemplar conducta y su sabiduría política a llevar contención y templanza a los españoles en tiempos difíciles. A eso llamo el ‘clima’ de la Constitución, tan distinto del de ahora que nos lleva a la confrontación y a la desesperanza.

En mayo de 1958, Franco promulgó, sin previa consulta ni deliberación de las Cortes, la Ley de Principios del Movimiento Nacional con esta declaración: "Nuestro régimen vive de sí mismo y se sucede a sí mismo". Le faltó decir: y no admitimos alternativa ni alternancia posible.

Con su masivo sí a la Constitución de 1978, los españoles quisimos que nunca volvieran a ocurrir tales cosas. Que nunca más un régimen viviese de sí mismo y menos aún que se perpetuase sucediéndose a sí mismo. Ese fue el clima, aunque ahora parece que las cosas han cambiado y con ellos aquel clima que compartimos con los redactores de la Constitución más longeva, inclusiva y popular de que hemos gozado en nuestra historia. Creo que vale la pena recuperarlo.

*Diputado de UCD por Zaragoza en el primer Parlamento constitucional

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