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Los castillos ribagorzanos que soñaron un reino

Durante doscientos años, las tierras ribagorzanas fueron el tablero principal en el que se dilucidó el nacimiento del reino de Aragón y el avance de la Reconquista

La 'muralla china' de Finestras.
La 'muralla china' de Finestras.
Laura Uranga

Un 8 de mayo de 1063 moría ante los muros de la fortaleza musulmana de Graus el primer rey de Aragón, Ramiro I. El monarca dejaba la vida en su empeño de tomar una importante plaza fortificada, que le cerraba el paso a los somontanos y grandes llanuras altoaragonesas, y a la feraz ribera del Ebro.

No sería hasta 20 años después que su hijo, Sancho Ramírez, coronara con éxito la empresa, dando así un impulso decisivo al avance de una Reconquista que abandonaba definitivamente las tierras ribagorzanas, donde se había enquistado durante más de dos siglos. Una época en que todos los cerros, oteros, predios, alquerías y poblaciones del antiguo condado se encastillaron y fortificaron dejando para la historia un complejo entramado defensivo-ofensivo del que, casi mil años después, siguen existiendo numerosos restos, jalonando el paisaje de Ribagorza.

Desde el punto de vista de las tropas cristianas, esta historia podría comenzar en el castillo de Pano, uno de los que fortificó y reacondicionó Ramiro I en su intento de crear un “cordón sanitario” en torno a Graus antes de su fallido envite final para conquistar esta poderosa avanzadilla musulmana; en la vecina y arriscada fortaleza de Castro, sede que fue de la poderosa familia del mismo nombre que, con sus sucesivas alianzas a lo largo de los siglos, tuvo notable predicamento en la vida del reino –en el de Aragón primero y luego en el de las Españas austracistas y borbónicas– hasta casi antes de ayer; también en ese castillo de Perarrúa –"del Mon", corrigen los lugareños– que corona un otero en el que apenas cabe la que fuera poderosa torre cilíndrica y su exiguo espacio amurallado con iglesia incluida... o en esa modesta atalaya de Torreciudad que durante siglos vigiló el acceso desde el valle del Cinca, ignorante del relumbrón que alcanzaría estas últimas décadas como parte del imponente complejo mariano del mismo nombre que se ha convertido en uno de los principales reclamos religiosos y turísticos del Alto Aragón.

Murallas de ensueño

Igualmente lo podría hacer, en el otro extremo de la comarca, en esas casi desconocidas fortalezas de Finestras –bellísima por su emplazamiento en medio de unas altivas formaciones rocosas que le han valido el atinado apelativo de ‘la muralla china de Ribagorza’– Chiriveta, Falces (Fals), Luzás o, incluso, ese altivo castillo de Viacamp que, a pesar de ser bien visible desde muchos kilómetros a la redonda y encontrarse a los pies de la concurrida N-230 y tener unos indiscutibles méritos arquitectónicos e históricos, no goza del predicamento popular que debiera.

A sus espaldas, no hay que olvidar el monumental entramado religioso y militar en que los caballeros sanjuanistas convirtieron la localidad de Montañana y el que debió ser inexpugnable castillo de Arén que vigilaba los pasos pirenaicos y que tuvo notable protagonismo en muchas de las guerras que han asolado la vida en estos territorios.

Por su parte, las fortalezas que rodeaban la sede episcopal de Roda de Isábena, con el que debió ser imponente castillo en la ciudad en la que, unas decenas de años después de esta historia ramirense, su nieto del mismo nombre se aprestaba a tomar posesión del obispado, frustrada por la muerte de su hermano Alfonso I sin herederos directos, lo que le obligó a dejar la mitra para tomar la corona con el nombre de Ramiro II. Vigilando Roda, las fortalezas de Pedrui, San Esteban del Mall, Monesma, Iscles y Cornudella o el mítico –y totalmente desaparecido– castillo de Ripacurtia se enfrentaban a las de Laguarres y Lascuarre, creando un imponente conjunto fortificado que no pudo detener las algaradas y razias de Abd al Malik en los albores del siglo XI.

Mirando las cosas desde las posiciones agarenas, además de estas dos últimas, habría que hablar de ese castillo de Benabarre que, muy modificado a través de los siglos, sigue enseñoreando con su altiva silueta el caserío de la antigua capital del condado; de esa fortaleza de la medina de Graus a cuyos pies recibió un lanzazo el rey con funestas consecuencias y de la que se aprecian restos en un imponente muro de traza califal en la subida a la actual basílica de La Peña, o en lo alto de la roca conocida como Las Forcas que ampara desde siempre la vida de los grausinos; o de ese esquivo castillo de Muñones que fue el postrer reducto musulmán en Ribagorza y sobre cuya situación no se ponen de acuerdo los expertos, aunque unas recientes excavaciones del equipo que trabaja en la ciudad romana de Labitolosa ha aportado datos que parecen fijar su ubicación en ese llamado Cerro Calvario que domina la entrada a las tierras ribagorzanas desde el congosto de Olvena y los pasos al vecino Sobrarbe.

Castillo de Fantova.
Castillo de Fantova.
C.R.

Fantova: el magnetismo

Pero permítanme que nos detengamos especialmente en la ‘civitas’ de Fantova como epítome de esos castillos ribagorzanos que soñaron un reino –un gallardo condado independiente, más bien, aunque fuera parte consustancial en el posterior alumbramiento del reino de Aragón- por su simbolismo e importancia militar y arquitectónica. Es el conjunto fortificado más singular de la comarca de Ribagorza, con una estructura murada que rodea un promontorio en pleno centro del valle de su mismo nombre guardando los accesos al otero en el que se alzan las edificaciones más importantes del conjunto fortificado; destaca la señorial torre, de espléndido estilo románico lombardo y edificada a principios del XI, y la iglesia de santa Cecilia construida entre finales del XI y principios del XII con un doble ábside; sobre uno de ellos se construyó una torre-espadaña para campanas con evidente intención defensiva. De este modo, Fantova aparece como algunos castillos de comarcas montañosas, con una torre en cada extremo, solución muy frecuente, por ejemplo, en Alsacia.

Castillo del Mon (Perarrúa).
Castillo del Mon (Perarrúa).
Emilio Pera

Durante casi dos siglos, Fantova se convirtió en el centro del eje defensivo de las tropas cristianas frente a las vecinas fortalezas de Graus, Laguarres y Lascuarre, que formaban parte de la primera línea de defensa del distrito musulmán de Barbastro. De ese periodo de esplendor de unos lugares hoy prácticamente despoblados queda un conjunto urbano conservado en un relativamente buen estado que permite al visitante trazarse un esquema aproximado de cómo debió ser la fortaleza en su momento de mayor brillo.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es Extraordinario'.

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