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Atea, refugio de altura para las viñas viejas

Los viñedos de Atea exhiben una media de edad muy antigua, y buena parte de su producción va destinada a las famosas Bodegas San Alejandro desde 2002

Rondan entre los 800 y 900 metros, algunos se aferran a suelos dominados por la pizarra y su plantación se remonta a 50, 70, 80, 90 o 100 años atrás. Son parte de las características que identifican y hacen especiales a los viñedos de Atea, enclavada entre serranías del sistema ibérico y perteneciente a la comarca Campo de Daroca. Detrás de su cuidado y cosecha se encuentran los pocos viticultores que resisten a día de hoy en la actividad, como Joaquín Moreno Romanos, de 82 años. “Mi primer recuerdo de la vendimia es a los 10 años; íbamos todos los de casa, incluso el abuelo, que al principio decía que no; era el primero que estaba por la mañana y ya tenía dos cestas cogidas cuando llegabas”, recuerda desde un viñedo a más de 800 metros de altitud en el paraje de la Sendilla.

En su caso, como el del resto de socios de la Cooperativa Nuestra Señora de los Mártires, fundada en 1961, su producción desemboca en las Bodegas San Alejandro de Miedes, desde que ambas se fusionaron en 2002, dentro ambas de la Denominación de Origen Calatayud. Le acompañan su hijo, Joaquín Moreno Tornos; su nieto, Nicolás Moreno de Miguel y Antonio Marco, y se echan una mano en las labores de recogida. “Antes se iba con el hocino, la cesta, los cuévanos y las mulas; luego ya llegó la maquinaria, pero ya entonces se vendía”, indica el más veterano.

“En aquellos tiempos se echaba a la vez blanco, tinto y rosado, ahora todo está muy organizado. Se va por parcelas, variedades; lo que dice el enólogo”, puntualiza Moreno Tornos, que ha tomado el relevo como socio, aunque en las labores el cabeza de familia sigue al pie del cañón. “Cuatro o cinco días antes nos dicen qué variedad coger y en qué zona. Se empieza con cajas”, detalla Nicolás, de 26 años, cuya hermana Pilar es enóloga. “Ahora hay vino de mayor calidad”, apunta.

Desde la fusión con San Alejandro, los vinos de Atea –que ya antes salían de las fronteras nacionales– han ganado en relevancia y reconocimientos. “En Atea confluyen varios factores. Hay un patrimonio de viñedo viejo muy grande: hablamos de 50, 70, 80 o 100 años”, remarca Juanvi Alcañiz, enólogo de BSA. A eso se añade la altitud, que hace que “las uvas maduren más lento y se equilibren alcohol y acidez. Y sobre todo, lo espectacular de la sierra de Santa Cruz, que son los suelos de pizarra gris”.

Con todo ello, Atea aporta a las bodegas cerca de 300 hectáreas y por debajo del millón de kilos. “Son viñedos con rendimientos muy bajos, pero eso es muy bueno: hay más concentración de aromas, sabores y los vinos son más robustos”, señala. Esas uvas acabarán mezclándose con otras de San Alejandro o embotelladas bajo marcas como Evodia, Baltasar Gracián Viñas Viejas o Clos Baltasar de BSA.

Tras nueve años como enólogo en la que es la bodega más grande de la Denominación, Alcañiz cree que “trabajar aquí es una oportunidad, porque en las 900 hectáreas hay uvas y viñedos muy diferentes: de jóvenes y productivos a los más viejos, con mucha magia. La temporada de vendimia es muy exigente y complicada, hay que tirar mucho de teléfono”, detalla Alcañiz. “Intentamos ajustar la recogida lo máximo posible, aunque en algunas variedades se hace al milímetro”.

Un centro de formación que abría las puertas de la universidad

Una de las calles que rodean la iglesia de la Asunción de Atea, antes con el nombre de Barrio Bajo, lleva por nombre calle de la Enseñanza; este nombre se le dio como homenaje a una de las llamadas escuelas de latinidad, centros de formación (hoy) preuniversitaria en los que se impartían conocimientos de latín y gramática indispensables para emprender estudios superiores. Hubo más de 4.000 en España, y una de ellas estaba en esta localidad.

“Hay constancia de que funcionó al menos entre 1829 y 1905, con un parón entre 1853 y 1854”, detallan Ángel y Saúl Herrero, descendientes ambos de la familia propietaria, al pie de la gran escalera que une las tres alturas del edificio. Desde su creación hasta 1852, el centro lo dirigió José Domínguez de Abanto, el dómine. “Además de cura del pueblo, era profesor; se formó en Roma, estudió la historia local y del despoblado de El Sace e impulsó la ermita de la Virgen de los Mártires”, indica Saúl, también alcalde de la localidad, sobre Domínguez.

En la escuela, durante su gestión, acudían entre 20 y 30 alumnos de la comarca y puntos tan distantes como Valencia, Andalucía y Castilla. “Murió de cólera en 1854 y la actividad volvió con su sobrino, José Jurado Domínguez, tres años después; ya no hubo más de 15 estudiantes durante el curso”, apuntan los dos. El último cura de la casa fue mosén Florencio Lorente Jurado, que murió muy joven en 1905, por lo que ya no hubo relevo al frente del centro.

Hoy en día, Ángel sigue residiendo en la casona, que conserva la decoración, utensilios o muebles de la época, incluso las inscripciones en el granero para las taquillas o literas; el alumnado, por lo general, permanecía interno durante la formación. Los pormenores de la historia del centro los recogió Fabián Mañas en el libro “Comarca del Campo de Daroca”.

La sierra de Santa Cruz, paraíso terrenal para montar en BTT

El pico de Santa Cruz, de 1.423 metros, es un mirador panorámico privilegiado: la Laguna de Gallocanta, la sierra de Vicor, el Moncayo, la cuenca del Jiloca… una de las alternativas es hacerlo a lomos de una bicicleta de montaña. “Es un paraíso para el ciclismo de BTT; no encuentras a nadie y estás en contacto directo con la naturaleza, solo te cruzas con corzos, jabalíes o zorros”, dice Jordi Giménez, hijo del pueblo, residente en Barcelona y ligado a competiciones desde los 15 años. “En mi caso, coger la bicicleta en el pueblo es recordar veranos con gente como Alfonso Galindo; después de años y años seguimos saliendo al monte, ycompartimos la misma peña”. Una de sus rutas locales favoritas parte de Atea y pasa por localidades vecinas como Orcajo, Balconchán y Used. “Cambias de vegetación baja a pinares, y de desniveles a amplias llanuras, de pistas a senderos. Es un lujo”, sentencia.

ATEA

Comarca. Campo de Daroca.

Cómo llegar. Desde Zaragoza, su capital de provincia, hay 103 kilómetros. El itinerario va por la autovía A-23 hasta la salida 210, dirección Daroca. Se cruza el corazón de la cabecera comarcal para luego atravesar también los cascos urbanos de Manchones y Murero y enlazar con la A-2508.

Establecimientos. Cuenta con bar y servicio de tienda.

Santiago Hernández Ruiz. Pedagogo aragonés, nació en la localidad en 1901. Obtuvo la plaza de maestro de Paniza en 1925 por oposición. Fue presidente de la Comisión de Estudios Pedagógicos y de la Asociación Nacional del Magisterio entre 1932 y 1936. Al finalizar la Guerra Civil se exilió en México. Falleció en Valderrobres en 1988. Una placa recuerda su casa natal en el pueblo.

Nuestra Señora de la Asunción. Templo barroco de grandes dimensiones. En su interior, dividido en tres naves, destaca la cúpula central, con pechinas muy decoradas. Su fachada está flanqueada por una torre completa y otra que no se llegó a concluir.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es extraordinario'.

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