Tercer Milenio

En colaboración con ITA

investigación

Adolescencia, la etapa clave para diferenciarnos de los chimpancés

Héctor Manrique, profesor del campus de Teruel, desvela en un estudio internacional que pese a que el cerebro deje de crecer mejora sus conexiones. 

Héctor Manrique, profesor del campus de Teruel.
Héctor Manrique, profesor del campus de Teruel.
Antonio García/Bykofoto

La clave que diferencia la capacidad mental de un humano de la de un chimpancé está en la adolescencia. Según sostiene el profesor del campus universitario de Teruel Héctor Manrique en un artículo que acaba de publicar la revista científica ‘Neuroscience and Biobehavioral Reviews’, en los humanos, el tamaño del cerebro deja de crecer a los siete años, al igual que ocurre con otros primates próximos, pero, a diferencia de estos, durante toda la etapa de la adolescencia el cerebro del ser humano mejora la conectividad entre sus distintas partes debido al desarrollo de la "materia blanca" que refuerza las conexiones. Este proceso, inexistente en otros primates, progresa en las personas hasta los 25 años y constituye su principal elemento diferencial en cuanto a capacidad mental.

Manrique, profesor de Magisterio y Psicología en Teruel, firma su artículo con otros dos expertos en neurociencia, el paleoantropólogo Michael Walker, de la Universidad de Murcia, y Dwight Read, catedrático en la Universidad de California en Los Ángeles (Estados Unidos). Estos investigadores señalan que la prolongada mejora de las capacidades cerebrales durante la adolescencia refuerza la "memoria de trabajo", un elemento clave para determinar la inteligencia al mejorar la gestión de la información recibida. Esta herramienta cerebral permite, por ejemplo, recurrir a reglas nemotécnicas para fijar conocimientos -el acrónimo "chon" para recordar Carbono, Hidrógeno, Oxígeno y Nitrógeno, los elementos más comunes en los seres vivos-.

Héctor Manrique añade que, de su tesis, se desprende que "las medidas tradicionales del volumen del cráneo no son fiables para determinar las capacidades cognitivas de los humanos ancestrales". "Lo que primó en términos de adaptación al ambiente -sostiene- no fue un aumento en capacidad de almacenar información, sino de gestionarla de forma más eficiente".

La mejora prolongada de la conectividad y de la memoria en los hombres y mujeres es, además, el elemento distintivo de su cerebro respecto del de otros parientes cercanos a nivel evolutivo. "En otros primates, incluyendo el chimpancé, no existe tal adolescencia y el cerebro está totalmente maduro cuando llega la edad reproductiva, impidiendo por tanto este proceso ulterior de sofisticación en el control de los contenidos almacenados en memoria que se observa en los niños humanos desde el final de la niñez hasta la edad adulta".

Las hachas de mano, una anécdota

El investigador turolense también acaba de publicar en la revista internacional ‘Physiscs of Life Reviews’ otro artículo sobre la evolución del cerebro humano vinculada a la arqueología. Según argumenta, durante más de un millón de años los bifaces o hachas de mano prehistóricas no fueron más que fenómenos "anecdóticos" resultado del trabajo aislado y casual de humanos que no tuvo ninguna continuidad.

La publicación es compartida con Michael Walker y Karl Friston, catedrático del University College London y uno de los neurocientíficos más prestigiosos del momento gracias a su explicación de procesos neuronales basada en el "principio de energía libre", según el cual todos los organismos reducen al mínimo la discrepancia entre su concepción del entorno y la realidad que perciben a través de los sentidos. Se trata de un aprendizaje continuado que permite reducir la incertidumbre del individuo y mejorar su adaptación.

Héctor Manrique considera que no es creíble que las hachas de mano se transmitieran de forma ininterrumpida durante más de un millón de años -las primeras se remontan a hace 1,7 millones de años- sin generalizarse. A su juicio, hasta que hace 600.000 años esta herramienta primitiva se hizo común -aparece en las excavaciones de forma "regular"-, solo fue "un fallo del sistema, una anomalía en el funcionamiento cerebral de determinados individuos aislados" que no tuvo más trascendencia.

Explica que, debido a las capacidades mentales del humano de hace 1,7 millones de años, no tenía potencia cerebral para memorizar un trabajo concreto -el de fabricar bifaces- ni de transmitirlo a sus congéneres, ni estos tenían recursos mentales para aprender esta técnica lítica.

Según los cálculos de Manrique es "casi imposible" que la tradición tecnológica de producir hachas de piedra se haya podido mantener durante un periodo de un millón de años a través de 40.000 generaciones. El artículo científico aplica el "principio de energía libre", según el cual las especies refuerzan sus posibilidades de sobrevivir si reducen al mínimo los cambios de comportamiento. Este condicionante actuaría en contra de la introducción de esta nueva técnica en el acervo humano.

El investigador señala que "no está claro mediante qué mecanismo de transmisión" la técnica de producción de hachas de mano "podría haberse sostenido en las dimensiones espaciotemporales involucradas". La historia del bifaz arrancó hace 1,7 millones de años en Sudáfrica y que se extendió por África, Asia y Europa hasta hace 300.000 años o, incluso, más adelante. Para Manrique, este largo camino espacio-temporal no puede responder a una "tradición cultural" ininterrumpida y plantea su propia alternativa.

Sostiene que hace poco más de medio millón de años, un cambio cerebral en el ser humano le permitió enseñar y aprender, lo que comportó la transmisión de la técnica de producción de bifaces y la generalización de esta herramienta que marca el inicio de la tecnología humana.

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