Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Ciencia de andar por casa

Tecnología ochentera: por qué se nos da tan mal jugar al Simon (y por qué no se nos da mal del todo)

Jugar al Simon o simplemente recordar secuencias de destellos o manchas de colores supone todo un reto por cómo es nuestra memoria de trabajo visual.

El funcionamiento de este juguete llamado Simon se basa en secuencias de destellos de colores que hay que recordar y repetir.
El funcionamiento de este juguete llamado Simon se basa en secuencias de destellos de colores que hay que recordar y repetir.
Shritwod

Para aquellos que no lo recuerden o no lo conozcan, el Simon es un juego de mesa electrónico que causó furor en la década de los ochenta gracias a su futurista diseño y sus secuencias de luces de colores en una época en la que justo flipábamos con todo lo que remitiese a ‘Regreso al futuro’, ‘La Guerra de las Galaxias’, ‘Encuentros en la tercera fase’ o ‘ET’.

Una vez hechas las presentaciones, ¿por qué se nos da tan mal jugar al Simon? (¿y por qué no se nos da mal del todo?). La respuesta es sencilla: Simon es un ventajista. Juega con ventaja: la que le otorgan las limitaciones del funcionamiento de nuestra memoria de trabajo visual. O si se prefiere expresar en términos más amables/indulgentes/eufemísticos, la que le concede la forma en que la evolución y la naturaleza han modelado nuestra memoria de trabajo visual.

Lista para usar

La memoria de trabajo visual es el sistema cognitivo que nos permite almacenar información visual en un estado activo. Esto es, presta para ser recuperada de forma inmediata en cuanto lo demande el problema, ejercicio o trabajo que estamos realizando y al que está directamente vinculado esa información. Un ejemplo concreto de esto es cómo nuestra memoria retiene el número de teléfono desde que lo consultamos en la página web de turno hasta que lo tecleamos en el móvil, momento en el que lo recupera al instante para luego borrarlo.

Un ejemplo que, además de aclarar bastante qué es eso del ‘retenerla en estado activo’ deja todavía más claro lo limitada que es la capacidad de almacenamiento de esta memoria de trabajo visual; que solo es capaz de mantener una pequeña cantidad de datos durante un lapso de tiempo muy corto antes de resetearse.

No obstante, cada vez más estudios constatan que la capacidad (o cantidad de datos retenidos) de esta memoria de trabajo visual está directamente vinculada con la potencia del estímulo que representa (transmite) la información. O, dicho de otro modo, con la importancia que nuestro cerebro concede a esa imagen.

Y esto, a la hora de jugar al Simon es un problema porque, tal y como ha demostrado un reciente estudio, la capacidad para almacenar secuencias de colores aumenta cuando estos colores están vinculados a un objeto o imagen concreto y con un significado claro y que identificamos. Esto implica que recordamos más datos cuando la secuencia es zapato rojo-tetera azul-coche negro-… que cuando es mancha roja-mancha azul-mancha negra-… Y donde digo mancha, también puedo decir destello, que es justo en lo que se basa el funcionamiento del juguete: en secuencias de destellos de colores que hay que recordar y repetir.

La explicación que esbozan los expertos es que cuando vemos un objeto concreto, este queda fijado a nuestra memoria de trabajo a través de múltiples conexiones: su significado, color, tamaño, forma. En tanto que cuando vemos un destello solo podemos establecer una conexión. Si recurriéramos al lenguaje químico para explicarlo, podríamos decir que los estímulos concretos se unen a la memoria de trabajo a través de un triple enlace y las manchas abstractas de color por un enlace simple. O si se apuesta por una explicación más cotidiana: los primeros se fijan mediante un doble nudo y los segundos con una simple lazada.

Además, debido a su limitada capacidad, la memoria de trabajo visual está muy jerarquizada y concede mayor prioridad o importancia cuanto más potente es el estímulo (o, como también lo expresan los investigadores, cuantas más ‘dimensiones’ tiene).

¿Y por qué no se nos da mal del todo?

Porque ese mismo mecanismo opera en el caso de los colores asociados a una posición en el espacio. Y esto, que dicho así suena un poco ‘raro’, se entiende perfectamente echando mano del Simon: es más fácil retener más datos cuando la secuencia es como la que propone el juego: amarillo-arriba, rojo-derecha, verde-izquierda que cuando son solo colores. La explicación, claro, es que el estímulo tiene dos ‘dimensiones’ (color y posición) y queda fijado a la memoria de trabajo por dos conexiones. No obstante, estos estímulos simonnianos siguen sin ser tan potentes como un estímulo con un significado intrínseco, que representa algo concreto (y que además también ocupa una posición concreta en nuestro campo visual: un zapato de tacón rojo y pequeño abajo).

Lo mejor para que acabes de convencerte es comprobarlo en primera persona reproduciendo grosso modo algunos de los experimentos efectuados en el estudio. Así, pide a otra persona que te presente una secuencia de objetos coloreados concretos y, tras unos segundos, trata de recuperar los más posibles. Repetid luego con una secuencia de manchas de colores; y, tras agenciaros un Simon, probad con una serie de colores y posición. Ya como remate, haced lo propio con una secuencia de palabras rotuladas en colores (sigue leyendo).

La imagen real vs la imagen de la palabra

El estudio también ha constatado que la capacidad de la memoria de trabajo visual es mayor con secuencias de objetos concretos coloreados que con palabras escritas rotuladas en diferentes colores (zapato). Algo directamente relacionado con otro estudio también reciente que ha concluido que la memoria de trabajo visual es más efectiva recordando símbolos que palabras. Por ejemplo, que una señal de stop (un objeto concreto y reconocible) frente a la palabra escrita (‘stop’) o el símbolo $ frente a la palabra ‘dólar’. Y la explicación es análoga: el estímulo visual concreto que supone una señal de stop es más potente –nuestro cerebro le concede más importancia– que la mera palabra escrita.

Los investigadores postulan que esto podría ser consecuencia del proceso evolutivo y del entorno natural en el que nos desarrollamos y donde la supervivencia dependía de recordar estímulos visuales concretos y reales: un fruto rojo, una piedra afilada.

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