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De fantasmas y misterio en la noche de Ánimas de hace un siglo

Un 1 de noviembre de 1925, HERALDO publicó un escrito en forma de conversación entre un padre y su hijo, temeroso ante la llegada de la noche de Ánimas, que hoy rescatamos de nuestro archivo.

Cementerio de Torrero en Zaragoza.
Cementerio de Torrero en Zaragoza.
Francisco Jiménez

Cada año, el 1 de noviembre se rinde homenaje a los difuntos con motivo de la festividad de Todos los Santos. Aunque cada país cuenta con sus celebraciones, en España, miles de personas acuden a los cementerios para llevar flores y rezar por los que ya no están.

La tradición se mezcla con la modernidad la noche previa, ya que cada vez es más habitual en nuestro país celebrar Halloween, fiesta de origen americano que inunda las calles de personas, de todas las edades, disfrazadas de brujas, fantasmas o esqueletos con un único propósito: dar miedo (algunos más que otros…), y sobre todo, pasarlo bien, ya que cada año son más las discotecas y salas que organizan fiestas en torno a esta temática. En Aragón, este año, sin restricciones por la pandemia, se han organizado diferentes actividades en las tres capitales.

Con motivo de esta fecha hemos rescatado de nuestro archivo un escrito de Alberto Casañal Shakery, titulado 'La noche del misterio', publicado en nuestras páginas un 1 de noviembre de 1925. Una conversación entre un padre y su hijo, temeroso ante la llegada de la Noche de Ánimas que merece la pena leer.

Escrito publicado por Alberto Casañal en HERALDO el 1 de noviembre de 1925.
Escrito publicado por Alberto Casañal en HERALDO el 1 de noviembre de 1925.

—Papaíto, papaíto…

—¿Qué quieres, hijo del alma?

—Dime si es o no mentira lo que me dice la tata.

—¿Qué te dice?

Que los muertos al llegar la Noche de Ánimas salen de los camposantos para volver u sus casas y castigar a los niños que no hacen lo que les mandan. ¿Es verdad?

— No, vida mía. No creas tales patrañas.

Los que se fueron, no vuelven. Si su voluntad bastara, ¿Qué madre no volvería, mientras doblan las campanas, a oprimir entre sus brazos al hijo de sus entrañas?

¿Y qué hijo, amado y amante, no batiría las alas, hacia el hogar que, en su huida, dejó inundado de lágrimas?

Los que se fueron, no vuelven. ¡Esta es nuestra gran desgracia, el más terrible suplicio que aflige a la estirpe humana!

—Pues la tata me asegura que los ha visto. ¿Me engaña? ¿Es verdad que los ha visto?

—Si tiene corazón; si ama de veras; si sus amores, ilusiones y esperanzas, bajo un puñado de tierra durmiendo están, no te engaña: ¡Cien veces los habrá visto y verlos podrá otras tantas!...

También yo, hijo de mi vida, cuando en la noche callada mis párpados languidecen y la materia descansa, veo a los que amé, más no con los ojos de la cara, sino con los del espíritu que de velar no se cansa.

Siempre que algún ser amado muere, después de una larga convivencia con nosotros, hay algo que no se marcha con él... Algo que nos liga al misterio de la nada y que ante nosotros surge para endulzar nuestras ansias, cuando el dolor nos consume y la fiebre nos abrasa...

Para los que fueron carne de nuestra carne, para los que compartieron alegrías y desgracias con nosotros, nuestro pecho es, hijo mío, urna santa; cárcel humilde y tranquila; sepultura dulce y blanda, para la ilusión, abierta; para la verdad, cerrada...

¿Cómo, hijo mío, no verlos cuando en las noches calladas nuestros párpados se cierran y el sueño nos avasalla, si es el pensamiento un nicho que tiene un cristal por lápida?

En el mundo de ilusiones que llevamos en el alma podemos ver a los muertos cuando en el corazón mandan.

"Aunque, como tú imaginas, los muertos resucitaran, ¿Qué otra cosa hacer podrían, si los amaste y te amaban, que acariciar tus cabellos y en tu frente inmaculada posar sus labios en busca del calor que a ellos les falta?"

—Tengo mucho miedo, papaíto…

— Aunque, como tú imaginas, los muertos resucitaran, y en vez de alucinaciones fuesen realidad palmaria, las sombras que nos rodean al llegar la noche de Ánimas, ¿qué otra cosa hacer podrían, si los amaste y te amaban, que acariciar tus cabellos y en tu frente inmaculada posar sus labios en busca del calor que a ellos les falta?

Sólo el criminal, el hombre sin juicio y sin fe y sin alma, que en vez de sembrar amores sembró llantos y cizañas, puede temer a los muertos, por temer a su venganza...

Hijo mío, hace ya rato doblando están las campanas... A los que Dios se ha llevado un abismo nos separa. Si. ellos, llegar a nosotros para calmar nuestras ansias no pueden, tú y yo podemos ver nuestra ansiedad lograda... ¿Cómo, hijo mío?... Rezando.

Una plegaria es un pájaro incansable de resplandecientes alas que nos llevará hasta donde nuestro amor quiera que vaya.

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