Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Ciencia de andar por casa

Tumbado uno se siente mejor

Cuando estamos tendidos sobre uno de nuestros costados, cambia nuestra forma de percibir el mundo que nos rodea.

Nuestro cerebro percibe el entorno de forma diferente cuando estamos tumbados. Y aún más si es de noche
Nuestro cerebro percibe el entorno de forma diferente cuando estamos tumbados. Y aún más si es de noche
Salvador Fornell

Es posible que el lector recuerde que no hace tanto diserté en este mismo espacio acerca del motivo de nuestra incapacidad para matar a esas moscas puñeteras que nos arruinan la siesta estival. Al hilo de ello es asimismo posible que el lector haya constatado que a tal efecto –el de aplastar a la perturbadora mosca- nos mostramos más capaces de noche que en la sobremesa. Como si nuestros instintos cazadores se despertasen justo cuando nos vamos a dormir y nos metemos en la cama. Y lo cierto es que algo de eso hay. Como también hay una buena –y científica; y reciente- explicación para ello.

Existen dos factores clave al respecto, que, además, están íntimamente relacionados: el primero es la oscuridad que nos envuelve y que limita mucho nuestro principal sentido para percibir el mundo exterior, la vista; con lo que nos volvemos mucho más conscientes de los estímulos que recibimos a través de los otros sentidos. No creo que descubra nada si digo que durante las noches estivales hasta el más mínimo zumbido nos pone alerta ante la presencia de un mosquito. 

El otro factor clave es la horizontalidad, el estar tumbados. Y es que tal y como han  comprobado recientemente  investigadores de la Universidad McMaster nuestro cerebro percibe el entorno de forma diferente cuando yace. Explicado con un poco más de detalle: cuando estamos tendidos sobre uno de nuestros costados, nuestra forma de percibir el mundo que nos rodea varía. Nuestro cerebro presta menos atención a las informaciones procedentes del exterior o 'de lejos' y se centra en las percepciones internas y las más inmediatas. Esto es, se concentra en la propiocepción o capacidad para percibir la posición exacta del cuerpo y de cada una de sus partes gracias a las información interna que recibe de los músculos y articulaciones; y asimismo en las que le llegan a través del sentido de tacto en forma de cualquier mínima presión que se aplique sobre nuestra piel –como el insignificante peso de un mosquito-. 

La suma de ambos factores hace que, en cama y a oscuras, seamos mucho más capaces de detectar el punto exacto de nuestra anatomía donde se posado el mosquito y aplastarlo con un certero manotazo sin necesidad de abrir los ojos.

Pero volvamos un paso atrás, a la afirmación de que los investigadores han comprobado que nuestro cerebro percibe el entorno de un modo alternativo al estar tumbado. ¿Cómo lo han hecho? Pues gracias a un sencillo experimento que les ha permitido constatar que, en posición vertical y con los brazos cruzados, los ojos abiertos y un objeto vibrador en cada mano, nos cuesta identificar en qué mano se produce la vibración. Con los ojos cerrados, ya nos resulta más fácil. Y aún más si estamos tumbados sobre un costado.

Hazlo tú mismo

Un experimento fácilmente replicable y que, como tal, invito al lector a reproducir: mantente de pie con un móvil en modo vibración en cada mano y cruza los brazos. Pídele a un colaborador que llame a uno de los móviles y trata de identificar qué mano sostiene el móvil que vibra. Repite el experimento con los ojos cerrados y de pie; y finalmente tumbado, boca arriba, boca a abajo y sobre un costado, con los ojos abiertos y con los ojos cerrados en cada posición.

Una vez comprobado, queda por resolver cuál es el motivo que subyace a esta evidencia. Según los investigadores, la razón es que al tumbarnos -más aún al hacerlo con nocturnidad-, el cerebro aprovecha para desactivar nuestros sentidos más externos y que más contribuyen a orientarnos y movernos a través de él, como es la vista, consciente de que ahora eso no toca. Y se limita a mantener activos los sentidos que mejor funcionan en estas condiciones de falta de luz y movimiento, es decir el tacto y la propiocepción; todo ello como medida para favorecer el descanso y la conciliación del sueño… sin que nos caigamos de la cama mientras dormimos.

Dos apuntes finales

Lo anterior también explica por qué cuando nos metemos en cama somos más conscientes que nunca de todos los dolores y achaques que experimenta nuestro cuerpo.

Y también justifica por qué cuando dormimos, muchas veces no nos despiertan los ruidos de la calle o la luz del pasillo cuando tu hija la enciende para contrarrestar su miedo a la oscuridad, pero sí un amago de calambre en una pierna, una torsión inadecuada del brazo o el frío pie de tu pareja cuando lo desliza sobre tu pantorrilla en busca de calor.

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