Tercer Milenio

En colaboración con ITA

¡Me dejas de piedra!

Dos historias se entrelazan: las huellas de dinosaurio que se usaron de comedero para gallinas

Muchos yacimientos de icnitas aragoneses se ubican en pequeños pueblos. La historia de estas huellas fosilizadas se entrelaza con la de sus habitantes, con su vida cotidiana, sus obras –que a veces las sacaron a la luz– y sus quehaceres –al darles curiosos usos–. La paleontología hace que hoy se conzocan y atraigan a los turistas.

Icnita de la mano de un dinosaurio saurópodo en el yacimiento El Pozo de El Castellar (Teruel).
Icnita de la mano de un dinosaurio saurópodo en el yacimiento El Pozo de El Castellar (Teruel).
Fundación Dinópolis

Durante siglos, en muchas regiones de España y de diversos lugares del mundo, los huesos de dinosaurio y, sobre todo, sus huellas fosilizadas (también llamadas icnitas) se han interpretado a través de las creencias religiosas del momento como producidas por seres mitológicos: caballos voladores, pájaros gigantes, brujería, etc. 

En Aragón la mayor parte de los yacimientos de icnitas se sitúa en áreas rurales, por lo que es normal que huellas y humanos muestren una estrecha relación en estas zonas. No obstante, hasta hace pocos años y con algunas excepciones, en muchos pueblos del interior de nuestra comunidad quedaba de manifiesto una falta de conocimiento sobre el verdadero origen de estos fósiles. Todo ello a pesar de que, a veces, se han descubierto gracias a sus habitantes y a las labores agrícolas desarrolladas en su entorno. 

Por ejemplo, los habitantes de El Castellar (Teruel) nos relatan que los niveles de roca caliza con huellas del yacimiento denominado El Pozo, surgieron después de la extracción manual de piedras para levantar los muros que actualmente delimitan las parcelas agrícolas próximas. En un pueblo cercano, Formiche Alto, algunas de las grandes huellas de saurópodos (dinosaurios cuadrúpedos de cuello y cola largos) del yacimiento El Molino se utilizaron de comedero para alimentar a las gallinas.

Sin embargo, la constante interacción en las últimas décadas entre paleontólogos y habitantes de los pueblos ha llevado a un aumento considerable, no solo del número de yacimientos, sino también de la conciencia sobre el valor de este patrimonio científico en la población local (generalmente escasa, envejecida y bastante tradicional). 

Las acciones museográficas y las jornadas de divulgación desarrolladas en estos territorios han servido para educar científicamente a aquellas personas que antes pensaban que esos ‘agujeros’ en las rocas no eran más que marcas dejadas por los animales de carga que se usaban en los trabajos agrícolas desde hacía siglos.

Puedo mencionar aquí el uso que algunos de los habitantes de El Castellar dieron a las huellas hasta hace medio siglo. Ellos las rellenaban con agua, a modo de pequeñas pozas en un barranco cercano al pueblo. A su alrededor extendían los escaramujos (frutos de los arbustos de la rosa silvestre, que también son llamados por la zona ‘galabardos’ o ‘tapaculos’). El objetivo era que las aves, especialmente las tordas, fueran allí a comer y a beber y que, después de ‘tropezar’ con pequeños palos que sostenían algunas losas de piedra colocadas estratégicamente sobre las pozas, quedaran atrapadas debajo de ellas. Luego vendían los pájaros en pueblos cercanos. Hoy en día esas gentes veteranas del pueblo observan a los turistas caminando hacia a ese mismo lugar, al reclamo del que es uno de los yacimientos paleontológicos más importantes de Aragón habilitados museográficamente para la visita turística.

Entre las más de 800 huellas de dinosaurio fosilizadas allí, tienen especial relevancia las producidas por estegosáuridos (con placas y espinas desde el cuello hasta el final de la cola) y por grandes terópodos (carnívoros). Las pozas son ahora, a través de la paleontología, las huellas de los dinosaurios jurásicos que habitaron una extensa llanura costera influenciada por el efecto de las mareas hace unos 154-145 millones de años. De esta manera, la paleontología de dinosaurios se ha convertido en el mayor de los aliados económicos de estos pueblos a través del turismo generado con su difusión.

Alberto Cobos Periáñez Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis

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