Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Billete al futuro

¿Rediseñamos la tabla periódica?

Este año 2019 celebramos el 150 aniversario de la Tabla Periódica de los Elementos creada por Mendeleiev. ¿Es perfecta o ha llegado el momento de rediseñarla?

Tabla periódica de Theodor Benfey (1964)
Tabla periódica de Theodor Benfey (1964)

El presente: ¿Puede mejorarse la obra de Mendeleiev?

Naciones Unidas ha decretado el 2019 como el Año Internacional de la Tabla Periódica de los Elementos Químicos, aprovechando que se cumple el 150 aniversario de la publicación, en 1869 y por parte del químico ruso Dimitri Mendeleiev, del primer boceto de la misma: un intento de ordenación de los elementos químicos por su peso atómico y afinidad química que iba a pasar a la posteridad.

Primer boceto de la tabla periódica realizado por Mendeleiev
Primer boceto de la tabla periódica realizado por Mendeleiev

Desde que abandonó la orientación vertical del boceto original para disponerse horizontalmente, la Tabla Periódica apenas ha experimentado cambios y ha soportado el paso del tiempo incólume. Tanto es así que desde hace décadas es considerada como uno de los principales logros de la ciencia y una herramienta fundamental no solo para la química, sino también para la física y de la biología. Una herramienta definitiva.

No obstante, existen algunas voces discordantes en la comunidad química que abogan por que ha llegado el momento de acometer una modificación profunda y basan su demanda en los (contados) puntos débiles y limitaciones que han ido surgiendo e identificándose en la vetusta disposición conforme evolucionaban y se desarrollaban nuevos métodos de investigación química. Entre los primeros, se encuentra la problemática ubicación del hidrógeno, que por configuración electrónica debe comandar el grupo I, pero cuya reactividad química se aproxima mucho más a los halógenos del grupo VII. Otros dos elementos que no acaban de encajar bien entre sus vecinos son el mercurio y el oro: aquel por ser un líquido a temperatura ambiente entre sólidos y este por su singular dorado entre metales plateados. Anomalías que, dicho sea de paso, encuentran su explicación en la relatividad.

Pero sin duda, el principal quebradero de cabeza para los químicos y para la propia tabla lo constituye el añadido o postizo que supone el bloque F, constituido por la serie de los lantánidos y la serie de los actínidos, esta última especialmente conflictiva y que, de hecho, supone la modificación más sustancial que ha experimentado el modelo original a lo largo de su centenaria historia, ya que fue introducida a sugerencia del químico estadounidense Glen Seaborg en 1946 para dar cabida en la misma a los elementos transuránicos, que por entonces comenzaban a ser creados en laboratorios mediante el empleo de aceleradores de partículas.

El futuro: una nueva tabla

Corre el año 2039. Se celebra el décimo aniversario de la Nueva Tabla Periódica de los Elementos Químicos, después de que, una década atrás y en el congreso más recordado y polémico de la historia de la IUPAC (International Union of Pure and Applied Chemistry), se decidiese, no sin mucha controversia, reemplazar la Tabla Periódica de Mendeleiev por el nuevo sistema de ordenación.

Una nueva tabla que, en cierta medida, está inspirada en la espiral desarrollada por Theodor Benfey en 1964. Pero, sobre todo, fundamentada en las nuevas similitudes entre las propiedades químicas de los elementos identificadas en los últimos años de la mano de la revolución tecnológica que han experimentado los laboratorios desde comienzos del siglo XXI.

A primera vista, su diseño recuerda al del tablero del juego de la oca debido a su disposición rectangular. Lo que permite reflejar, por un lado, la periodicidad en las propiedades de los elementos en las filas y columnas que se dibujan en el tablero. Y, por el otro, la continuidad de estas mismas propiedades, reflejada en que se trata de una sola fila enrollada o plegada sobre sí misma a modo de espiral cuadrada. Este tablero deja, al igual que su predecesora, un espacio vacío en su centro, destinado para la ‘isla de la esta bilidad’: un conjunto de elementos supervisados de extraordinaria estabilidad y cuya existencia ha sido predicha desde hace décadas pero aún está por descubrir.

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