Del adoquín al botellón

Hace medio siglo, los jóvenes parisinos llenaron las calles de adoquines, pasquines y lemas: "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Hoy, solo parecen moverles el ‘smartphone’ y el botellón a orillas del Sena.

El móvil es nuestra puerta favorita de entrada a internet.
¿Cuánta gente usa internet en el mundo?

Ha transcurrido medio siglo desde aquel inesperado Mayo del 68 en el que se vivió una extraordinaria efervescencia juvenil, una explosión de la creatividad y la imaginación. En menos de un mes, se asistió a una crisis social y política de una intensidad arrolladora. Parecía sucumbir todo un Estado a cuya cabeza figuraba uno de los políticos más emblemáticos del siglo XX, el general De Gaulle. Además, la primavera de 1968 no solo fue insurrecta en Francia. Los jóvenes de Estados Unidos se manifestaron contra la guerra de Vietnam. En Praga se intentó un aperturismo político que aplastaron los tanques soviéticos. En México, los universitarios se sublevaron, con el trágico desenlace de la matanza de Tlatelolco. Incluso en la España franquista las facultades se movilizaron contra la dictadura.

Cincuenta años después, los chicos y chicas que viven en París ya no aspiran a protagonizar otro "éxtasis de la historia". Sino que practican las mismas modas que en buena parte de los países occidentales: las redes sociales y el botellón. Ya no se juntan en asambleas para tomar decisiones de movilizaciones o escuchar a sus líderes. Ahora, lo hacen para consumir grandes cantidades de alcohol en grupo. Las innumerables muchachadas en las orillas del Sena con sus particulares cargamentos de bebida son ya la principal reafirmación de su yo y del grupo de pertenencia.

El historiador Eric Hobsbawm habla de "estallido numérico" para referirse al crecimiento exponencial del número de estudiantes en los países occidentales de 1945 a 1968: "La consecuencia directa fue una inevitable tensión entre estas masas de estudiantes mayoritariamente de primera generación que de repente invadían las universidades y unas instituciones que no estaban ni física ni organizativa ni intelectualmente preparadas para esta afluencia". Medio siglo después, los estudiantes ya han encontrado su acomodo en la sociedad y han anestesiado su rebeldía.

Los jóvenes occidentales son hoy los más afortunados de la historia. Tienen más ingresos que cualquiera de las generaciones anteriores, disfrutan de una esperanza de vida más larga, están mejor educados y previsiblemente no les va a tocar sufrir ni a un Hitler o un Stalin, ni la polio, ni una guerra clásica. Además, van a disfrutar de un grado de libertad inimaginable hace un siglo, sobre todo si son mujer o gay. A cambio, es una generación narcisista e insustancial.

En nada se parece, pues, el Barrio Latino parisino de hoy al de hace cincuenta años. No obstante, un aniversario tan redondo intensifica una vieja pregunta: ¿cuál es el legado de Mayo del 68?, ¿fue una insurrección, una revolución cultural o un fracaso político?, ¿hay que verlo como una pieza de controversia, un tema de reflexión o un objeto de consumo cultural? Y hay respuestas para todos los gustos. Desde la del irónico escritor Michel Houellebecq ("¿Acaso pasó algo en Mayo del 68?") a las de un célebre testigo de los acontecimientos, el filósofo Edgar Morin ("Fue una brecha en la línea de flotación del orden social por la que se colaron valores, aspiraciones, ideas nuevas que querían transformar profundamente nuestra civilización").

Mayo del 68 fue enterrado en junio del 68, exclaman algunos. Y lo cierto es que no tuvo consecuencias políticas, ni planteó una manera novedosa de organización del Estado, la política o la economía. Sin embargo, sin ser una revolución en sentido estricto, transformó múltiples aspectos de la realidad.

Su huella más perenne acaso sea el vigor que aún mantiene la disputa sobre cómo interpretarlo. ¿Qué supuso? ¿Qué consecuencias tuvo? Siguen creciendo el número de lecturas que desde distintos sectores político-intelectuales lo desprecian como un episodio irrelevante o lo mitifican como un fenómeno histórico.

Poco a poco, se ha ido imponiendo un marco interpretativo elaborado desde el pensamiento liberal que lo considera el origen de la sociedad de consumo posmoderna. No obstante, las ansias de libertad de Mayo del 68 persisten en la memoria colectiva como un rescoldo de pragmatismo utópico. Aún nos gusta soñar que bajo los adoquines está la playa.