El toque estético para el sustento ético

Las artes se imbuyeron del espíritu revolucionario y marcaron unas pautas heredadas luego por numerosos creadores en las décadas subsiguientes.

Françoise Hardy y Jacques Dutronc
El toque estético para el sustento ético
HA

Lo compusieron Anne Ségalen y Jacques Lanzmann, y se popularizó en la voz de Jacques Dutronc; ‘Il est cinq heures Paris s’éveille’ fue el himno oficioso de la revuelta estudiantil parisina hace ahora cincuenta años. Dutronc no era exactamente el paradigma de la canción protesta; se trataba más bien de un ‘enfant terrible’, en la senda del recién fallecido Johnny Hallyday. Había conocido a Françoise Hardy (que en ese 1968 cosechó un gran triunfo con ‘Comment te dire adieu’ y se convirtió en musa de Paco Rabanne) poco antes de la revuelta, acabaron casándose y teniendo un hijo, Thomas, también cantante. Jacques y Françoise andan hoy en la setentena y gozan de un merecido estatus de iconos absolutos del pop francés, aunque han pasado por numerosas tribulaciones personales. Los versos del mentado pelotazo de las marchas estudiantiles, cantado a pleno pulmón por doquier, aún resuenan en las crónicas de la época como muestra del sentir popular que unía a aquellos jóvenes -y posteriormente, a millones de trabajadores en huelga- en su reivindicación y rechazo a los poderes establecidos, tanto en el plano individual como en la epopeya colectiva.

Dutronc aparte, si hay que buscar entre los artistas a un símbolo genuinamente rompedor en aquél contexto, el personaje sería Serge Gainsbourg, el gran provocador; recogió en su obra posterior (con Jane Birkin como contraparte necesaria) la postura indómita de aquél grito reivindicativo que, de algún modo, se constituyó en germen espiritual de todos movimientos sociales posteriores. El tema ‘Je t’aime... moi non plus’ -y los jadeos mechados entre la letra, desde luego- aún sigue girando cabezas a día de hoy. No obstante, hay que destacar a un cantautor de aquél entonces que siempre llevaba el carcaj lleno de flechas hacia el ‘statu quo’; Leo Ferré, uno de los creadores más prolíficos de Francia, que formaba junto a dos estrellas consagradas como Brassens y Brel una tripleta imparable a la hora de socavar conciencias y tocar corazones con la música, por encima de limitaciones generacionales. Sus herederos de épocas recientes han perpetuado las formas y el fondo de aquella explosión creativa, desde Etienne Daho o Miossec a Dominique A (que ha actuado varias veces en Zaragoza), Benjamín Biolay o Keren Ann. El lema ‘prohibido prohibir’, tan repetido en las calles parisinas hace cincuenta años, también está incluido en la letra del tema ‘Sácame de aquí’, de Bunbury, incluido en el álbum ‘Flamingos’ (2002).

El escritor y pensador Michel Houellebecq, conservador y existencialista, enemigo del aura beatífica de mayo del 68 como ejemplo de las libertades, también debe indirectamente la naturaleza de su discurso -sobre todo al equiparar el ejercicio de la política al del ‘show business’- a pensadores como Guy Debord, a quien admiraba expresamente a pesar de situarse en sus antípodas ideológicas. Debord fue el fundador y principal referente de la Internacional Situacionista junto al belga Raoul Vaneigem.

Los precursores

En España, más allá del perseguido Raimon, los que discutían el discurso único estaban fuera, como Paco Ibáñez o Amancio Prada. En América Latina, la chilena Violeta Parra (perseguida hasta la saciedad: se quitó la vida en 1967) había abierto un camino que seguirían luego su compatriota Víctor Jara y la gran Mercedes Sosa. No hay que olvidar que ese año 68 también fue el de John Carlos y Tommie Smith con sus puños enguantados en negro en el podio de los 100 metros de los Juegos de México, el asesinato de Martin Luther King muy reciente. En el entorno sajón, las pequeñas explosiones también aparecieron por doquier, desde el ‘swinging London’ de Twiggy a la etapa ácida de los Beatles, Bob Dylan ya electrificado y más mordaz que nunca, Joan Baez consagrada a poner los puntos sobre las íes, Janis Joplin aullando en dirección a los carpetovetónicos del negocio musical, el verano del amor en California... la ‘Barbarella’ de Roger Vadim en la sublimación de todo lo apuntado una década atrás por la inconformista ‘nouvelle vague’ del cine galo. Todo formó un caldo de cultivo que generó cambios en los años posteriores; la liberación sexual, por ejemplo, eclosionó en Francia ya en los setenta, aunque 1968 fuese el detonante, pero ese año las chicas todavía se encargaban de preparar los bocadillos para que los congregados protestasen con el estómago lleno.

Las conexiones éticas y estéticas del mayo del 68 con otros movimientos socioculturales de aquella época fueron múltiples, y sus derivaciones han llegado hasta nuestros días. El cine de Costa-Gavras marcó una pauta de cuestionamiento social que no implicaba un estilo concreto, y que luego seguirían Ken Loach, Nani Moretti, los hermanos Dardenne, Robert Guédiguian o, recientemente, el controvertido Abdellatif Kechiche, que se ha hinchado a ganar premios con ‘La vida de Adèle’. De Paco Rabanne y sus experimentos con el metal y el plástico, consolidados en el catártico 1968 tras asombrar al planeta dos años antes, salió luego la osadía de Galliano o McQueen. Y de gestos puntuales brotó sin duda la inspiración para sacar adelante causas más trascendentes; la diversidad de formas en la apuesta por la ruptura es parte de la riqueza emanada del año más convulso en los sesenta.

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