Sociedad

La Pasión (médica) de Cristo: ¿de qué murió Jesús?

Más allá de los posibles símbolos, todo apunta a que Jesús fue una persona real y que fue crucificado. Pero, ¿de qué murió en la cruz? ¿Qué sucedió en su cuerpo desde que empezara a sudar sangre en el Monte de los Olivos hasta su grito final? Hoy en día es posible trazar un recorrido médico hipotético sobre los últimos días de Cristo. Incluso hay quien ha querido ir un paso más allá y explicar lo que sucedió un poco después, en el Día de Resurrección.

Los últimos días de Jesús fueron un tormento que acabó con un cruel castigo: la crucifixión.
Heraldo

"La crucifixión es el castigo más cruel y miserable".

Cicerón


La ciencia y la religión tienden a comportarse como vasos no comunicantes, pero hay algo sobre lo que creyentes y no creyentes han de convenir: todo apunta a que Cristo, el Cristo humano, existió como tal. (Las pruebas no son concluyentes, pero de él hablan los historiadores romanos, los no romanos, incluso los judíos se refieren a él).


Y si un ser humano existió, y si así es reconocido por el mismo Evangelio, tuvo forzosamente que verse sometido a los mismos fenómenos físicos y materiales que cualquiera de nosotros habría sufrido en su lugar. Es decir, el propio Jesús sería susceptible de ser analizado médicamente. Con una brutal particularidad: sus últimos días fueron un tormento que acabó con lo que Cicerón calificó como el castigo más cruel y miserable de todos, la crucifixión. Porque si la multiplicación de los panes y los peces o la resurrección de Lázaro pueden contemplarse incluso por algunos religiosos como símbolos literarios, pocas dudas hay de que un Jesús de Galilea fue cruelmente crucificado. Pero, ¿de qué murió realmente? ¿Qué aconteció en su cuerpo desde que sudara sangre en el Monte de los Olivos hasta su grito final? Hay quienes, sobre las palabras de los evangelios, han recapitulado lo que tuvo lugar en el cuerpo de Jesús hasta el momento último (incluso hay quien ha querido ir un paso más allá). Este es un recorrido médico hipotético sobre los terribles últimos días de Cristo.


"Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron (…). Se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra". (Lucas 22, 39-44)


Estamos en la noche de Jueves Santo. Según los evangelistas, Jesús sabía lo que estaba por venir, el sufrimiento que le esperaba, y mientras rezaba (y en medio de una de las pocas vacilaciones que se le conocen) comenzó a “sudar sangre”. El fenómeno, aunque extraño, puede ser real. En condiciones de estrés máximo, como el que Jesús experimentaba, puede suceder lo que se conoce como hematidrosis o hemohidrosis. Aunque no se conoce exactamente el mecanismo, se cree que una presión arterial muy alta puede romper capilares de la piel cercanos a las glándulas del sudor, haciendo que este se mezcle con algo de sangre y que aparezca teñido de rojo al salir.


Poco más tarde, después de ser traicionado por Judas y apresado, es llevado a juicio. Pilatos, el procurador romano, se “lava las manos” y deja que el pueblo decida. Este pide crucificarlo.


"Entonces, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entregó para que fuera crucificado". (Mateo 27, 26)


El azote en los romanos se hacía mediante un flagelo, un látigo de mango corto con cintas de cuero y pequeñas bolas de hierro o huesos de ovejas. Según un artículo sobre el calvario de Jesús realizado por patólogos en la revista JAMA, los latigazos podían llegar a desgarrar no solo la piel, sino también los músculos. Y la cantidad de sangre que se perdía era ya considerable, tanto que podía determinar cuánto tiempo sobreviviría, porque la pérdida de sangre (shock hipovolémico) es una de las posibles causas de muerte en la cruz.


"Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz". (Marcos, 15, 21)


A los que iban a ser crucificados se les obligaba a llevar el madero transversal de la cruz, el patíbulum, hasta el lugar elegido. Si la cruz entera pesaba unos 130 kilos, el patíbulum suponía entre 30 y 50. El hecho de que Jesús necesitara ayuda se interpreta como que ya estaba muy debilitado por el cansancio, el ayuno, los latigazos y seguramente la deshidratación.


"Y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio". (Juan 19,18)


Los soldados romanos colgaron a Jesús de la cruz mediante clavos en las manos y en los pies. Los primeros se clavaban por debajo de la muñeca, por el espacio entre los huesos cúbito y radio (se ha visto que las palmas no aguantaban el peso del cuerpo). En su trayecto perforaban todo lo que encontraban, incluido seguramente el nervio mediano, que se distribuye por gran parte de la mano. El dolor debía de ser brutal. Pero, a pesar de eso, el principal problema en ese momento era respirar.


En la postura de la cruz se bloquean, salvo el diafragma, todos los músculos que permiten soltar aire, como los intercostales que unen cada una de las costillas. Por eso Jesús debía luchar constantemente por elevarse, para que su propio peso no le impidiera respirar. Pero a cada esfuerzo sobreviene un latigazo de dolor provocado por los clavos en las manos y en los pies, sobre los cuales debe apoyarse. Poco a poco va acumulando dióxido de carbono y la sangre se acidifica, entrando en un estado que se denomina de acidosis respiratoria. En este momento, si quiere hablar solo puede pronunciar frases cortas, como son todas las que en este momento recoge Juan (seguramente el único de los evangelistas allí presente), entre ellas su segundo momento de debilidad:


“Eloí, eloí, ¿lema sabactaní?”, -que quiere decir- “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”. (Marcos 15, 34)


¿Pero de qué murió Jesús? Una teoría recurrente lo achaca a la asfixia, al cansancio progresivo y extremo que le impediría definitivamente respirar. Pero hay controversias: otros aseguran que el detonante fue lo que se conoce como shock hipovolémico: una pérdida de sangre masiva y continuada agravada por la deshidratación. Hay quien especula con un agravante último, porque el momento final llega de forma súbita:


"Y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: 'Padre, en tus manos pongo mi espíritu' y, dicho esto, expiró". (Lucas 23,46)


Por eso se piensa que pudo tener lugar una rotura cardiaca: la acidosis y la excesiva pérdida de sangre provocan que esta tienda a formar coágulos. Alguno de ellos pudo haber provocado un infarto masivo y terminar con una rotura del tabique que separa las cavidades del corazón. La descompensación pudo producir también una insuficiencia cardiaca aguda o incluso una arritmia fatal. Hoy en día, aunque no se puede confirmar, se asume que muchas de estas causas actuaron en conjunto para provocar la muerte de Jesús.


Porque estaba muerto, ¿no?

¿Pero y si no lo estaba y Jesús al tercer día, en lugar de resucitar, simplemente 'despertó'?


Las mayores especulaciones sobre la muerte de Jesús vienen del siguiente fragmento:


"Los judíos, como era el día de la preparación para la Pascua, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel sábado era muy solemne- rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.


Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.


Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua". (Juan 19, 32-34)


Los crucificados podían 'sobrevivir' en la cruz hasta tres días. Jesús solo estuvo entre tres y seis horas, lo que sorprendió al propio Pilato. Además, no le aplicaron la 'crucifractura', la maniobra por la que se rompían las piernas del condenado para que definitivamente no pudiera respirar. En su lugar le clavaron una lanza en el costado, del cual salió sangre y -extrañamente- agua, lo que ha hecho que algunos consideren este episodio como un símbolo no real. Incluso se ha dicho que las manchas de sangre de la Sábana Santa de Turín no son compatibles con las de una persona muerta.


Pero la mayoría de investigaciones refutan estas teorías.


Para empezar, existen muchas dudas de que la Sábana Santa envolviera realmente a Jesús. A pesar de eso, otros estudios aseguran que la sangre es perfectamente compatible con la de alguien que murió, y que de hecho tiene todas las características de ser de alguien a quien le hubieran perforado el corazón. Así, y asumiendo que la Sabana Santa es tal, se demostraría la hipótesis de que la mezcla de sangre y agua no es un símbolo, sino que realmente ocurrió: el cuerpo castigado de Jesús y la insuficiencia cardiaca aparejada alteran las presiones y hacen que pase agua al pericardio, la membrana que envuelve al corazón. La lanza, al atravesarlo, no solo confirmó su muerte, sino que justificaría la salida separada de sangre y agua. Y aún más: salvo que su aparente perfecto estado se trate de un símbolo, es virtualmente imposible aceptar, desde un punto de vista médico, que tras el calvario que sufrió se presentara a los pocos días a sus discípulos caminando y, salvo las heridas provocadas por la lanza y los clavos, aparentemente inmaculado: "Y sucedió que mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos". (Lucas 24, 16)


Más allá de ahí, si en realidad tuvo lugar una 'verdadera' resurrección, la ciencia poco o nada tiene que decir.


Puede estudiar y especular, y así lo ha hecho, sobre el brutal tormento al que fue sometido Jesús. Un tormento al que, en toda la extensión del término, no se ha dudado en calificar de 'intolerable'.


A partir de ahí: vasos no comunicantes, dicen.