Depresión o bajón primaveral, ¿qué es?

El decaimiento de estas fechas puede esconder otros problemas.

Ilustración de un jarrón con una flor
Ilustración de un jarrón con una flor
Ilustración Maiz

Acabamos de estrenar la primavera, una estación que tradicionalmente nos remite a cosas bonitas: las flores, los días más largos, la promesa del verano... Pero que en el imaginario popular también tiene su leyenda negra: es la época de las tristezas, de los altibajos (sobre todo bajos), de los desequilibrios mentales y del empeoramiento de los cuadros depresivos. Así que no es raro que empecemos a oír, a partir de ahora, a gente achacando a la primavera su desplome mental y físico con clásicos como ‘estoy depre’, ‘no puedo con la vida’, ‘qué bajonazo tengo’... ¿Qué hay de cierto en esta correlación, tan manida, entre primavera y declive?

El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Clínica, Edorta Elizagarate, afirma que se frivoliza mucho con este tema, "ya que las depresiones estacionales son una ínfima parte". "Tal y como se usa el concepto de salud mental, como un estado de completa satisfacción del sujeto, es del todo imposible estar sano -explica-. Los sentimientos de angustia, tristeza y miedo son normales ", recalca. Lo que ocurre es que, en muchos casos tendemos a "hipertrofiarlos" y a ponerles nombre, desliza el especialista, que recientemente ha defendido esta idea en el Curso Nacional de Actualización en Psiquiatría. "Utilizamos algunos términos muy a la ligera", resume. Para hablar con mayor acierto sobre lo que nos pasa (o creemos que nos pasa) hay que distinguir lo que es un bajón, astenia primaveral o un cuadro depresivo. Estas son las claves.

Duración

Ante la duda, es uno de los criterios que más nos pueden ayudar a discernir una cosa de otra. "Si la tristeza de una persona no se basa en que haya sufrido un hecho negativo y, además, este sentimiento de desesperanza se alarga en el tiempo, cabría pensar que necesita ayuda", afirma Elizagarate. 

La tristeza, que tiene muy mala prensa -de hecho hay gente que prefiere decir que está deprimida a que se siente triste- es una emoción y, como tal, es pasajera. Si dura más de seis meses, según criterios diagnósticos, se empieza a sospechar, con toda lógica, que se trata de una depresión. Y si se trata de astenia primaveral -una sensación subjetiva de cansancio y que no es ningún trastorno psiquiátrico- debería pasarse en dos o tres semanas.

No hacer

Cuando estamos decaídos es normal que no tengamos ganas de hacer nada. Puede que echemos un poco el freno, pero no paramos. Si estamos deprimidos, normalmente, sí. "Renunciar a proyectos es uno de los indicadores de la depresión", apunta Elizagarate. Una persona con depresión es incapaz de afrontar el día a día con normalidad. La gente con depresión tiene una baja resiliencia, es decir, es incapaz de superar los obstáculos (sean grandes o pequeños).

Desesperanza

Además de la duración de la tristeza, de su intensidad y del enorme esfuerzo o incapacidad para seguir con las rutinas, Elizagarate añade un rasgo que distingue una depresión de un bajón o de la astenia primaveral. "La desesperanza, pensar que nada vale la pena y que esta idea se mantenga en el tiempo", indica. 

Una persona que sólo atraviesa un bache o que está decaída de forma puntual puede estar muy triste, pero será capaz de reír en algunos momentos, de buscar apoyo en gente que quiere y de pensar que en el futuro todo mejorará (por ejemplo, si perdemos a un ser querido). Un depresivo, sin embargo, está metido en un túnel, rehúye a la gente y es incapaz de sentir que su situación se va a arreglar.

Cinco síntomas de nueve

Según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, para diagnosticar una depresión, la persona debe presentar al menos cinco síntomas de esta lista: estado de ánimo depresivo la mayor parte del día con sentimientos de vacío, disminución de interés y placer, pérdida o aumento de peso, insomnio o necesidad de dormir todo el tiempo, conducta ralentizada, fatiga o, por el contrario, agitación; sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos; disminución de la capacidad para concentrarse; y pensamientos recurrentes de muerte o suicidio.

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