Regreso al futuro

Este mes de octubre se cumplen cinco años desde que se comenzaran a ejecutar las obras de la Cúpula de la Energía de la CMA, un proyecto paralizado en 2013 y abandonado desde entonces.

La Cúpula languidece
La Cúpula languidece
Sara I. Belled

"No impone tanto", suspira, como si la expectativa hubiera superado a los pies de la mole la realidad. Y es verdad que desde el tercer piso del cuarto gajo de cúpula esa sensación que achica al contemplar de lejos el des-hecho edificio desaparece. La energía, por cierto, ya se difuminó hace años, y entre los barrotes blancos de hormigón lo único que no se escapa es la huella del tiempo, que se empecina todavía sin las mayores consecuencias en hacer mella en las redondeadas techumbres.


"Cinco años de la primera piedra", añade. Y no alcanza a hilar ninguna otra palabra. Ni la explicación es clara ni con las respuestas que se han dado hasta la fecha puede armar este visitante un porqué.


La Cúpula de la Energía, los siete gajos de los diez que formaban parte al inicio de este proyecto arquitectónico llegado del futuro, se alza en terreno pantanoso. No literalmente, o casi en vista de las últimas inundaciones del Duero en el Soto de Garray. Pero sí en sentido figurado.


Octubre de 2011 fue clave. A principios de ese mes comenzaron a ejecutarse las obras en la cúpula. Solo dos semanas antes, la Junta habría solicitado la licencia para llevarlas a cabo. Todo ello dos años después de que el Gobierno regional, presidido entonces y ahora por el popular Juan Vicente Herrera, presentase el proyecto de la Ciudad de Medio Ambiente, cuya primera piedra se colocó en 2010.


En ese octubre, Javier Muñoz, quien fuera procurador socialista por Soria, se preguntaba, en declaraciones recogidas por este periódico, "por qué han mareado la perdiz durante este tiempo". Aquello fue justo un año y medio antes, en mayo de 2013, de que la Administración regional paralizase los trabajos aduciendo "priorizar la zona de polígono industrial". Días después el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León anuló la licencia y más tarde fue el Constitucional quien devolvió los terrenos a la situación jurídica de suelo no urbanizable especialmente protegido. Aquel que ocupaba entonces la mayor concentración de cigüeñas de la provincia, donde años después algunas de estas aves han colonizado parte de las estructuras ahora abandonadas.


En 2014 se ordenó su demolición a expensas del re-bautizado como PEMA (Parque Empresarial del Medio Ambiente), pero en marzo del año pasado la decisión quedó varada a falta del expediente sobre dicho parque empresarial. El mismo en el que Herrera afirma que "hay que rentabilizar la inversión pública de 48 millones de euros realizada". Ejemplo del secadero de plantas improvisado en el que se ha convertido uno de los parquines de la CMA, destinado para albergar y cargar miles de coches híbridos o eléctricos en una provincia en la que el mes pasado no se vendió ninguno y el total de los últimos cinco años solo supera la cincuentena.


Así, como el burro que atado a una silla endeble queda inmóvil, la cúpula parece que permanece, amarrada a los tabúes de la decisión política, con solo una ajada alambrada como retén. La espera es continua. La puerta: abierta.


Llegar no se hace del todo difícil. Solo la incredulidad, que hace aminorar el paso al atravesar pistas desiertas y esquivar el sistema de alcantarillado ahora y siempre inútil, sirve de ancla.


"52 millones", añade. Son ideas sueltas. Recuerdos de lo que se dijo que se invirtió. Algo que, en primera persona, se hace difícil acomodar entre el hierro oxidado que remata cada bloque de hormigón. El visitante, a quien nadie ha venido a recibir, se abre paso entre la vegetación. Sin más actividad que la de la persona de seguridad que ya debería haberse presentado, el edificio se alza inalterado, que no intacto, con el matiz que pueda aplicarse.


Cada estancia igual que la anterior. Alguna repleta de cientos de artilugios negros para colocar en el suelo, otras llenas de excrementos de las pocas aves que se refugian entre los vestigios de la construcción, otras tan limpias que cuesta creer que nadie se haya dignado a pasar una escoba.


Las redes de protección que otrora habrían colgado en vertical a metros de altura, ahora están en el suelo, amontonadas. El espacio es diáfano, pero la sensación de confinación es alta. Moverse no es complicado. Solo algunas de las escaleras de acceso a los pisos superiores cuentan con tablas, algunas rotas, que impiden el paso.


Se escuchan un par de caballos y, a lo lejos, lo que parecen unos perros de caza. La vida sigue fuera. Dentro, un par de botas desparejadas y un guante aguardan en un rincón. Hay pedazos de poliuretano por el suelo y barro ya seco. También un chubasquero.


Aquí, desde el centro neurálgico de lo que iba a convertirse en 500 hectáreas de tecnología punta y renovable, el ejemplo de la sociedad del futuro, donde se iban a construir cientos de viviendas de lujo en una localidad que roza el millar de habitantes y aparcamientos destinados para cargar miles de coches eléctricos, solo se ven líneas. Caminos de tierra, bordillos de obra.


Es el esqueleto de este fantasma urbano desubicado, que no da para más.


Entonces solo queda tomar distancia mientras el visitante, cada vez más extraño, decide si dar la espalda o dejar constancia de un futuro que no sabe si ha llegado para quedarse.

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