Por
  • David Serrano-Dolader

Insultilandia

El Congreso de los Diputados se llena de insultos y exabruptos.
El Congreso de los Diputados
Jesús Hellín / Europa Press

Y tú más, Caifás! Azotamiento, lapidación, escarnio, crucifixión. Dime de qué presumes y te diré de qué careces: bonhomía, empatía y educación. ¡Problema sin solución!

El gallinero esparce cacareos y las hienas huelen sangre: ¡baja aquí y me lo dices a la cara, monada! Que tu pareja, que tu padre y que tu suegra… Que si galgos y podencos, que si mascarillas y comisioncillas. ¡Insultemos, que algo queda! Recomendación libresca para nuestros políticos (así, por lo menos, leen algo): ‘El gran libro de los insultos’, de Pancracio Celdrán. Amplíen vocabulario: astruguizu, batato, cancanero, defarragalla… y también xarnao, yira y zaramiqueiro.

No por mucho insultar amanece más temprano, pero a presidentes, vicepresidentes, vicevicepresidentes, ministros, exministros y protoministros se les hace la boca agua (y el agua hiel) con el látigo del ‘y tú más, además’. Y los otros atacan y contraatacan. ¡Elevado nivel de contaminación en la política nacional! Si hay que ir se va, que si no es tontería: aceleramiento verborreico, dialéctica pobretona y cerros de Úbeda por los que perderse. No hay diferencia entre un tonto y dos tontos más allá de la cuantitativa. Unos y otros tienen los oídos sordos. El más sagaz maestro del insulto fue mi admirado dramaturgo Francisco Nieva, creador de algunos tremendos y delirantes: racatablaja, ceregumento, ciblón, ciputa, juresca, zancuya, cagalón, mercuriano, esofagita, tablajacoñas, hijapuledra, machacuda del cigoño. ¡Hasta en esto del escarnio, son unos diletantes! Como diría el loco: quien se refugia en insulto… que no escabulla su bulto.

David Serrano-Dolader es profesor de la Universidad de Zaragoza

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