Por
  • Pilar Clau

Lo primero, la paz

Lo primero, la paz
Lo primero, la paz
Pixabay

Uno de los objetivos que me he propuesto este año es conquistar la paz. Cuando una tiene un propósito firme encuentra en todas partes oportunidades de conseguirlo y amenazas de perderlo: en cada encuentro, en cada contratiempo, en cada acción y en cada decisión.

La paz es necesaria para comprender, para aceptar y para decidir. Quiero aprender a andar y decidí pedir ayuda. Primero, comprendí que no lo hacía bien, después, acepté que necesitaba ayuda y decidí pedirla. Si mi mente y mi cuerpo no están en paz, no progreso. También el cuerpo necesita paz. Si consigo relajar los músculos, el aprendizaje es suave y placentero. Sé que lo conseguiré porque la paz es una fortaleza imbatible.

Acababa de comprobarlo una vez más y, a pesar de ello, ayer cuando terminé mi sesión con la fisio, me olvidé de la paz: "Cuanto llegue a casa llamaré…, responderé…, haré, haré, haré… Primero haré… y así me quedaré tranquila". ¡No! Ese no es el orden. Primero: la paz. Mi objetivo es la paz y, sin embargo, la paz no es un objetivo, es el requisito para conseguir todos los objetivos. Para escribir este artículo, para concentrarme en cualquier tarea, necesito paz; necesito paz para tomar decisiones acertadas, para perseverar… ¡Es tan poderosa la paz!

Sus adversarios son el miedo y la culpa. Si están atentos, verán que detrás de cada enfado, de cada agitación, está uno de los dos, o los dos. Cuando nos encontramos con un obstáculo imprevisto (un coche en la puerta del garaje cuando vamos a salir con cierta prisa), cuando el otro no deja de quejarse en voz alta, cuando hemos dicho algo que querríamos haber callado… Ahí están agazapados el miedo o la culpa, o los dos. Si ponemos la paz a su lado se desvanecen.

La paz reduce el estrés; permite encontrar soluciones creativas; ayuda a aceptar la incertidumbre, a ser ecuánimes, a escuchar, a comprender, a decidir conocer en vez de juzgar. Es imposible tener paz con los demás si no se tiene con uno mismo. Me gusta de vez en cuando bajar a la orilla del Ebro, observar el agua, contagiarme de su paz y su paciencia. Ahora, cuando estoy con alguien, procuro ofrecerle la misma suavidad, la misma sutileza que a mí me contagia el Ebro.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión