Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Nacionalismo español

Nacionalismo español
Nacionalismo español
M. STUDIO

La sociedad se construye sobre la comunicación. La política es lenguaje; las relaciones grupales humanas dan el salto de lo tribal a la polis cuando hay herramientas que permiten construir conceptos abstractos y compartirlos. 

El lenguaje complejo hace posible que ‘mayoría’ y ‘persuasión’ sustituyan a la fuerza como criterio de jerarquización; una fuerza animal que da paso a una fuerza abstracta, una superioridad no perceptible con los sentidos. Por eso es tan grave el daño que de manera constante se infiere al lenguaje político desde las tribunas parlamentarias.

Algunas de estas malas prácticas se han desarrollado en el esfuerzo por conciliar socialismo con nacionalismo. Las raíces de lo que llamábamos posiciones de izquierda, aunque hayan quedado lejos y desdibujadas, tienen una clara expresión de la tendencia a la universalidad, a la humanidad como entidad de referencia. Hay una aspiración a la igualdad: como la sociedad no la produce espontáneamente, la izquierda surge para conducir en esa dirección.

El rechazo a los nacionalismos periféricos no implica la aceptación de un nacionalismo español igualmente forzado e irreal que une nación española y destino

Por eso, cuando tienen que encajar con ideologías nacionalistas, que en el origen de la izquierda eran el refugio de esas oligarquías contra las que se combatía, su lenguaje originario molesta y se orilla o cambia. La izquierda ha mutado su nomenclatura para posibilitar la orteguiana conllevancia con partidos nacidos para consolidar élites privilegiadas, a los que ahora se cubre con la capa de invisibilidad de ese progresismo tan incierto.

Una de las prácticas más extendidas y dañinas es lo que podemos denominar retórica de pares: se fuerza la simetría entre posiciones divergentes, se fuerza la equivalencia por encima de lo evidente. Es la táctica que explica la referencia exclusiva a la lengua ‘castellana’ para ponerla en igualdad con la ‘catalana’. El uso indistinto de los adjetivos ‘español’ o ‘castellano’, esa alternancia constitucional que consideramos normal, se evita en base a instrucciones precisas para cancelar toda referencia a España y la españolidad: así el español redenominado y el catalán se situarán, contra la realidad de las cosas, en un mismo nivel.

Un caso concreto de este modo de operar se plantea en uno de esos falsos dilemas que retuerce el uso de la idea de ‘nacionalismo’: al lado de los nacionalismos periféricos se presenta un nacionalismo español. Si no aceptas los primeros es porque estás en esta posición. Falso. Hay ciertamente un nacionalismo español, también forzado y con bases igualmente inventadas o distorsionadas, pero su uso consciente es característico sólo de esas posiciones de derecha radical que unen nación española y destino.

La alternativa es aceptar o evitar ese concepto inseguro de ‘nación’ como referencia constitucional

En la mayor parte de los casos la alternativa no es entre nacionalismos de uno u otro corte, sino entre admitir la nación como concepto central de los modelos políticos o descartarlo. Mi posición personal: eso que llamamos nación carece del rigor exigible para su uso como principal en un contexto técnico jurídico-político. ¿Quién tiene la regla para identificar naciones?

Las naciones que hoy manejamos son artificiales. Se presentan como "naturales", como independientes del esfuerzo, de la acción humana, preexistentes, pero luego los mismos autores decimonónicos que reformulan el concepto hablando de "stammesbildung", "etnogénesis", me parece que dejan claro que las etnias, las naciones, como referentes constitucionales de Estados, se generan sólo mediante planificación y esfuerzo.

Jesús Morales Arrizabalaga es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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