Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Universidades, ¿para qué?

Universidades ¿para qué?
Universidades ¿para qué?
Heraldo

Qué hace la Universidad? ¿Qué hacemos en la Universidad? ¿Pregunta simplona? Puede, pero a mí me ha llevado mucho tiempo de reflexión. Podemos identificar dos grupos de respuestas: uno relacionado con ‘conocimiento’ y otro con ‘actitudes’.

Conocimiento. Para superar lo obvio y proponer un análisis útil tenemos que desagregar el concepto mediante verbos añadidos que lo perfilen: localizamos, preservamos, construimos (generamos) y difundimos conocimiento.

Actitudes. Podría haber dicho ‘valores’, pero la palabra está casi identificada con la moral y quiero evitar ese nevero deslizante. Cada docente tiene sus valores morales, sociales… pero no podemos presentarlos en clase con propósito persuasivo, porque la línea que separa transmisión y adoctrinamiento es muy fina y no debe ser traspasada. Cabría hacer una excepción en el caso de valores que consideremos de general aceptación, pero si ya están consolidados no necesitan refuerzo; además esta lista de lo consensuado no deja de acortarse.

Las actitudes, cada vez más valiosas (por infrecuentes), son criterio que decanta muchas elecciones de profesionales. Una parte sustancial debe traerse puesta de casa; hay otra que nos corresponde porque se sitúa en el centro de nuestra actividad, base de nuestra aportación a la sociedad. Hablo de actitudes relacionadas con el conocimiento: protocolos de actuación, pautas de comportamiento en su gestión. Una actitud de aproximación racional, siempre crítica y reflexiva a los saberes. Con criterios para discriminar lo fundado y lo inventado; lo aceptable y lo rechazable. Esta actitud que aplicamos y transmitimos en la Universidad es el punto de partida para abordar con ese estilo diferencial la ‘solución de problemas’, de cualquier tipo de problema.

La Universidad envejece. Como funciona razonablemente y plantea problemas menores, la sociedad, que debe atender necesidades graves, piensa poco y superficialmente sobre la institución

Pero ¿qué ofrecemos?, ¿en qué formato?, ¿para qué público objetivo? La estructura de la oferta se ciñe casi exclusivamente a un esquema grado-postgrado (y ‘minipostgrados’), con una destacable inserción de conferencias y actividades, pero no estructuradas, efímeras o de muy corta duración.

¿Para qué sirve un grado? La respuesta es variada; en muchos casos aparecerá la idea de ‘profesión’ pero no pocas veces se resuelve con vaguedades del tipo ‘adquirir cultura’. Es llamativo que haya una línea interna de pensamiento que critica enérgicamente el enfoque profesional de los grados y sus planes de estudio (‘no estamos aquí para...’). En los postgrados sí domina la utilidad profesional.

La oferta se organiza en formatos intensivos en consumo de horas, muy difícilmente compatibles con otra actividad. Pensada para estudiantes que no se han incorporado a profesiones.

Desatendida, dejamos sin aprovechar muchas de sus capacidades

¿Qué falta? Hay dos grupos crecientes de interesados en el conocimiento que gestionamos, pero a los que el formato de nuestra oferta no les encaja. Uno, de profesionales consolidados, a mitad de su carrera, con interés bien profesional o de formación cultural básica (es terreno propicio para ‘las Letras’). Por otro lado, el grupo postprofesional. Tenemos aquí ya una creciente oferta a través de la Universidad de la Experiencia que debe ser desarrollada; alumnos jubilados que tienen la avidez e interés por saber que tantas veces echamos en falta en los bachilleres.

Con una redefinición de destinatarios y de formatos proporcionados a estos perfiles emergentes aprovecharíamos esas grandes porciones de conocimiento que hoy apenas revertimos a la sociedad y que dejamos perder o acumulamos.

Jesús Morales Arrizabalaga es profesor de la universidad de Zaragoza

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